En el silencio nocturno y absoluto relajo, escucho una suave melodía que me motiva a filosofar sobre el poder: suprema potestad deseada ansiosamente por el común de los mortales. Estimo que existen diversas formas de ejercer el poder: económico, bélico, político, religioso, entre otros.
Según mi peculiar criterio, considero que el poder es una droga potencialmente adictiva, más aún que las conocidas drogas tradicionales: alcohol, tabaco, marihuana, cocaína, etc., que con el tiempo deterioran el organismo de sus consumidores hasta quedar convertidos en despojos humanos sin neuronas, y por continuar con su descontrolado consumo autoextinguen sus vidas, poniendo punto final al grave problema causado a la sociedad y en particular a su familia, quien arrastra aquel lastre.
Sin embargo, esa droga llamada poder, no afecta en lo más mínimo el organismo de quienes la consumen. Muy por el contrario, a mayor consumo adquieren más fuerza, más prepotencia, más autoritarismo, requiriendo dosis mayores para satisfacer su enfermiza adicción, y cuando padecen una crisis por sobredosis: ¡Dios nos coja confesados! porque la mente se les nubla de tal forma, que en total delirio se alucinan ser dueños del universo... qué grave problema ¿verdad?
Y pensar que somos culpables de la existencia de estos viles consumidores, al procurar con nuestros votos en urna de plata la droga poder. En razón de ello, por disponer de esa droga a su libre albedrío, estos despreciables sujetos no tienen en mente dejar su privilegiada investidura ni tampoco dicha adicción: ¡dejar el poder!
Concluyo formulando la siguiente pregunta: ¿Hasta cuándo seremos los responsables directos de la existencia de estos repudiables consumidores?
©SKORPIONA
Inés de la Puente Spiers
http://www.blogger.com/goog_623261698
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