Ellos han remendado mis piernas y me han dado un puesto en
que puedo estar sentado: cuento las gentes que pasan por el nuevo puente. Les
da gusto atestiguar con número su habilidad, se embriagan con esa nada sin
sentido de un par de cifras, y todo el día, todo el día, marcha mi boca muda
como la maquinaria de un reloj, amontonando cifras sobre cifras, para
regalarles por la noche el triunfo de un número. Sus rostros resplandecen
cuando les comunico el resultado de mi turno de trabajo; cuanto más alto es el
número, tanto más resplandecen sus rostros y tienen motivo para acostarse
satisfechos en la cama, pues muchos miles pasan diariamente por su nuevo
puente... Pero sus estadísticas no están bien. Me da mucha pena, pero no están
bien. Soy un hombre en quien no se puede confiar, aunque entiendo que despierto
la impresión de lealtad.
En secreto me produce alegría quitarles uno de vez en
cuando, y luego también, cuando siento compasión, regalarles un par de más. Su
felicidad está en mi mano. Cuando estoy furioso, cuando no tengo nada que
fumar, indico solamente el término medio, algunas veces por debajo del término
medio, y cuando mi corazón late, cuando estoy contento, dejo que mi generosidad
fluya en un número de cinco cifras. ¡Son tan felices! Me arrancan en cada
ocasión el resultado de mi mano y sus ojos se iluminan y me dan palmaditas en
el hombro. ¡No sospechan nada! Y luego empiezan a multiplicar, dividir,
porcentualizar, yo no sé qué. Calculan cuántos pasarán hoy cada minuto por el
puente y cuántos pasarán en diez años por el puente. Aman el segundo futuro; el
segundo futuro es su especialidad y, sin embargo, me da mucha pena, todo eso no
concuerda...
Cuando mi pequeña amada pasa por el puente -y pasa dos veces
por día- mi corazón simplemente se detiene. El incansable latir de mi corazón
sencillamente se detiene, hasta que ella dobla hacia la avenida y desaparece. Y
todos los que pasan en ese tiempo, los silencio. Esos dos minutos me pertenecen
a mí, a mí solo, y no dejo que me los quiten. Y aun cuando ella al atardecer
regresa de su heladería -yo he sabido entretanto que trabaja en una heladería-
cuando pasa por el otro lado de la acera frente a mi boca muda, que tiene que
contar, contar, mi corazón se detiene de nuevo y comienzo de nuevo a contar,
cuando ya no la veo a ella. Y todos los que tienen la suerte de desfilar en
esos minutos ante mis ojos ciegos, no entran en la eternidad de las
estadísticas: hombres de sombra, mujeres de sombra, seres de la nada, que no
marcharán con los demás en el segundo futuro de las estadísticas...
Está claro que la amo. Pero ella no sabe nada de esto y no
quiero tampoco que lo sepa. No debe sospechar de qué modo tan increíble ella
anula todos los cálculos, y ella debe ser inocente y no sospechar nada, y con
sus largos cabellos castaños y sus tiernos pies marchar a su heladería, y ha de
recibir muchas propinas. La amo. Está clarísimo que la amo.
Recientemente me han supervisado. El camarada, que está
sentado al otro lado y tiene que contar los autos, me advirtió ya muy pronto y
yo hice maldito el caso. He contado como un loco; un cuentakilómetros no puede
contar mejor. El superestadístico en persona se colocó allá enfrente, al otro
lado, y ha comparado después el resultado de una hora con el resultado de mi
hora. Yo sólo tenía uno menos que él. Mi pequeña amada había pasado y jamás en
la vida hubiera hecho yo transportar a esa hermosa criatura al segundo futuro;
esa mi pequeña amada no debe ser multiplicada y dividida y ser transformada en
una nada porcentual. Mi corazón sangraba de tenerla que contar, sin poderla
seguir mirando, y al amigo de allá, el que tiene que contar los autos, le estoy
muy agradecido.
El superestadístico me ha dado palmaditas en el hombro y ha
dicho que soy bueno, confiable y fiel. "Errar uno en una hora", ha
dicho, "no es mucho. Sin embargo, tenemos en cuenta un cierto desgaste
porcentual. Solicitaré que sea usted trasladado a contar carros de caballos".
Carros de caballos es naturalmente una suerte.
Carros de caballos es una alegría como nunca antes.
Carros de caballos hay todo lo más veinticinco por día, y
hacer que cada media hora caiga el siguiente número en el cerebro, ¡es una
alegría! Carros de caballos sería magnífico. Entre cuatro y ocho no puede pasar
ningún carro de caballos por el puente, y podría ir a pasear o apresurarme a la
heladería, podría mirarla largamente o podría quizás llevarla un rato hacia
casa, a mi pequeña amada no numerada...
FIN
Heinrich Böll
Biblioteca Digital Ciudad Seva
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