"El sabía, porque yo se lo había dicho. Todos, los
sanos y los otros, los que estaban de paso en el pueblo y los que aún podían
convencerse de que estaban de paso, todos los que se dejaban sorprender por las
fiestas como por un aguacero en descampado, los que habitan los hoteles y las
monótonas casitas rojiblancas, todos adoptaban desde el atardecer de ambas
vísperas, una forma de locura especial y tolerable. Y siempre las fechas les
caían encima como una sorpresa; aunque hicieran planes y cálculos, aunque
contaran los días, aunque previeran lo que iban a sentir y lucharan para evitar
esta sensación o se abandonaran al deseo de anticipar e irla fortaleciendo para
asegurarle una mayor potencia de crueldad. Tenían entonces algo de animales,
perros, caballos, mezclaban una dócil aceptación de su destino y circunstancia
con rebeldías y espantos, con mentirosas y salvajes intenciones de fuga.
(...)
Sabía que iban a estar gimiendo sin sonido bajo la música,
los gritos, las detonaciones, teniendo sus orejas hacia supuestos llamados, de
machos y hembras, de supuestas almas afines que se alzarían al otro lado de la
selva, en Buenos Aires, o en Rosario, en cualquier nombre y distancia." In
Los Adioses, JUAN CARLOS ONETTI, p. 58-59.
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