sábado, 22 de abril de 2017

Mi chica Bolchevique


Era otoño cuando me arrastró a su revolución
aún ahora no sé de qué, ni por qué,
pero por ella hasta los infiernos de Dante.
Y era otoño como les dije, era abril,
y por nada era silencio, era un estallido
que hacía conmigo lo que quería.
Y era abril cuando comenzó a explotar sus inquietudes
y amar la estrella roja de Leningrado.
Mucho antes de los otoños,
y mucho antes que firmará sus manifiestos
con nombres de mujeres rusas de 1930
tenía un nombre cristiano como todos:
Paula la de los ojos melocotones.
Ojos extremos, las que no podían pasar por alto ninguna pena.
Me enamoré de su mirada pensativa.
¡No lo hagas!, gritaban, los de derecha.
Me enamoré de una chica bolchevique
que andaba en bohina protestando
en Plaza de Armas.
Recuerdo que era emocionante caminar por las avenidas
de la mano de esa mujer y verla esquivar bombas lacrimógenas,
los chorros de agua,
el cordón policial.
Mi chica Bolchevique creía en cosas imposibles,
tales como la igualdad y la caída del capitalismo.
Mis amigos sonreían al verme con ella.
Hablaban de calentura.
Pero yo amaba a esa mujer y la metía en mi alma,
le daba miles de vueltas para sacarle cosas.
En el ombligo, por ejemplo, habían ríos
repletos de agua de lluvia para tiempos de sequía.
En su boca habían cosas como el valor de la palabra dada.
A pesar de tener las orejas pequeñas contenía sonidos asombrosos,
sonidos que quedan: la risa o todas las mañanas del mundo.
Y como les dije, yo me enamoré de ella,
de su abril,
su otoño,
el tacto de su cuello.
Ya pasaron meses y no pienso moverme.
La voy a seguir ciegamente,
porque seguir es defender su felicidad,
su lucha
y la libertad de existir en su piel.

Gara Ghuti

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