domingo, 1 de junho de 2014

Wojciech Jaruzelski

Apenas me había sentado delante del general Wojciech Jaruzelski y ya me lanzó la primera reprimenda: “¡Ya veo que no se ha leído ni uno solo de mis libros”, dijo agitando el papel en el que su secretaria le había adelantado las preguntas que le iba a hacer. Era verano de 2009, y al último líder de la Polonia comunista, enterrado hoy viernes en Varsovia, le quedaban todavía fuerzas para defender su legado: “Con la ley marcial de 1981 evité una invasión de la URSS”.

A Jaruzelski le tocó ser el ‘poli’ malo del derrumbe del telón de acero. Polonia fue uno de los países donde primero prendió la agitación ciudadana y él optó por reprimirla con el ejército y suprimiendo algunas libertades. Esa decisión costó decenas de vidas, tal y como él se temía: "Antes de dictar la ley marcial pensé en suicidarme”, rememoraba en su despacho del centro de Varsovia.
Pero su papel histórico tiene un reverso. Haber facilitado el tránsito hacia la apertura del régimen político polaco. Fue un camino pedregoso, pero acabó bien gracias a que “la democracia fue la anestesia de los dolores del capitalismo”.

Llegaron las primeras elecciones y el comunismo se estrelló, aunque no sólo por la desconfianza hacia Rusia: “No olvide que el Manifiesto Comunista no se escribió a las orillas del Volga sino junto al Rin”. Jaruzelski rechazaba las teorías de los sociólogos que cuestionaban el poso comunista en Polonia: “Para tomar la temperatura del cuerpo se usa un termómetro, pero no existe un artilugio similar para definir cómo es de comunista una sociedad”.

Su propia historia personal fue la de un líder comunista improbable: “Me criaron con un espíritu antirruso y fui deportado a Siberia, donde murió mi padre y viví muchas situaciones difíciles, pero nunca dejé de evolucionar y de pensar en las aspiraciones de Polonia en esa época, y en cómo el comunismo podía acabar con las desigualdades”. Lo mismo le pasó “con la actitud hacia la Iglesia, porque me criaron en una familia muy católica y acabé alejándome de ella, como ateo”.

En la cima del poder lidió con líderes soviéticos muy dispares: “Leonid Brézhnev era de otra época y reflejaba la vieja manera de entender el mundo, en lo que se refiere a su manera de pensar era el equivalente a un fósil”. Aquel líder soviético murió en el poder a los 85 años: “Esas edades eran lo habitual. En esa época contábamos un chiste negro diciendo que en la Plaza Roja había habido una demostración de fuerza consistente en que el líder del partido subió a la tribuna sin ayuda”.

Entonces llegó Gorbachov, y “empezó una nueva era”. Su primera conversación juntos “duró cinco horas y fue un mes después de que llegara al poder”. Fue una charla sin intérpretes, en ruso “y muy honesta, como dos compañeros… antes eso era imposible”. Desde el principio estuvieron de acuerdo en que “había que hacer reformas profundas y encontramos una gran resistencia en la estructura del Gobierno”.

Jaruzelski ha muerto con la sensación de que ni en Occidente ni en Rusia se ha sabido ponderar lo delicado de aquellos últimos años: “Lo que llamaban Guerra Fría era el contraste de dos fuerzas militares; sin suavizar esa guerra fría era imposible que el ambiente se relajase en todo lo demás, y Gorbachov puso en marcha una política muy impopular de reducir el tamaño del ejército, un plan que llevaba mi apellido como nombre”.
El papel de la Iglesia en esta recta final del comunismo en Polonia fue crucial, pero Jaruzelski nunca vio a Juan Pablo II como un enemigo: “¡Tuve hasta ocho entrevistas con el Papa! Pocos obispos pueden decir esto, y poco importa el hecho de que yo sea ateo. Por supuesto, él estaba en contra del comunismo, pero era un gran realista y, al contrario que muchos radicales de la Iglesia, no pensaba que pudiésemos hacer las reformas rápido. Apoyaba nuestra estrategia de ir paso a paso”.

El hecho de que ambos hombres fueran polacos tendió algunos puentes: “En una de nuestras primeras charlas, en 1983, me dijo ‘general, sé que el socialismo es lo que hay, pero debe tener un rostro humano’. Y en 1987 dijo ‘la providencia nos mandó a Gorbachov’. Sobre esto tengo mis dudas como ateo, obviamente”. Al decir esto fue la única vez que Jaruzelski rió durante nuestra entrevista.

Hay algunos políticos que dicen que acabaron con el comunismo con la ayuda del Papa. Pero para Jaruzelski “el comunismo cayó por muchas razones, pero sobre todo por la dificultad de buscar la solución adecuada en la realidad”.

Llegó un momento en el que Jaruzelski se dio cuenta de que el sistema se había colapsado. “Me di cuenta, creo, después del referéndum que organizamos en 1987. Se nos consideraba un país totalitario, ¿pero qué régimen totalitario organiza un referéndum?” Después llegaron las primeras elecciones. Y la mayoría de la gente votó a la oposición, a Solidaridad. El resto de la historia es conocida, aunque el balance es controvertido.

Antes de despedirnos, otra confidencia: “Algunas de las reformas polacas se podrían haber hecho antes pero tuve en mente la máxima de Hipócrates: ‘Primum non nocere’. No quería hacer nada malo contra Gorbachov, porque si él caía se derrumbaría todo el sistema”.


Ria/Novosti 2/6/2014

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