La bandera es un pedazo de trapo. De eso no hay dudas.
Pero uno se encariña con la ropa que ha elegido, y que es,
también, un trapo. La diferencia está en lo que uno elige para ponerse, y en el
sobretodo heredado.
En lo que uno elige, está uno. En el sobretodo, sobretodo,
estamos todos.
Después de la guerra de Malvinas, tuve cierto rechazo a la
bandera. Me había olvidado de aquellos tiempos en que pasaba a izarla, o
arriarla; a eso que sentía, cuando me imaginaba con ella, flameando en el
cielo.
En una de mis tantas visitas a la ciudad de Rosario,
paseando con amigos poetas, me asaltó el recuerdo de aquel niño que, con esmero
rayaba con crayones que se iban saliendo del rectángulo para confundirse con el
cielo.
Luego, me vi cantando "Aurora" antes de partir.
Antes de dejar de ser un niño que se marchaba para siempre.
Un sol moribundo iba encajándose en la pintura del sol hecha
por alguien; y comprada y pintada por alguien.
Yo, cantando bien fuerte. A los cuatro vientos. Mirando cómo
el crepúsculo la teñía de rojo. Cantando con toda mi voz, como los sapos en la
zanja.
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