El acto de prender la llama del calefón,
resulta semejante a encender
el fuego de un poema.
Se debe esperar unos segundos
para que el piloto no se apague.
Y regular, a ojo, la temperatura
que va a tener el agua. Luego
habrá que desnudarse
y meterse en la bañera. Abrir
la ducha y esperar a saber
si lo que hicimos estuvo bien,
o mal. Si la piel tiende más al rojo,
o al azul; o si sigue siendo del color
que tuvo antes. Y, si debajo
de la lluvia se ha producido esa
sensación de bienestar fetal, que,
nunca debiera faltar.
Sentirse limpio. Calmo.
Recién ahí, atrevernos
a cantar.
Gustavo Caso Rosendi
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