Creemos ser distintos a los demás animales porque nosotros
sí que sabemos que vamos a morir algún día, cuando, en realidad, no sabemos más
que ellos acerca de lo que conlleva la muerte. Todo nos indica que supone la
extinción, pero no podemos hacernos siquiera una idea inicial de lo que eso
significa. Lo cierto es que no tememos el paso del tiempo porque conozcamos la
inexorabilidad de la muerte, sino que tememos la muerte porque nos resistimos
al paso del tiempo. Si otros animales no temen la muerte como nosotros, no es
porque nosotros sepamos algo que ellos no saben. Es porque el tiempo no supone
para ellos una carga.
Nosotros creemos que el suicidio es un privilegio
exclusivamente humano. Nos mostramos ciegos al parecido que hay entre las
formas mediante las que tanto nosotros como otros animales ponemos fin a
nuestras vidas. Hasta hace aproximadamente un siglo, era habitual que las
personas se dejasen vencer por la neumonía (“la amiga del viejo”) o aumentasen
su ingesta diaria de opiáceos hasta quedarse dormidas para siempre. Los hombres
y las mujeres que hacían esto recurrían a la muerte, de manera consciente en
ocasiones, pero, de forma más habitual, en un arrebato instintivo en nada
distinto al del gato que busca un lugar tranquilo para esperar su final.
A medida que la humanidad se ha ido tornando más ‘moral”, ha
ido poniendo más obstáculos a ese tipo de muertes. Los griegos y los romanos
preferían la muerte a una vida que no valiera la pena. Hoy, hemos convertido la
libertad de elección en un fetiche, pero está prohibido elegir la muerte. Quizá
lo que distingue a los humanos de otros animales es que los seres humanos han
aprendido a aferrarse con mayor vileza a la vida.
Una de las escasas ocasiones en las que un escritor europeo
ha afirmado que las muertes de los humanos no se diferencian en nada de las de
otros animales ha sido bajo el heterónimo de Bernardo Soares.
Si considero atentamente la vida que viven los hombres, nada
encuentro en ella que la diferencie de la vida que viven los animales. Unos y
otros se ven lanzados inconscientemente a través de las cosas y el mundo; unos
y otros se entretienen con intervalos; unos y otros recorren diariamente el
mismo trayecto orgánico; unos y otros no piensan más allá de lo que piensan, ni
viven más allá de lo que viven. El gato se revuelca al sol y allí duerme. El
hombre se revuelca en la vida, con todas sus complejidades, y allí duerme. Ni
uno ni otro se libera de la ley fatal de ser como es.
Bernardo Soares, era una de las numerosas identidades
imaginarias asumidas por el gran escritor portugués Fernando Pessoa. Hay
verdades imposibles de explicar si no es a través de la ficción.
John N.
Gray©
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