La marea llegaba, hacía su trabajo.
Y el pozo que tanto nos había costado,
inmediatamente se llenaba.
Las huellas se iban sin nosotros,
al igual que la palita, el balde de colores.
A cambio de estas cosas, la marea
nos dejaba piedras, caracoles,
alguna que otra medusa,
una raya muerta. La efervescencia
de la espuma sacudida por la brisa.
Y el sol precipitándose como una moneda
en la alcancía del crepúsculo.
No existía otro tipo de comercio.
Éramos ricos, poderosos.
Todo lo que ahora creemos poseer,
nos faltaba. Y todo aquello que
verdaderamente teníamos y que
parecía tan poco, se fue
perdiendo en las mudanzas.
Será cuestión de hacer otro
pozo en la arena; meternos adentro.
Y esperar.
Gustavo Caso Rosendi
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