JuanGelman
¿Así viaja el amor/ de ser a antes de ser?
Carta a mi madre
J.G.
La obra de Juan Gelman es un ir y venir entre las atmósferas
de todos los días y la reflexión sobre la escritura poética. Gelman describe
casi al principio la trayectoria de su oficio:
A este oficio me obligan los dolores ajenos, las lágrimas,
los pañuelos saludadores, las promesas en medio del otoño o del fuego, los
besos del encuentro, los besos del adiós, todo me obliga a trabajar con las
palabras, la sangre.
Años más tarde, al inventario fundamental Gelman añade la
pesadumbre de la patria perdida, de los seres amados destruidos por la
dictadura, de la revolución que no llegó, del exilio que se compensa de un modo
substancial por los nuevos arraigos, de la composición de circunstancias:
No era perfecto mi país antes del golpe militar. Pero era mi
estar, las veces que temblé contra los muros del amor, las veces que fui niño,
perro, hombre, las veces que quise, me quisieron. De “Bajo la lluvia ajena”
(Notas al pie de una derrota).
Si los temas de Gelman no son tantos, son incontables sus
métodos para describirlos, incorporarlos a otras multitudes de símbolos o de
realidades que fueron o serán símbolos. Él siempre es sorprendente, en la
medida en que sus soluciones literarias no vienen de la monotonía del hallazgo
petrificado, ni de los fuegos de artificio de quien diseña sus maestrías para
ya no molestarse en ejercerlas. Él va y viene de las metáforas que abandona sin
arrepentimientos, de las versiones de los poemas de su tradición original, de
las palabras que inventa con tal de esclarecer su sentido, de la autobiografía
indirecta y la confesión directa, del amor al deseo y del sentido del dolor
puro, del puro dolor:
Nota XX
no bajo a los infiernos/ subo
hasta mi hijo clausurado
en su bondad/ belleza/ vuelo/
y torturado/ concentrado/
asesinado/ dispersado
por los dolores del país/…
Como todos los poetas extraordinarios, Gelman requiere de
lectores por así decirlo profesionales, convencidos de las ventajas de la
complejidad. Si la poesía demanda el nivel especializado que requiere del otro
tiempo de atención, donde con más tiempo, el lector es el poeta complementario,
la obra de Gelman, de modo distinto a la de sus admirados Enrique Molina y Olga
Orozco, e incluso de la de otro de sus escritores formativos, Raúl González
Tuñón, le exige al lector que radicalice su placer y, en un recorrido por los
poemas, separe lo que encuentra de impulso lírico y lo que descubre de técnica
ardua, a momentos casi vallejiana.
Cada poema de Gelman es un tejido orgánico donde el último
verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último. En él
sólo ocasionalmente hay mensajes, las afirmaciones que unen la esperanza y la
desesperanza, pero sí se multiplican las señales, las frases inconclusas, los
silencios a modo de síntesis y una larga conversación consigo mismo, donde el
hipócrita lector es su hermano pero no su cómplice. Él, al que podría
llamársele en algunos textos “biógrafo de las alegorías”, es un narrador
austero y entre cortado, y es también un indagador metafísico, (“¿Tanto dolor
que no se entiende es como/ tanto amor sin entender? / ”), un evocador de
trayectorias que nacieron epitafios, y de epitafios que profetizaron vidas como
“sueños derrotados”, un poeta ferozmente político, un poeta del amor como la
ecología del mundo, un seguidor del parto inacabable de las tradiciones, un
“dilapidador de Dios”, ese poder absoluto armado de limitaciones, un
seleccionador de fragmentos del diálogo entre el alma corpórea y el cuerpo
espiritual.
¿y si Dios fuera una mujer? alguna dijo
¿y si Dios fuera las Seis Enfermeras Locas de Pickapoon?
dijo alguno
¿y si Dios moviera sus pechos dulcemente? dijo
¿y si Dios fuera una mujer?
De “Preguntas”
Las preguntas de Gelman ignoran la posibilidad de las
respuestas, o, mejor, son respuestas a modo de preguntas, afirmaciones
capciosas que le devuelven la vida a esa palabra, capciosas, tan eliminada por
el desvanecimiento de la lógica del habla. Las imágenes ponen a salvo las
provocaciones y la intuición se nutre de las profecías del sentido del humor.
Si Dios fuera una mujer se le rezaría de cabeza o, tal vez si el rezo convocase
a la existencia de Dios, lo proferiríamos en voz muy alta con tal de sorprender
a las religiones. ¿Será posible que las oraciones de gratitud sean por
necesidad anteriores a los milagros?
El poeta que nunca desdeña la rabia, la desesperanza y la
denuncia, reelabora la variedad de su experiencia.
El panfleto, inconcebible, cede el sitio a la anarquía de
las asociaciones libres del hablante poético, un historiador del surgimiento
simultáneo de las emociones y las metáforas sucesivas:
…un hombre deseaba ardientemente la Revolución
y contra la opinión de la gendarmería
trepó sobre muros secos de lo debido,
abrió el pecho sacándose
los alrededores de su corazón,
agitaba violentamente a una mujer,
volaba locamente por el techo del mundo
y los pueblos ardían, las banderas.
Gelman cree y confía en los sentimientos y está dispuesto a
la poesía sentimental si—condición sagrada— le dejan definir y redefinir los
sentimientos que, a los poemas me remito, se estremecen ante los arrasamientos,
la dureza de los hechos históricos, la efervescencia de los peores que jamás
carecen de convicción. Pero Gelman no le asigna a los sentimientos el papel de
muro de lamentaciones o de asilo de la resignación, sino la de recuerdos
invulnerables cuando el idioma los resguarda.
Un ejemplo: su notable poema “El árbol”:
De la violenta madrugada
un hombre entra a su casa y el olor de sus hijos
le golpea la cara, los olvidos, la furia,
ahora cierra la puerta con doble llave
y se saca la gente, la ropa con cuidado,
apaga los gritos de la camisa
o los ojos del camarada que brillan en la cárcel.
Y oye cómo se mueve la ternura en la pieza,
bajo sus ramas dormirá todavía una noche,
bajo sus ramas yacerá cuando caiga.
Una poesía contra la deshumanización. Decir esto es decir
nada, ya que de acuerdo al testimonio de los siglos la poesía no salva pero,
también, ya se sabe, nada se salva sin la posibilidad de la llegada de la
poesía:
volviendo a la poesía/
los poetas ahora la pasan bastante mal/
nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más
difícil
conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/
y nadie si eso ocurre porque se terminaron
las muchachas/ los almaceneros/ los guerreros/ los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/
lo lindo es saber que uno quiere cantar pío pío
en las más raras circunstancias…
Gelman duda de la poesía, se afirma en la poesía, se niega a
lo tajante, se desliza entre los orificios de lo categórico, se evade de las
conclusiones porque se oponen al eterno retorno de los comienzos, cree en los
rebeldes (el gran símbolo: su amigo, el escritor, el combatiente, el asesinado
Paco Urondo) y en la poesía que trasciende los mensajes y, por eso describe la
poesía de siempre
y la que se escribe en este instante:
Este poema que nunca
terminará se parece a sí mismo.
Calla como bestia que piensa.
Sometida a las tensiones de lo antropomórfico, la
poesía es asunto de todos los días y de ninguno, de la
gloria
y de la penuria:
El poema no pide de comer. Come
los pobres platos que
gente sin vergüenza o pudor
le sirve en medio de la noche.
Se requiere de esta metamorfosis del espacio de trabajo,
cuya forma moldeable, a su vez, moldea a quien la escribe: “Va a sus versos
como quien va a su cueva”. Gelman está al tanto de su intento: que nadie se
aleje de los procedimientos del ser humano, que nada tampoco se olvide de la
primacía de su naturaleza verbal:
El poema da vueltas alrededor del cuarto.
Obtuso y persistente, dice.
Mira palabras, pero
no se deja mirar por ellas. Así
no irá a ningún lado.
Sí, los genocidios, las matanzas impunes, las represiones
nada tienen de efervescencia lírica, pero la resistencia al horror requiere de
la poesía, de la racionalidad de lo ideal, del ensalzamiento de la dignidad que
es en sí misma el haz de sentimientos que persisten. Todo muy arduo de
explicar, todo transparentado en los versos.
COMO SANGRE PARA APAGAR LA MUERTE
En el vértigo de Gelman los símbolos, las alegorías, las
imágenes, sin alejarse de su función específica se extienden con la reticencia
que se adentra en la “abierta oscuridad”. Pongo un ejemplo notable: “Glorias”,
que evoca otra de las matanzas del tiempo alevoso de América Latina. Al
comienzo, Gelman recuerda a la pulpera de Santa Lucía, y su apariencia
trascendente:
¿Era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿tenía los ojos
celestes?
¿o cantaba como una calandria la pulpera?
¿reflejaban sus ojos la gloria del día?
¿era ella la gloria del día inmensa luz?
Al poeta, las preguntas le resultan “inútiles para este
invierno/ no se las puede echar al fuego para que ardan”. Y por eso localiza a
la mujer en su diafanidad de todos los días:
por una sábana de luz iría la pulpera santa de voz
graciosamente moviendo sus alrededores sus invitaciones
y el olor de sus pechos y la penumbra de sus pechos
hacían bajar el sol sobre la pampa bajaban a la noche como
un telón.
No hay escenario tétrico, ni rencor social, ni drama que se
extiende como promesa de recuperación, sólo de pronto la frase “al país helado
de sangre”. La historia aquí es “esta historia”, es decir, este relato, y a los
versos los impulsa la violencia, no con la furia del sobreviviente de la
matanza, sino con el fulgor que viene del disfrute del olor carnal y sus
penumbras (que son imágenes) salvajemente interrumpidos por la barbarie.
¿acaso no está corriendo la sangre de los 15 fusilados en
Trelew?
por las calles de Trelew y demás calles del país ¿no está
corriendo esa [sangre?
¿hay algún sitio del país donde esa sangre no está corriendo
ahora?
¿no están las sábanas pegajosas de sangre amantes?
Ahora el lector lo sabe: las matanzas devastan lo sereno, lo
bucólico y lo sensual, y la sangre es aflicción y dolor y ánimo de justicia y
ganas de que todo lo anterior, al refundirse, garantice la continuidad poética,
ámbito de las iluminaciones inadvertidas y del amor que resplandece. La sangre
lleva al poema a nombrar (calificar moralmente) los crímenes y a volverlos
transparentes en los versos:
como calandria de sus pechos caía y
como sangre para apagar la muerte y
como sangre para apagar la noche y
como sol como día.
Se logra el casi milagro: la denuncia persevera en mezcla
perfecta con la pasión lírica y la literatura abierta.
En el poema-carta, la madre destruida por los golpes y la
picana, refiere el nacimiento y la muerte inmediata de su hijo “que esperé,
cuidé, defendí tanto tiempo contra”. Al final del texto irrumpe la protección
de las imágenes, el gran depósito de la esperanza, o si se quiere de la civilización
tan en deuda con la literatura. La justicia social puede tardar o simplemente
no producirse, pero el gran vínculo de las generaciones no es la derrota ante
la impunidad sino la acumulación de preguntas (compás de espera y circularidad
de la metáfora).
Gelman exclama:
... ¿o una tela
de amor
donde tanto dolor ya durmió bastante y quiere
saber dónde están los caballos? ¿o demasiado
hemos hecho esperar a los ángeles? ¿hay
una lamparita que hizo esperar demasiado a los ángeles [una
lamparita humana suave?
¿hay caballos para derrotar al enemigo? el que vivió cuatro
días
¿no es
un caballo para derrotar al enemigo? ¿no convirtió sus
manitas en un caballo para derrotar al enemigo? ¿no está
galopando o corriendo ahora entre tus brazos y mis brazos
amada?
El trastocamiento es extremo. El niño que no alcanzó a
serlo, el torturado en el vientre de la madre, reaparece como el “caballo para
derrotar al enemigo”, es
decir, como la alegoría del asesinato salvaje que la poesía
convierte en memoria de los hechos y las palabras que circulan como
resurrecciones. Y Gelman concluye:
¿no está acaso corriendo o galopando entre tus brazos y
mis brazos ahora?
¡así tiemblan nuestros amores nuestras dichas?
¡oh noche que todo lo cubrís!
¿así chirrían los goznes oxidados de nuestra gracia?
La poesía política requiere de la metamorfosis que, sin
negar la denuncia y la protesta, no las vuelve circunstancias de la hora, sino
vivencias extendidas como testimonio, herencia, reflexiones donde se nulifican
tanto el olvido como la premura del recuerdo. La de Gelman, con frecuencia
atenta a la política, es gran literatura precisamente porque la poesía ocupa el
centro y porque el olvido y el perdón no se transmiten a modo de consignas sino
de trayectorias de los versos.
TANTA SABIDURÍA, ¿O VA PARA LA MUERTE?
En Los poemas de Sidney West, Gelman intenta algo similar a
Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters, la recreación de un pueblo de
muertos, la galería de epitafios que son narraciones de vidas truncadas y de
vidas fértiles y de vidas que pasan inadvertidas y de vidas cuyo sentido, al
inventarlo, sólo recupera la poesía.
Sin embargo son muy significativas las diferencias entre los
proyectos poéticos: Lee Masters se acerca a vidas típicas y arquetípicas y a la
fosa común de las generaciones le infunde la lógica de la trayectoria cumplida.
A Gelman le atañe el hallazgo de lo idiosincrático, de lo insólito (lo subversivo
en versión no política) que habita en las tinieblas de lo cotidiano.
Así en su “Lamento por Gallagher Bentham”:
cuando Gallagher Bentham murió
se produjo un curioso fenómeno:
a las vecinas les creció el odio como si hubiera aumentado
la papa
feroces y rapaces comenzaron a insultar su memoria
como si el deber obligación o tarea de gallagher bentham
fuera ser inmortal
siendo que él se preocupaba cuidadosamente
de vivir imperfecto a fin de no irritar a los dioses
jamás se cuidó de ser bueno sin ganas
pecó y gozó como los mil diablos
que sin duda lo habitaban de noche
y lo obligaban a escribir versos sacrílegos
en perjuicio de su alma.
La teología del hombre común, las teofanías de las que no
pretenden destino ajeno al cumplimiento de su trayectoria. En Los poemas de
Sidney West, Gelman prefigura técnicamente lo que vendrá, con la guerra sucia
de Argentina y la diáspora, con el sacrificio de los seres queridos y el largo
sendero luctuoso del exilio. La suma de epitafios se volverá la comprensión de
los límites del ser humano, cuya expresión sólo distrae la muerte, y la pureza
e impureza de esos “cadáveres llenos de mundo” para citar a un poeta esencial
en Gelman:
Corrigieron la noche y quien
corrige la noche corre el riesgo
de quemar su deseo. Quien corrige
el deseo se puede quemar. Conozco
países melancólicos por esa razón. Conozco
criaturas agarradas a ellas mismas
como a un clavo que no arde. Conozco
rebaños de paciencia haciendo olvido.
¿A dónde va tanto olvido? ¿Es
sangre ciega en los tableros de sur? Y vos,
Dios ¿por qué olvidás? Te encogiste
para que fuera la sombra argentina,
ese animal feroz perdido.
TU HERMOSURA SEA VOZ EN MI HERMOSURA
No en balde Gelman ha escrito guiones cinematográficos, dos
cantatas (El gallo cantaor y Suertes), y dos óperas o especie de óperas: La
trampera general y La bicicleta de la muerte con música de Juan Carlos Cedrón.
Su vocación de melodista organiza el paisaje de sus libros,
por ejemplo Citas y comentarios, homenaje insólito a los clásicos, a Santa
Teresa, a San Juan de la Cruz, que reciben los “comentarios” de otros ritmos,
otras “puestas en escena”. Gelman, al fin y al cabo un gran poeta, está
convencido: a las revelaciones místicas de la heterodoxia no las perjudica
inspirarse en el Cántico de San Juan y su “y déjame muriendo/ un no sé qué
quedan balbuciendo”. Dios (lo que nos trasciende) anda entre los pucheros y las
digresiones, entre los laberintos de la yerba y la plaza pública, entre la fe
poética y el idioma, entre el ritual clásico y la herejía:
Comentario XXXII
Como madero haciéndose
llama de vos/ todo embestido
por vos/ fuego de vos/ el alma
sube hasta vos/ o paladar
que moja tu saliva como
rocío de ternura/ o
boda solar de tu saliva
llevando a piedra la palabra.
La “oscuridad” de Gelman es, abiertamente, literatura.
* * *
Gelman, desdramatizado y dramático, fija los temas no
categóricamente, sino a través de invocaciones, desdibujamientos, imágenes que
acompañan el tema central, y lo complementan suavemente. Véase “En serie”:
En la esquina de Serrano y Corrientes
pasa el niño que fui
y no comprendo todavía. Cierra
la unión del alma con su vacío y la tarde
se tiende como un pañuelo seco. Hay
calles sentadas, despedidas, silben
en el pasado que vendrá.
En siete líneas Gelman incluye la evocación de su infancia,
el desencuentro de las edades, la maravillosa futilidad de la estampa
memorizada, la visión desconsolada del tiempo, y la colección de los recuerdos:
calles sin movimiento de personas, adioses, invitaciones al pasado que ya viene
a observar cuánto le queda de vida. Por supuesto, si se le describe así el
poema se difumina, es preciso citarlo en su integridad, advertir que de la
ausencia de gestos melodramáticos se nutre el vigor de Gelman. Véase el poema
“¿O no?”, clarísimo en su intención y cuya primera parte es radical en su
descripción iracunda:
Los militares llamaban El Vesubio a
un campo de concentración situado
a pocos metros de la autopista General Richieri.
Así lo bautizaron por
la columna de humo negro que
subía de compañeros mezclados
con fuego de neumáticos. Los
que fueron alegres mataban
la alegría del aire. Las bestias
desorganizan los misterios y crean
el misterio de la iniquidad.
La segunda parte no contradice el tono previo pero sustituye
la furia con la melancolía que Gelman prodiga no por un distanciamiento
estratégico de la obviedad, sino, tan sólo porque la melancolía es la emoción
al frente del control de sus emociones. Así, concluye
“¿O no?”.
Hay momentos en que la vida es
una bruma que no se puede navegar.
El fracaso del corazón cae en la tarde como
un pájaro olvidado del vuelo.
Eso no se parece a la noche
que orina mi alma.
El desgarramiento no se oculta, como tampoco se programa la
escritura del exilio, que es la remembranza desde la demasiada presencia.
Afirma Gelman en
“Adentros”:
He visto eso, servidumbre acostadas
en una muerte que no sirvió y vi
compañeros que sentían la felicidad
y no la conocían. Esperaban
en las recetas del invierno. Así fue, eso vi,
hombres y mujeres que hablaban del
porvenir en voz baja para no molestarlo.
Murieron derivados
de su conocimiento del futuro, extranjeros
en la distancia que mañana son otros .
Cada poema de Gelman es un tejido orgánico donde el último
verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último.
LA MAÑANA LIBERA DISFRACES
Revisar la bibliografía de Gelman es observar una
trayectoria que sólo conoce de la mezcla perfecta de sencillez y complejidad.
Así he leído Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959),
Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1971 con poemas de
1965-1969), Los poemas de Sydney West (1969), Fábulas (1970), Relaciones
(1973), Obra poética ( 1975), Citas y comentarios (1979), Hechos y relaciones
(1980), Si dulcemente (1980), Hacia el sur (1982), Dibaxu ( 1985),
Incompletamente (1997), Salarios del impío (1998), En el hoy y mañana y ayer.
Antología personal (2000), Pesa todo (Antología de 2001) y Valer la pena
(2002). Estos libros se editan en Buenos Aires, La Habana, Barcelona, Madrid y
México. Valer la pena es un título extraído del habla común por Francisco
Urondo, el escritor amigo de Gelman asesinado durante la guerra sucia. Valer la
pena, la única síntesis que Gelman se permite en tres palabras, contiene
definiciones (“... Pensar/ es ver la nada que flota/ en una cucharada de
sopa”), aforismos al paso (“En los lenguajes abolidos pasea/ la memoria pesando
su animal”), imágenes por así decirlo autosuficientes o nacidas para epígrafes,
la vocación no tan secreta de la metáforas: “Leía libros antiguos porque/ todo
horizonte viene de otro/ atrás”, o “Una piel provoca el choque del universo/
consigo mismo”, o “Debajo de lo suave crepita sospecha” o “La mañana libera
disfraces/ que alguno le prestó”. La poesía también es la tradición a flor de
piel, trátese de Vallejo ya vuelto atmósfera verbal, de Catulo, de Luis Cernuda
y su poema al voluntario de la Brigada Lincoln en la guerra de España, de
Cavalcanti o de Cavafis, “tan celebrado/ hoy que no molesta”.
Las zonas temáticas son muy diversas: los crímenes de la
guerra sucia, la poesía, el poema que siempre se reescribe porque ni las
palabras ni su autor son al siguiente instante lo mismo, las bestias y los seres
humanos que a la luz del crepúsculo apaciguan sus rasgos opuestos, los objetos
y las formas del tiempo... Y la poesía es el amor, la entrega a la otra
persona, las metáforas que no guardan ni revelan el secreto a que sólo tiene
acceso el que lee el poema y lo integra a su experiencia. Así, el amor se
despliega y se transfigura en textos como “Te digo María”:
Borrado del mundo real, borracho
de este crepúsculo que canta
en otro lado y el ángelus cru z a
a caballo de una campana.
El cielo muere con sangre y
no veo a nadie, nada, sino
el fuego que arde cuando hubo
una garza azul
erguida en tu mirada blanca.
Quemaba ayeres,
la basura que el tiempo deja.
Y están los poemas del desencanto perfecto, donde nada es
explícito y el lector debe extraer la razón del título al escudriñar el texto:
Elecciones democráticas
La sombra del sol en mi mano
no hablé por televisión, ni
la de mi mano en el sol, ni
el niño que pide en la calle
habló por televisión. Toca
un acordeón roto con
su hueso constante.
Está a mano la exégesis, pero la prudencia me ahorra el
traspiés. Gelman se opone a la obviedad, y no es inusual que revele y oculte al
mismo tiempo la trama de las imágenes. Sin embargo, no es enigmático o
neoconceptista, es transparente pero con la claridad que nada más confieren las
propuestas que los lectores convierten en revelaciones.
En la obra de Gelman ni el autor ni los lectores pueden dar
algo por sentado. “Es horrible saber que moriré mañana/ o que no moriré”.
Carlos Monsiváis© publicado en Revista de la Universidad de
México©.
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