Interesante la marcha de ayer. Hay varias cosas para pensar
a partir de ella y creo que lo más interesante de todo son los lenguajes que
estuvieron en juego. Por un lado, uno encuentra que el espacio de expresión
existe y eso habla de cierto registro democrático que se hace presente a partir
de treinta y tantos años complejos, no carentes de conflictos por cierto, que
la sociedad argentina viene tramando poco a poco desde la dictadura. Por
ejemplo, los hilos que invocan memoria y justicia aparecieron en el formato pre
político que en conjunto marcó la marcha. No digo pre político en sentido
peyorativo sino descriptivo. No es menor, en segundo lugar, la composición de
la marcha y ciertos rituales que la definen: el respeto por los canteros, el
polimorfismo ideológico que a falta de expresión más certera llamamos derecha,
la capacidad de movilización que tienen ciertos medios con respecto a un
imaginario concreto de las clases medias y medias altas urbanas en el país,
entre otras cosas. Se le opuso durante el día un discurso sobre la proyección
internacional del país en el plano de la tecnología nuclear, podría haber sido
otra cosa, eso no importa, las industrias y el trabajo desplegado a partir del
control de ciertos procesos tecnológicos, etc. Es decir, hubo en circulación
dos discursos fuertemente morales, como todos los discursos en un punto, que se
dirigían uno a mostrar consecuencias, políticamente articulado, y el otro a
mostrar sobre un hecho de sangre (no sabemos de qué naturaleza todavía), los
rastros y restos de una expresión pre política que no acierta a estructurarse y
brindar confianza representacional. Es claro que uno puede hacer varias cosas cuando
se dan estas marchas, lo que no puede hacer es simular que no existieron. El
mayor riesgo se presenta allí, un riesgo que proponen por otra parte muchos de
los participantes de la caminata, a saber, hacer como que el otro no hace, no
produce eventos, no impacta en ningún plano, etc. De allí se deriva una demanda
real y concreta para la derecha argentina: la construcción de un discurso
complejo. Un discurso que desde quien enuncia pueda hacer algo más con los
restos con los que pacta actualmente. No basta cierta dimensión donde se
expresa indignación, no parece suficiente para una discusión democrática que
apenas un poco más allá de la superficie del discurso institucional emerjan las
sobre simplificaciones que produjeron en el orden simbólico y material de la
historia de este país las horas más sombrías, bajo nombres variados pero
similares en su función discursiva, los otros, los corruptos, los subversivos,
los zurdos, los fachos, los negros, los putos, los cabecitas, etc., etc. La
marcha de ayer, me parece, demostró que hay pocos lenguajes articulados en el
espacio relativamente heterogéneo que constituyó. Puede sonar extraño lo que
voy a decir dado que me considero en las antípodas de casi todo lo que allí
pasó, excepto, claro, de que es preciso explicar cómo murió el fiscal, de eso
no hay duda, pero, me parece, que como nunca antes es preciso imaginar fuera de
toda ilusión consesualista que casi siempre expresa una idea velada de
sumisión, que las derechas argentinas necesitan discursos articulados en la
experiencia democrática, no sólo restos que evoquen esa experiencia, sino una
articulación profunda que vaya más allá de los argumentos liberales
simplificados que la mayoría de sus intelectuales y voceros expresan. Un lugar
para comenzar, me permito sugerirles, es tensionar el discurso liberal con las
prácticas que llevan adelante, desandar los engarces incuestionados de
conservadurismo y pensamiento liberal, presionar sobre los límites de cierta
expresión refugiada en constitucionalismos mediocres e imaginarios chirles
sobre lo que llaman el "mundo". Salirse de la zona de confort pues.
Digo todo esto en defensa propia, porque queda claro desde hace mucho tiempo
que vivimos juntos y viviremos juntos, más allá o más acá de toda separación,
más allá y más acá de las brechas, hondonadas y demás metáforas. A menos, claro
está, que las tesis de Micky Vainilla y sucedáneos triunfen. Ya sabemos el
resultado de eso.
Alejandro de Oro
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