AMOR, SUEGRAS Y VOZKA
El amor es como un virus metafísico que ansiamos que se nos meta en el cuerpo de una u otra manera. El amor es una hermosa diablura condimentada con miel y labios ansiosos. Resulta tan primoroso que cuesta encontrarlo y, a veces, en busca del mismo, nos conformamos con cuentos de hadas relatados por personas que aseguran que sienten amor por nosotros, y al final, sólo era un sentimiento mal entendido que acabó en la cama de un motel de todo a cien, incluidos los preservativos. Será por esto que Giovanni Casanova sentenciaba que el amor no es más que una curiosidad, la misma que mató al gato. Yo me quedo con la cita de don Jacinto Benavente: “El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es que está para morir”. Serena y cabal cita la de don Jacinto, de hecho, algunos se han quedado con las neuronas cercenadas a causa del amor veraz. Y es que la verdad, pese a que suene poco paradisíaco, el amor en inicio es como un trago deleitable de vodka, mas, con el tiempo y la realidad, puedes llegar a desear quedarte con la botella del susodicho licor, y envenenarte las venas al verificar que no sólo estás amando a ese hombre o a esa mujer, sino también a su entorno. Es aquí, cuando el entorno ya está presente y te califica, cuando asoma un ser singular, clarividente y molesto para algunos: la suegra. Este ser portentoso, tan antiguo como un catarro primaveral, es quien puede dar colmada legitimidad a la relación de pareja. La suegra, estremecimiento de toda una tarde en familia, suele gozar de una sonrisa inicua matizada con rayos y centellas. Ella es una mujer prudente, de experiencia supina; también es, aunque su marido diga lo contrario, la que lleva los pantalones, la que te observa y evalúa como buena o mala pareja para su hijo o hija. En Galicia, aparece como matriarca incuestionable y a su vez es, aunque haya columnistas que no lo digan por miedo a represalias, el punto exacto de ir o no ir hacia adelante con la relación de noviazgo, y se les ha llegado a temer más que a una aparición de la Santa Compaña a medianoche, con luna llena y sicofonía de fondo. Esta mujer frenética te ofrece un lacón con grelos cocinado con pericia, mientras te acecha osadamente, estudiando el masticado de tus dientes ambarinos, el hilado de tu camisa made in la feria y las contestaciones que le das a una serie de preguntas que debes responder con educación imperiosa, pero nunca con sinceridad plena. La suegra puede llegar a ser algo así como la otra locura que Jacinto Benavente no se atreve a citar. Es una daga de doble filo que no entiende de frases como: “Yo amo a su hija y estoy dispuesto a estar con ella hasta el final de mis días”. No, no se engañen, existen suegras que ya huelen el bienestar de sus hijos inclusive antes de que entren por la puerta de su casa. Ellas ven tu billetera antes de que tú mismo sepas la cantidad exacta de amor que llevas dentro de ella. Cosas del querer que en ocasiones se transmuta en un titánico lingotazo de turbación y vodka.
Alexander Vórtice
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