La palabra parresía aparece por vez primera en la literatura
griega en Eurípides (484-407 a.C.), y recorre todo el mundo literario griego de
la Antigüedad desde finales del siglo V a.C. Parresía es traducida normalmente
al castellano por `franqueza´. El parresiastés es alguien que utiliza la
parresía, es decir, alguien que dice la verdad.
Etimológicamente, parresiazesthai significa `decir todo´.
Aquel que usa la parresía, el parresiastés, es alguien que dice todo cuanto
tiene en mente: no oculta nada sino que abre su corazón y su alma por completo
a otras personas a través de su discurso. En la parresía se presupone que el
hablante proporciona un relato completo y exacto de lo que tiene en su mente,
de manera que quienes escuchen sean capaces de comprender exactamente lo que
piensa el hablante. La palabra parresía hace referencia, por tanto, a una forma
de relación entre el hablante y lo que se dice, pues, en la parresía, el
hablante hace manifiestamente claro y obvio que lo que dice es su propia
opinión. Y hace esto evitando cualquier clase de forma retórica que pudiera
velar lo que piensa. En lugar de eso, el parresiastés utiliza las palabras y
las formas de expresión más directas que puede encontrar. Mientras que la
retórica proporciona al hablante recursos técnicos que le ayudan a prevalecer
sobre las opiniones de su auditorio (sin preocuparse de la propia opinión del
retor respecto de lo que dice), en la parresía, el parresiastés actúa sobre la
opinión de los demás, mostrándoles, tan directamente como sea posible, lo que
él cree realmente.
Si distinguimos entre el sujeto hablante (el sujeto de la
enunciación) y el sujeto gramatical del enunciado, podríamos decir que hay
también un sujeto del enunciandum –que se refiere a la creencia u opinión
mantenidas por el hablante–. En la parresía, el hablante subraya el hecho de
que él es, al tiempo, el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciandum
–que se refiere a la creencia u opinión mantenidas por el hablante–. En la
parresía, el hablante subraya el hecho de que él es, al tiempo, el sujeto de la
enunciación y el sujeto del enunciandum –que él mismo es el sujeto de la
opinión a la que se refiere–. La `actividad de habla´ específica de la
enunciación parresiástica adopta así la forma: `Yo soy quien piensa esto y
aquello´.
Parresiazesthai significa `decir la verdad´. Pero, ¿dice el
parresiastés lo que él cree que es verdadero, o dice lo que realmente es
verdadero? En mi opinión, el parresiastés dice lo que es verdadero porque él
sabe que es verdadero; y sabe que es verdadero porque es realmente verdadero.
El parresiastés no sólo es sincero y dice lo que es su
opinión sino que su opinión es también la verdad. Dice lo que él sabe que es
verdadero. La segunda característica de la parresía es, entonces, que hay
siempre una coincidencia exacta entre creencia y verdad.
Desearía señalar que nunca he encontrado ningún texto en la
antigua cultura griega en el que el parresiastés parezca tener ninguna duda
sobre su posesión de la verdad. Y, en efecto, ésa es la diferencia entre el
problema cartesiano y la actitud parresiástica, pues antes de que Descartes
obtenga la indudable evidencia clara y distinta, no está seguro de que lo que
cree sea, de hecho, verdadero. En la concepción griega de la parresía, sin
embargo, no parece ser un problema la adquisición de la verdad, ya que tal
posesión de la verdad está garantizada por la posesión de ciertas cualidades
morales: si alguien tiene ciertas cualidades morales, entonces ésa es la prueba
de que tiene acceso a la verdad –y viceversa–. El `juego parresiástico´
presupone que el parresiastés es alguien que tiene las cualidades morales que
se requieren, primero, para conocer la verdad y, segundo, para comunicar tal
verdad a los otros.
Si hay una forma de `prueba´ de la sinceridad del
parresiastés, ésa es su valor. El hecho de que un hablante diga algo peligroso
–diferente de lo que cree la mayoría– es una fuerte indicación de que es un
parresiastés. Cuando planteamos la cuestión de cómo podemos saber si aquel que
habla dice la verdad, estamos planteando dos cuestiones. En primer lugar, cómo
podemos saber si un individuo particular dice la verdad; y, en segundo lugar,
cómo puede estar seguro el supuesto parresiastés de que lo que cree es, de
hecho, verdad. La primera pregunta –reconocer a alguien como parresiastés– fue
muy importante en la sociedad grecorromana, y fue explícitamente planteada y
discutida por Plutarco, Galeno y otros. Sin embargo, la segunda pregunta
escéptica es especialmente moderna y, pienso, ajena a los griegos.
Se dice que alguien utiliza la parresía y merece
consideración como parresiastés sólo si hay un riesgo o un peligro para él en
decir la verdad. Por ejemplo, desde la perspectiva de los antiguos griegos, un
profesor de gramática puede decir la verdad a los niños a los que enseña y, en
efecto, puede no tener ninguna duda de que lo que enseña es cierto: pero, a
pesar de esa coincidencia entre creencia y verdad, no es un parresiastés. Sin
embargo, cuando un filósofo se dirige a un soberano, a un tirano, y le dice que
su tiranía es molesta y desagradable porque la tiranía es incompatible con la
justicia, entonces el filósofo dice la verdad, cree que está diciendo la verdad
y, más aún, también asume un riesgo (ya que el tirano puede enfadarse,
castigarlo, exiliarlo, matarlo).
Como ven, el parresiastés es alguien que asume un riesgo.
Por supuesto, ese riesgo no siempre es un riesgo de muerte. Cuando, por
ejemplo, alguien ve a un amigo haciendo algo malo y se arriesga a provocar su
ira diciéndole que está equivocado, está actuando como un parresiastés. En tal
caso, no arriesga su vida, pero puede herir al amigo con sus observaciones, y
su amistad puede, consecuentemente, sufrir por ello. Si, en un debate político,
un orador se arriesga a perder su popularidad porque sus opiniones son
contrarias a la opinión de la mayoría o pueden desembocar en un escándalo
político, utiliza la parresía.
Si, durante un juicio, se dice algo que puede ser utilizado
en contra de uno, no se está utilizando la parresía a pesar del hecho de que se
es sincero, de que se cree que lo que se dice es verdadero, y de que se está
poniendo en peligro uno mismo hablando de ese modo. Pues en la parresía el
peligro viene siempre del hecho de que la verdad que se dice puede herir o
enfurecer al interlocutor. De este modo, la parresía es siempre un `juego´
entre aquel que dice la verdad y el interlocutor. La parresía implicada puede
ser, por ejemplo, advertir al interlocutor de que debería comportarse de cierto
modo, o de que está equivocado en lo que piensa, o en la forma en que actúa,
etcétera.
Como ven, la función de la parresía no es demostrar la
verdad a algún otro sino que tiene la función de la crítica: la crítica del
interlocutor o del propio hablante. `Esto es lo que haces y esto es lo que
piensas; pero eso es lo que no deberías hacer ni pensar.´ `Esta es la forma en
que te comportas, pero ésa es la forma en que deberías comportarte.´ `Esto es
lo que he hecho, y estaba equivocado al hacerlo así.´ La parresía es una forma
de crítica, tanto hacia otro como hacia uno mismo, pero siempre en una
situación en la que el hablante o el que confiesa está en una posición de inferioridad
con respecto al interlocutor. El parresiastés es siempre menos poderoso que
aquel con quien habla. La parresía viene de `abajo´, como si dijéramos, y está
dirigida hacia `arriba´. Por eso, un antiguo griego no diría que un profesor o
un padre que critica a un niño utiliza la parresía. Pero cuando un filósofo
critica a un tirano, cuando un ciudadano critica a la mayoría, cuando un pupilo
critica a su profesor, entonces tales hablantes están utilizando la parresía.
En la parresía, decir la verdad se considera un deber. El orador que dice la
verdad a quienes no pueden aceptar su verdad, por ejemplo, y que puede ser
exiliado o castigado de algún modo, es libre de permanecer en silencio. Nadie
le obliga a hablar; pero siente que es su deber hacerlo.
Para resumir lo dicho hasta el momento, la parresía es una
forma de actividad verbal en la que el hablante tiene una relación específica
con la verdad a través de la franqueza, una cierta relación con su propia vida
a través del peligro, un cierto tipo de relación consigo mismo o con otros a
través de la crítica (autocrítica o crítica a otras personas), y una relación
específica con la ley moral a través de la libertad y el deber.
En la tradición socrático-platónica, la parresía y la
retórica se encuentran en fuerte oposición; y esa oposición aparece muy
claramente en el Gorgias, por ejemplo, en el que se encuentra la palabra
parresía. El discurso largo y continuo es un recurso retórico o sofístico,
mientras que el diálogo mediante preguntas y respuestas es típico de la
parresía; es decir, dialogar es una técnica importante para llevar a cabo el
juego parresiástico.
Plutarco, en sus Moralia, intenta responder a la pregunta:
¿cómo es posible reconocer a un verdadero parresiastés, a alguien que dice la
verdad? Y análogamente: ¿cómo es posible distinguir a un parresiastés de un
adulador? El título del texto es Cómo distinguir a un adulador de un amigo.
¿Por qué necesitamos, en nuestras vidas, tener algún amigo que desempeñe el
papel de parresiastés o de aquel que dice la verdad? La razón que ofrece
Plutarco se halla en el tipo predominante de relación que a menudo tenemos con
nosotros mismos, a saber, una relación de philautía o `amor propio´. Esta
relación de amor propio es, para nosotros, el fundamento de una persistente
ilusión acerca de lo que en realidad somos: `Siendo cada uno mismo el principal
y más grande adulador de sí mismo, admite sin dificultad al de afuera como
testigo, juntamente con él, y como autoridad aliada garante de las cosas que
piensa y desea´.
Somos nuestros propios aduladores, y es para desactivar esta
relación espontánea que tenemos con nosotros mismos, para librarnos a nosotros
mismos de nuestra philautía, para lo que necesitamos un parresiastés. Pero es
difícil reconocer y aceptar a un parresiastés. Pues no sólo es difícil
distinguir a un verdadero parresiastés de un adulador; sino que, además, a
causa de nuestra philautía, no nos interesa reconocer a un parresiastés. De
modo que lo que está en juego es determinar los criterios indudables que nos
permitan distinguir al auténtico parresiastés del adulador que `representa el
papel del amigo con la gravedad del trágico´. Plutarco propone dos criterios
principales. Primero, hay una conformidad entre lo que dice el auténtico
parresiastés y el modo en que se comporta –se puede confiar en Sócrates como
parresiastés sobre el valor, puesto que Sócrates fue realmente valiente–. Hay
un segundo criterio: la estabilidad y firmeza del verdadero parresiastés: `Si
se alegra con las mismas cosas siempre y alaba las mismas cosas, y si dirige y
ordena su propia vida hacia un único modelo. El adulador, por no tener una sola
mirada de su carácter, ni vivir una vida elegida para él mismo sino para otros,
y modelándose y adaptándose para otro, no es simple ni uno sino variado y
complicado, por correr y cambiar de forma como el agua, vertida de uno a otro
contenido, según sean los que lo reciben´.
Por supuesto, hay muchas otras cosas interesantes que decir
sobre este texto. Desearía, empero, subrayar dos temas principales. En primer
lugar, el tema del autoengaño y sus vínculos con la philautía. En el texto de
Plutarco pueden ver que su noción de autoengaño, como consecuencia del amor
propio, es algo muy distinto de la situación de quienes ignoran su propia falta
de conocimiento de sí –un estado que Sócrates intentó superar–. La concepción
de Plutarco hace hincapié en el hecho de que no sólo somos incapaces de saber
que no sabemos nada sino que además somos incapaces de saber, exactamente, qué
somos.
Un segundo tema que desearía acentuar es la firmeza de
ánimo. Hay una relación obvia entre estos dos temas –el del autoengaño y el de
la constancia o la persistencia de ánimo–. Pues destruir el autoengaño y
adquirir y mantener continuidad de ideas son dos actividades ético-morales que
están vinculadas una con otra. El autoengaño que impide saber quién o qué se
es, y todos los cambios en los pensamientos, sentimientos y opiniones que
obligan a moverse de un pensamiento a otro, de un sentimiento a otro, o de una
opinión a otra, demuestran esta vinculación. Ya que si se es capaz de discernir
exactamente qué se es, entonces se permanecerá en el mismo punto, y nada podrá
cambiarle a uno. Pero si se es cambiado por alguna clase de estímulo,
sentimiento pasión, etc., entonces no se es capaz de permanecer fiel a uno
mismo, se es dependiente de algo otro, se es conducido a intereses diversos y,
consecuentemente, no se es capaz de mantener una completa posesión de uno
mismo.
En un texto de Galeno –el famoso médico de finales del siglo
II– se puede ver el mismo problema: ¿cómo es posible reconocer a un auténtico
parresiastés? Galeno plantea esta cuestión en su ensayo La diagnosis y la cura
de las pasiones del alma, donde explica que para liberarse de sus propias
pasiones, un hombre necesita a un parresiastés; tal como ocurría en Plutarco un
siglo antes, la philautía, el amor propio, es la raíz del autoengaño: `Vemos
los defectos de los otros, pero permanecemos ciegos a aquellos que nos atañen a
nosotros mismos. Platón dice que el amante es ciego cuando se trata del objeto
de su amor. Si, por lo tanto, cada uno de nosotros se ama a sí mismo por encima
de todas las cosas, debe estar ciego en lo que a él mismo respecta. (…) Cuando
un hombre no saluda por su nombre al poderoso ni al rico, cuando no los visita,
cuando no cena con ellos, cuando vive una vida disciplinada, cabe esperar que
ese hombre diga la verdad; intenta, además, alcanzar un conocimiento más
profundo del tipo de hombre que es (y esto se logra a través de una larga
convivencia). Si encuentras hombre semejante, llámale y habla un día con él en
privado; pídele que te muestre inmediatamente cuanto de las pasiones que hemos
mencionado vea en ti. Dile que estarás más agradecido por este servicio y que
le tendrás por tu salvador en mayor medida que si te hubiera salvado de una
enfermedad de tu cuerpo. Consigue que prometa descubrirte todo esto siempre que
te vea afectado por cualquiera de las pasiones que he mencionado´.
En este texto, el parresiastés –que todo el mundo necesita
para librarse de su autoengaño– no necesita ser un amigo, alguien a quien se
conozca, alguien con quien se tenga trato. Y esto constituye, creo yo, una
diferencia muy importante entre Galeno y Plutarco. En Plutarco, Séneca y la
tradición que procede de Sócrates, es siempre necesario que el parresiastés sea
un amigo. Y esta relación de amistad estaba siempre en la base del juego
parresiástico. Por lo que sé, con Galeno, por primera vez, no es necesario que
el parresiastés sea un amigo. En realidad, nos dice Galeno, es mucho mejor que
el parresiastés sea alguien a quien no conozcamos, con el fin de que sea
completamente neutral. Un buen parresiastés que nos dé consejos honestos sobre
nosotros mismos no debe odiarnos, pero tampoco debe amarnos. Un buen
parresiastés es alguien con quien no se ha tenido previamente ninguna relación
particular.
Michel Foucault
Extractado de Discurso y verdad en la antigua Grecia,
conferencias dictadas en la Universidad de Berkeley en 1983, de próxima
aparición (editorial Paidós).
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