quarta-feira, 26 de junho de 2019

01 de Abril


A mentira confunde .
A verdade esclarece.

A mentira é oportunismo.
A verdade é compromisso.

A mentira tem interesses.
A verdade interessa.

A mentira vende fácil.
A verdade custa caro.

A mentira tem um dia .
A verdade tem 365.

O Estado de São Paulo. 01 de Abril de 2019

terça-feira, 11 de junho de 2019

Orhan Pamuk e a criação do romance



Trecho da entrevista do escritor turco Orhan Pamuk - vencedor do Prêmio Nobel de Literatura de 2006 - concedida ao "El País", do Uruguai (link): o processo de criação de um romance. Tradução livre.



E: Quais passos segue para escrever um romance?

O. P.: A melhor parte é quando aparece a ideia para um romance, coisa que me acontece sempre. Mas, depois, há muito trabalho pela frente. Vou anotando apontamentos num caderno, embaralhando a possibilidade de que tudo se torne um romance. Durante anos, sigo nesse processo, e uma parte da minha mente está sempre pendente nisso. Penso em muitos romances, enquanto estou escrevendo um. Até que, por fim, aquela ideia amadurece, entre tantas outras. E aí surge um desejo enorme de escrever esse romance. Sonhar com um livro que ainda não foi escrito é como sonhar com outro planeta. Há um desejo muito forte por querer ir até lá, a felicidade está nesse outro planeta. Eu escrevo porque não sou muito feliz na vida cotidiana. E é um sentimento muito forte, a necessidade de escrever esse novo romance: um desejo de identificar-se com seu personagem, e ver como as coisas vão mudando à medida em que alguém as escreve.


sexta-feira, 7 de junho de 2019

Una conflagración imperfecta



Ambrose Bierce

Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época. Esto ocurrió antes de mi casamiento, cuando vivía con mis padres en Wisconsin. Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de nuestra casa, dividiendo el producto de un robo que habíamos cometido esa noche. Consistía, en su mayor parte, en enseres domésticos, y la tarea de una división equitativa era dificultosa. Nos pusimos de acuerdo sobre las servilletas, toallas y cosas parecidas, y la platería se repartió casi perfectamente, pero ustedes pueden imaginar que cuando se trata de dividir una única caja de música en dos, sin que sobre nada, comienzan las dificultades. Fue esa caja musical la que trajo el desastre y la desgracia a nuestra familia. Si la hubiéramos dejado, mi padre podría estar vivo ahora.
Era una exquisita y hermosa obra de artesanía, incrustada de costosas maderas, curiosamente tallada. No sólo podía tocar gran variedad de temas, sino que también silbaba como una codorniz, ladraba como un perro, cantaba como el gallo todas las mañanas -se le diera cuerda o no- y recitaba los Diez Mandamientos. Fue esta última maravilla la que ganó el corazón de mi padre y lo llevó a cometer el único acto deshonroso de su vida, aunque posiblemente hubiera cometido otros si le hubiera perdonado ese: trató de ocultarme la caja aunque yo sabía muy bien que, en lo que le concernía, el robo había sido llevado a cabo principalmente para conseguirla.

Mi padre tenía la caja de música escondida bajo la capa; habíamos usado capas como disfraz. Me había asegurado solemnemente que no la había tomado. Yo sabía que sí, y sabía algo que, evidentemente, él ignoraba: o sea, que la caja cantaría con la luz del día y lo traicionaría si me era posible prolongar la división de bienes hasta esa hora. Todo ocurrió como yo lo deseaba: cuando la luz de gas empezó a palidecer en la biblioteca y la forma de las ventanas se vio oscuramente tras las cortinas, un largo cocorocó salió de abajo de la capa del caballero, seguido de algunos compases del aria de Tannhäuser y finalizando con un sonoro clic. Sobre la mesa, entre nosotros, había una pequeña hacha de mano que habíamos usado para penetrar en la infortunada casa; la tomé. El anciano, viendo que ya de nada servía esconderla por más tiempo, sacó la caja de música de entre su capa y la puso sobre la mesa.

-Córtala en dos si así la prefieres -dijo-. He tratado de salvarla de la destrucción.

Era un apasionado amante de la música y tocaba la armónica con expresión y sentimiento.

Dije:

-No discuto la pureza de sus motivos: sería presunción de mi parte querer juzgar a mi padre. Pero los negocios son los negocios; voy a efectuar la disolución de nuestra sociedad a menos que usted consienta en usar en futuros robos un cascabel.

-No -dijo después de reflexionar un momento- no, no podría hacerlo, parecería una confesión de deshonestidad. La gente diría que desconfías de mí.

No pude dejar de admirar su temple y su sensibilidad; por un momento me sentí orgulloso de él y dispuesto a disimular su falta, pero un vistazo a la enjoyada caja de música me decidió, y, como ya lo dije, saqué al anciano de este valle de lágrimas. Una vez hecho, sentí una pizca de desasosiego. No sólo era mi padre -el autor de mis días- sino que sin dudas el cadáver sería descubierto. Era ya pleno día y en cualquier momento mi madre podía entrar a la biblioteca. Bajo tales circunstancias consideré que lo prudente era suprimirla a ella también, cosa que hice. Pagué luego a todos los sirvientes y los despedí.

Esa tarde fui a ver al Jefe de Policía, le conté lo que había hecho y le pedí consejo. Me hubiera resultado muy penoso que los acontecimientos tomaran estado público. Mi conducta hubiera sido unánimemente condenada y los periódicos la usarían en mi contra si alguna vez obtenía un cargo de gobierno. El Jefe comprendió la fuerza de estos razonamientos; él era también un asesino de amplia experiencia. Después de consultar con el Juez que presidía la Corte de Jurisdicción Variable, me aconsejó esconder los cadáveres en uno de los libreros, tomar un fuerte seguro sobre la casa y quemarla. Cosa que procedí a hacer.

En la biblioteca había un librero que mi padre había comprado recientemente a un inventor chiflado y que no había llenado de libros. El mueble tenía la forma y el tamaño parecidos a esos antiguos roperos que se ven en los dormitorios que no tienen armarios, pero se abría de arriba abajo como un camisón de señora. Tenía puertas de vidrio. Había amortajado a mis padres y ya estaban bastante rígidos como para mantenerse erectos, de modo que los puse en el librero, del que ya había sacado los estantes. Cerré la puerta con llave y pinché unas cortinitas en las puertecitas de vidrio. El inspector de la compañía de seguros pasó media docena de veces frente al mueble sin sospechar nada.

Esa noche, después de obtener mi póliza, prendí fuego a la casa. A través de los bosques me dirigí a la ciudad, que distaba dos millas, en donde me las arreglé para encontrarme en el momento en que la excitación causada por el fuego estaba en su punto más alto. Con gritos de aprehensión por la suerte de mis padres me uní a la multitud y llegué con ellos al lugar del incendio, unas dos horas después de haberlo provocado. La ciudad entera estaba allí cuando llegué precipitadamente. La casa estaba completamente consumida, pero en el extremo del lecho de encendidas ascuas, enhiesto e incólume, se veía el librero. El fuego había quemado las cortinas, pero dejó a la vista las puertas de vidrio, a través de las cuales la fiera luz roja iluminaba el interior. Allí estaba mi querido padre "igualito a cuando vivía", y al lado su compañera de pesares y alegrías. No tenían ni un pelo chamuscado y las vestimentas estaban intactas. Conspicuas eran las heridas de sus cabezas y gargantas, que en la prosecución de mis designios me había visto obligado a infligirles. La gente guardaba silencio como en presencia de un milagro. El espanto y el terror habían atado todas las lenguas. Yo mismo me sentía muy afectado.

Unos tres años después, cuando los acontecimientos aquí relatados habíanse borrado casi de mi memoria, fui a Nueva York para ayudar a pasar algunos bonos estadounidenses falsos. Cierto día, mirando distraídamente una mueblería, vi una réplica exacta de mi librero.

-Lo compré por una bicoca a un inventor que abandonó el oficio -me explicó el vendedor-. Decía que era a prueba de fuego porque los poros de la madera fueron rellenados a presión hidráulica con alumbre y el vidrio está hecho de asbesto. No creo que sea realmente a prueba de fuego... se lo puedo dar al precio de un librero común.

-No -le dije- si usted no puede garantizar que es a prueba de fuego, no lo llevaré.

Y le di los buenos días.

No lo hubiera llevado a ningún precio, me despertaba recuerdos sumamente desagradables.

FIN

Como comecei a escrever





Aí por volta de 1910 não havia rádio nem televisão, e o cinema chegava ao interior do Brasil uma vez por semana, aos domingos. As notícias do mundo vinham pelo jornal, três dias depois de publicadas no Rio de Janeiro. Se chovia a potes, a mala do correio aparecia ensopada, uns sete dias mais tarde. Não dava para ler o papel transformado em mingau.

Papai era assinante da "Gazeta de Notícias", e antes de aprender a ler eu me sentia fascinado pelas gravuras coloridas do suplemento de domingo. Tentava decifrar o mistério das letras em redor das figuras, e mamãe me ajudava nisso. Quando fui para a escola pública, já tinha a noção vaga de um universo de palavras que era preciso conquistar.

Durante o curso, minhas professoras costumavam passar exercícios de redação. Cada um de nós tinha de escrever uma carta, narrar um passeio, coisas assim. Criei gosto por esse dever, que me permitia aplicar para determinado fim o conhecimento que ia adquirindo do poder de expressão contido nos sinais reunidos em palavras.

Daí por diante as experiências foram-se acumulando, sem que eu percebesse que estava descobrindo a literatura. Alguns elogios da professora me animavam a continuar. Ninguém falava em conto ou poesia, mas a semente dessas coisas estava germinando. Meu irmão, estudante na Capital, mandava-me revistas e livros, e me habituei a viver entre eles. Depois, já rapaz, tive a sorte de conhecer outros rapazes que também gostavam de ler e escrever.

Então, começou uma fase muito boa de troca de experiências e impressões. Na mesa do café-sentado (pois tomava-se café sentado nos bares, e podia-se conversar horas e horas sem incomodar nem ser incomodado) eu tirava do bolso o que escrevera durante o dia, e meus colegas criticavam. Eles também sacavam seus escritos, e eu tomava parte nos comentários. Tudo com naturalidade e franqueza. Aprendi muito com os amigos, e tenho pena dos jovens de hoje que não desfrutam desse tipo de amizade crítica.

Carlos Drummond de Andrade

(extraído de "Para Gostar de Ler, vol. 4", ed. Ática)

quarta-feira, 5 de junho de 2019

Furador Maldito




Destravaram o AK e fuziu G3

E botamos mané de novo pra correr

Eles tentaram de novo

O bagulho fiko loco



Foram vários pipocos e levaram no coco

E desceram de novo por causa do tri pé

É o furador maldito lá do marapé

Destravei o furador minha grock e apd

Nós botamos mané de novo pra correr

Marapé é o terror minha área é um lazer

Lá na ponta da T.G

Tiro onda e lazer mas sempre proceder

To nessa vida loka pra matar ou morrer

Zé povinho se espanta quando o furador canta

Pra por na atividade essa é a minha banca



Salve Régis, Orelha, o Rato e o Bota

Clayton e o Coca no Bonde apavora

Marquinho, Luciano o Marcio e o Gui

Cajuzinho Isnube é nóis pra invadir



Marinheiro Pepinha, Netinho e o Chininha

Beijão no coração do meu irmão Carequinha

R.A fé em Deus mas puro apareceu

Logicamente as coisas de nós pá correu



Sandro, Bu, e o Julinho, Pacote e Pacotinho

Jhonata e Leonardo convoco nós neguinho

Renato, Thiaguinho, J.R manuca

Ta cá cuca loca ta lelé da cuca



Vladimir e Guilherme, Jaiminho e Moreira

Se quer fumar o do bom acende lá na Pedreira

São manos sossegados e trabalhador

Bandido e criminoso que botam terror



Se quiser conhecer a nossa quebrada

X9 caiu duro no chão de canta bala

Se chegar na humildade vai se bem recebido

Asfalto boladão os gambé tão em perigo



Destravei o furador minha grock e apd

Nós botamos mané de novo pra correr

Marapé é o terror minha área é um lazer

Lá na ponta da T.G



Tiro onda e lazer mas sempre proceder

To nessa vida loka pra matar ou morrer

Zé povinho se espanta quando o furador canta

Pra por na atividade essa é a minha banca



Destravaram o AK e fuziu G3

E botamos mané de novo pra correr

Eles tentaram de novo

O bagulho fiko loco



Foram vários pipocos e levaram no coco

E desceram de novo por causa do tri pé

É o extremo boladão Mc Duda do Marapé

Destravei o furador minha grock e apd

Nós botamos mané de novo pra correr

Marapé é o terror minha área é um lazer

Lá na ponta da T.G

               
 Letra: MC Duda do Marapé

El fingimiento feliz (o la ficción afortunada)




Marqués de Sade

Hay muchísimas mujeres que piensan que, con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden al menos permitirse, sin ofender a su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si su caída hubiera sido completa. Lo que le ocurrió a la marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.

Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas galantes, escritas y recibidas por ella y por el barón de Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas; y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó... El señor de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella y se apodera de una carta; al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas. Coge una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer...

-Señora, he sido traicionado -le ruge enfurecido-; leed este billete: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.

La marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.

-¡Ya no me convenceréis, pérfida! -le contesta el marido furibundo-, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante este arma os privará de la luz del día.

La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.

-¡Deteneos! -le dice su esposo cuando ya ha bebido parte-, no pereceréis sola; odiado por vos, traicionado por vos, ¿qué querríais que hiciera yo en el mundo? -y tras decir esto bebe lo que queda en el cáliz.

-¡Oh, señor! -exclama la señora de Guissac-. En terrible trance en que nos habéis colocado a ambos, no me neguéis un confesor ni tampoco el poder abrazar por última vez a mi padre y a mi madre.

Envían a buscar en seguida a las personas que esta desdichada mujer reclama, se arroja a los brazos de los que le dieron la vida y de nuevo protesta que no es culpable de nada. Pero, ¿qué reproches se le pueden hacer a un marido que se cree traicionado y que castiga a su mujer de tal forma que él mismo se sacrifica? Sólo queda la desesperación y el llanto brota de todos por igual. Mientras tanto llega el confesor...

-En este atroz instante de mi vida -dice la marquesa- deseo, para consuelo de mis padres y para el honor de mi memoria, hacer una confesión pública -y empieza a acusarse en voz alta de todo aquello que su conciencia le reprocha desde que nació.

El marido, que está atento y que no oye citar al barón de Aumelach, convencido de que en semejante ocasión su mujer no se atrevería a fingir, se levanta rebosante de alegría.

-¡Oh, mis queridos padres! -exclama abrazando al mismo tiempo a su suegro y a su suegra-, consolaos y que vuestra hija me perdone el miedo que le he hecho pasar, tantas preocupaciones me produjo que es lícito que le devuelva unas cuantas. No hubo nunca ningún veneno en lo que hemos tomado, que esté tranquila; calmémonos todos y que por lo menos aprenda que una mujer verdaderamente honrada no sólo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.

La marquesa tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para recobrarse de su estado; se había sentido envenenada hasta tal punto que el vuelo de su imaginación le había ya hecho padecer todas las angustias de muerte semejante.

Se pone en pie temblorosa, abraza a su marido; la alegría reemplaza al dolor y la joven esposa, bien escarmentada por esta terrible escena, promete que en el futuro sabrá evitar hasta la más pequeña apariencia de infidelidad. Mantuvo su palabra y vivió más de treinta años con su marido sin que éste tuviera nunca que hacerle el más mínimo reproche.

FIN

Reflexões sobre a tragédia




As tragédias são sempre uma grande oportunidade para a reflexão e transformações. Nem sempre isso acontece. As vitimas apenas sofrem e os cínicos oportunistas, como os predadores e carniceiros, estão sempre à espreita de oportunidades! No Brasil, criaturas dessa qualidade são sempre os representantes das mais elevadas e nobres causas! Estão sempre de prontidão com o seu inesgotável repertorio discursivo da cartilha politicamente correta de idéias, ideais, propostas, projetos, estudos, pesquisas, tudo no balcão a disposição, prontos para serem negociados no momento oportuno. Ele chegou no ultimo dia 07, pelas mãos de um jovem infeliz cheio de ódio e balas! Desde então muito já foi dito e especulado sobre esse rapaz e as suas razões, por incontáveis especialistas e oportunistas. Vou mudar o foco, vou falar das conseqüências políticas. Domínio por excelência das nobres virtudes, campo das grandes propostas, projetos, idéias e, sobretudo, dos elevados recursos públicos! Essa é a questão, simples assim, recursos financeiros e capital político, apenas!

No ápice da comoção, no estupor causado pela tragédia é que os especialistas em “mobilizar”, sobretudo, recursos financeiros, se organizam em torno de interesses comuns pouco ortodoxos. Nessas oportunidades, em defesa das nobres causas - bem comum, interesse público, direitos - grupos especializados ligados a setores políticos envidam todos os meios e esforços – subsídios, incentivos, apoio, recursos públicos. A excepcionalidade da tragédia impõem medidas de exceção, proporcionando facilidades e/ou desobrigando os administradores dos recursos públicos e os seus “parceiros” de se submeterem a determinadas exigências técnicas ou legais. O “calcanhar de Aquiles” da trama, porem, não é a tragédia, é a tradição. Assim, se supõem que determinados grupos e/ou extratos sociais dispõem de prerrogativas morais, desígnios superiores inerentes a própria condição de classe, profissão, confissão ou tradição lhe asseguram idoneidade, lisura, honestidade, integridade, confiança. Insuspeitos, estão dispensados de submeterem-se a controles ou fiscalização. Conforme sejamos avessos a universalidade e impessoalidade das regras, submeter-se representa uma perseguição constrangedora!

A nossa tradição determina uma maior tolerância com determinados grupos e/ou extratos sociais sob certas circunstancias e em algumas ocasiões. A indistinção entre publico e privado se estende a indiferença da sociedade ao patrimônio público, complementando, naturalmente, a dispensa à fiscalização e o controle. A base de sustentação dessa urdidura, em termos de assegurar legitimidade, se dá na cooptação de amplos setores sociais – sociedade civil, iniciativa privada, setores políticos, administração pública. A capilarização do esquema garante maior complexidade na medida em que se compartilham, alem de interesses,  responsabilidades.  

A tradição determina parâmetros estabelecidos por vínculos de confiança e lealdade entre os envolvidos para alem das afinidades e interesses. A despeito do maior envolvimento de setores sociais - isso se explica, de um lado por exigências de legitimidade impostas pelo contexto democrático e, de outro para garantir a adesão popular - não são democráticos, não agregam, são restritos e fechados. Nesse sentido, não se renovam, nem os grupos e/ou extratos sociais, tampouco as suas práticas, ao contrário, perpetuam-se.  Sempre os mesmos, sempre mais do mesmo, reciclados ou adaptados - exercício de aperfeiçoamento das aparências, perfumaria, tautologia -, conforme as tendências estabelecidas pela cartilha politicamente correta, o gosto pela indolência intelectual e a mediocridade política. A incorporação de outros grupos ou setores sociais e políticos se dá de acordo com necessidades ou interesses, sendo valorizados como pontos de apoio para sustentação, acesso e manutenção dos canais de acesso ao poder e ao fundo público.

Os movimentos sociais não são toda a sociedade - muito menos o povo! -, a expansão da sociedade civil organizada não corresponde à maior participação popular, o incremento das políticas sociais e instituições democráticas não asseguram o exercício da cidadania, o constitucionalismo nominal não representa maior adesão à democracia e o maior volume de investimentos e recursos não garante a qualidade e a eficácia das políticas públicas.  A tradição é a tragédia.

Mario Miranda Antonio Junior
Sociólogo – FESPSP.Pós em Direitos Humanos – USP



Visión agorera



No puedo imaginar qué hora sería, ni asegurara encontrarme en noche o madrugada, pero se me antojaba que me había levantado poco tiempo ha. Una modorra singular, pesada, morbosa, entorpecía mi cerebro. Al mismo tiempo experimentaba yo algún disgusto muy hondo, alguna pena abrumadora, más érame imposible recordar sus causas. Nada, ni un mezquino detalle estaba presente en mi memoria. En vano me esforzaba en escudriñar las obscuridades de mi imaginación, buscando alguna remembranza aun no totalmente evaporada. Fue inútil. Sólo alcanzaba aumentar mi frenesí, mi honda amargura.

El día estaba triste. Abovedaba el cielo un nubarrón gris obscuro, que transmitía avaramente una claridad mortecina.

Me vino la sospecha de que estaría nevando y para cerciorarme salí a la ventana, y derramé al exterior la mirada de mis ojos turbios. Largo rato hube de parpadear antes de convencerme de que no había nieve por ninguna parte. Mis percepciones eran sordas y penosas. Permanecí allá, contemplando la negrura de las selvas que se extendían delante de mí, y dije a mis adentros: «Son los bosques de Montnegre... ¡Ah! ¡me encuentro en el más!» Y como si no estuviese muy seguro repetí en voz alta: «Sí, sí... me encuentro en el más Sábat».

Imaginando que tal vez la soledad me impresionaba, anduve en busca de seres humanos. Entré en la cocina; una cocina espaciosa, negra, ahumada, de piso agreste y altísimo techo de cañas tiznadas. Allí, bajo el ancho vuelo acampanado del hogar, vi sentados en el banco al masovero1 y la masovera, con los brazos doblados sobre el pecho sin decir palabra, graves, cabizbajos y devorados por yerta amarillez. Por el movimiento casi imperceptible de sus labios comprendí que rezaban. ¿Sería huella de lágrimas la claridad que serpenteaba por las facciones de la masovera? Allí cundía un desusado quebranto, que yo sentía también aunque no recordase el motivo.

Mientras examinaba aquella escena amilanado como no es decible, mis ojos dieron en el fondo de un pasadizo con la figura esbelta, grave y melancólica de mi madre. Etérea y blanquecina, la afable dama se me allegó, me abrazó y estampó en mi frente un dilatado beso. Sus labios eran finos como la morada lantanea mojada por el rocío de noviembre. Sus ojos grandes y serenos decían una tristeza incomprensible. Me eché a llorar en sus brazos... sin saber por qué.

-Imposible detenernos más -dijo a media voz. Y ambos salimos de casa, y anduvimos, anduvimos... Recuerdo que el aire estaba completamente inmóvil. Las hojas secas de chopos y carolinas caían aplomadas como pájaros muertos. ¿A dónde nos encaminábamos por la ribera de aquellos torrentes solitarios?

Se aproximaban las selvas. Entramos en una falda de montaña tenebrosa y poblada de enormes alcornoques, decrépitos y harapientos. Aquel viejo alcornocal era el de Montigalá, un bosque improductivo que no se había destinado al carboneo porque los transportes superaban en coste a la mercadería. A los árboles gigantescos, abandonados, se les dejaba que fuesen muriendo por sus pasos contados, y acaso hacía más de un siglo que estaban enfermos. Yo conocía muy bien el añejo alcornocal de Montigalá, lugar pavoroso donde jamás había oído el gorjeo de un ave ni el canto de un leñador. Allí el aire estaba siempre húmedo, impregnado de tufos de atmósfera cerrada y olores de moho semejantes a los que se perciben en un albergue de miserables.

Mi madre, distanciada algunos pasos de mí, caminaba silenciosa, bajando la vertiente de la montaña. Yo la seguía torpemente mirando con estremecimientos los arbolazos caducos que retorcían sobre mi cabeza sus ramas contrahechas, cubiertas de un musgo prolongado y blanco como el pelo de un viejo. Roídos muchos de ellos a nivel del suelo por los insectos, bocelados por la carcoma, heridos y descortezados a trechos; minados algunos por podredumbres que les convertían la médula en una masa amarilla y blanda, deshecha al menor roce en un serrín impalpable como el tabaco en polvo; abollados otros por tumores monstruosos que estallaban soltando hilillos acuosos que se extendían por el suelo a guisa de complicados riachuelos; éstos vaciados por cavidades espantosas; aquellos hendidos de arriba abajo y con la mitad de los pesados miembros abatida a sus pies; pero todos colosales, llagados, cubiertos de polvo y telarañas presentaban un grandioso aspecto, de desolación que aterraba. Diríase que Dios los había condenado a un espantoso sufrir, sin permitirles aliento ni gemido.

¡Qué extenso, qué interminable me resultaba el alcornocal! Nunca me lo había parecido tanto; y la luz del día amenguaba como si la tarde desmayase más allá de las nubes. ¿Anochecía acaso? Yo tuve intención de hablar, de preguntar algo a mi madre, pero mi voluntad arrecida y sin tino no hallaba el resorte secreto que la pone en comunicación con los sentidos, y a pesar de mis esfuerzos, no surgía la voz en mi garganta contraída. ¡Qué angustia, Dios mío!

Mientras continuaba el descenso, vi allá a lo lejos, entre las malezas, a un hombre que bajaba con una maleta a cuestas. Esta visión me sugirió la idea de un viaje, de una ausencia penosa, de algo inevitable y desconsolador. ¡Pobre madrecita mía! ¿Sería ella quien partiese? ¿Y adónde?... ¿Aquella cabeza gris tan querida había de separarme del calor de mis besos? ¿Y por qué separarnos?... ¿Por qué?... Pesadamente, iba dando vueltas a estas preguntas en mi imaginación, y advertí a la sazón que nos acercábamos a la llanura brumosa y azulada; y mi madre apretó el paso, y yo también.

No sé por cuáles senderos penetramos allá, pero lo cierto es que al cabo de algún tiempo nos hallábamos en mitad de la llanura y ante la estación de una vía de ferrocarril que se perdía en el infinito. En aquel mismo instante llegaba el tren haciendo trepidar el suelo. Entonces, mi madre me abrazó temblando, y de pronto, deslizándose de mis brazos, después de breve carrera se precipitó en un vagón. Yo quise entrar en pos de ella, pero ella miró con terror, y cerrando la portezuela de un golpe gritaba:

-¡No, no!

Quedé despavorido. El tren se puso en marcha, fueron desfilando los vagones delante de mí, y tras los cristales pasaron unas rígidas figuras, unas caras pálidas, unas narices azuladas, unos ojos vidriosos... Después, ¡soledad!, ¡soledad absoluta!... Sentí rodar una gota de escarcha a lo largo del espinazo, y me asaltó la idea de la muerte.

Esta idea clara, horripilante, me despertó. Todo aquello no había sido más que un sueño, pero me impresionó de tal manera que me apresuré a marchar del más donde la pesadilla me había sorprendido. Volví, pues, a la costa, a mi casa solariega, y (muchos creerán que lo digo para producir un efecto artístico, mas no es así) encontré a mi madre enferma y la vi morir a los pocos días. ¿El sueño habría sido una sugestión, una advertencia misteriosa? No sé, pero estoy convencido de que hoy, como en tiempo de Hamlet, el cielo y la tierra ocultan muchas cosas a la miopía de los sabios.

FIN

1. Masovero: Labrador que, viviendo en masía ajena, cultiva las tierras anejas a cambio de una retribución o de una parte de los frutos.
Agradecemos a Jorge Almarales su aportación de este cuento a la Biblioteca Digital Ciudad Seva.

 Joaquim Ruyra