La manera de amor tan odiando de Ovidio,
el beso estrepitoso que Catulo pide a Lesbia
porque alteró los usos de mirar el logos,
el recuerdo de Safo en la tierra irredenta
del inmortal Lucrecio. Trece rosas ajadas
muchos siglos después, tan rojas como Safo
bullendo en su jardín.
Ni pico ni garganta de pájaro alguno,
no la huella de Arnaut Daniel
que nos trajo Ezra Pound. Los bombardeos
de Guernica y después alguien señala el lugar
que esconde al Corredera y los pinos del sur
de algunos corazones se alimentan de huesos.
Picasso empezó un cuadro y parece que nunca
logrará terminarlo. Habría que añadir
más negro de dolor, habría que apagar
a veces el bombillo que ilumina al caballo.
Doble uve ce doble uve en tanto baja a los infiernos
a buscar el asfódelo que Rimbaud robó a Dante.
Y ahora la poesía dice que no, ni en broma sigue el juego
de los taxidermistas de Amón-Ra. Una mujer
esconde el agujero que le hizo la plancha
bajo el jardín del traje. Mira al pájaro
que mató un ballestero en la espita del gas.
Y entonces ya no almuerza.
La poesía a trozos ya no mira a la altura,
se cayó con las hélices de Saint Exùpery.
Toda revolución
se esfuma cuando tú ya ni puedes llorar.
Por eso en el mantel pones
lo que dijiste
desde el primer albor.
Antonio Arroyo Silva
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