quarta-feira, 4 de março de 2015

El acusado


Naguib Mahfuz

Como iba solo en su cochecito, no tenía más aliciente que la velocidad; volaba -en dirección a Suez- sobre una cinta de asfalto ceñida por arenas. En el paisaje nada mitigaba el pálpito de soledad, ni había novedad alguna que le hiciese más llevadera su semanal ida y vuelta. Divisó a lo lejos un colosal vehículo de transporte. Le dio alcance y redujo la marcha de su Ramsés para continuar cerca y al ritmo del coloso. Era un camión cisterna del tamaño de una locomotora. Un ciclista iba agarrado a su borde trasero, y daba, de vez en cuando, una patada en la rueda, tan tranquilo. Cantaba. ¿De dónde vendría? ¿A dónde iría? ¿Habría podido hacer tanto camino de no hallar un vehículo que tirase de él? Sonrió admirado y le vio con simpatía. Dejaron atrás, a la derecha, unas lomas, y enseguida entraron en una zona verde, sembrada de maíz y rodeada de pastizales, donde pacían cabras. Redujo aún más la velocidad para gozar de aquel verde jugoso, y entonces un grito desgarró el silencio.
Con sobresalto volvió la cara hacia delante, a tiempo de ver cómo la rueda del camión, imperturbable, enganchaba a bicicleta y ciclista. Soltó un grito de horror y chilló para advertir al camionero. Detuvo luego su coche, a dos metros de la bicicleta, y se bajó sin pensar y sin que sus gritos hubiesen alcanzado al camión. Se acercó espantado al lugar del accidente y vio el cuerpo tendido sobre el costado izquierdo, con el brazo moreno apuntando hacia él; una mano pequeña, que asomaba por la camisa -polvorienta, lo mismo que la piel-, estaba cubierta de rasguños y heridas. De la cara no se le veía más que la mejilla derecha. Las piernas ceñían aún la bicicleta. El pantalón, gris, estaba desgarrado y salpicado de sangre. Las ruedas se habían roto, los radios estaban retorcidos y una guía del manillar desquiciada. Una respiración, fatigosa, forzada, inquieta, ocupaba el pecho de la víctima, que aparentaba unos veinte años o muy poco más. Se le contrajo la cara y los ojos se le fijaron en una expresión de pena y compasión, pero no supo qué hacer. En aquel descampado se sentía impotente. Descartó la idea que primero le vino a las mientes de llevarle a su coche. Y finalmente se libró de su confusión decidiendo tomar su automóvil y salir en pos del vehículo culpable. Quizá en el camino encontrase un puesto de vigilancia o de control y pudiese informar del accidente. Marchó hacia su coche y se disponía a subir cuando oyó unos gritos que decían:

-Quieto... no te muevas...

Se volvió y pudo ver a un grupo de labradores corriendo hacia él. Venían de los sembrados. Algunos llevaban garrotes, otros piedras. Contuvo el impulso de montarse -no fuera que la emprendieran a pedradas- y les esperó asustado por su crítica situación. Los rostros torvos, agresivos, le disiparon cualquier esperanza de entendimiento. Tendió la mano veloz a la guantera y sacó su pistola, apuntándoles y gritando con voz estremecida:

-¡Quietos!

Se dio cuenta, con fulgurante y agitada percepción, que aquella actitud había cerrado todavía más cualquier esperanza de comprensión futura, pero tampoco había tenido tiempo de obrar con reflexión. Cedieron en su carrera y, finalmente, se pararon del todo a unos diez metros, en los ojos una mirada torva y resentida. Ardía en sus fulgores la inesperada desventaja de encontrarse ante un arma. Los rostros tenían un aspecto oscuro, hosco, subrayado por los rayos del sol. Las manos crispadas en torno a los garrotes y las piedras, y los pies enormes, descalzos, clavados en el asfalto Uno dijo:

-¿Piensas matarnos como a él?

-Yo no lo he matado. Ni le he tocado siquiera, quien lo atropelló fue el camión cisterna.

-Fue tu coche... tú...

-No lo habéis visto...

-Todo...

-Me estáis impidiendo que alcance al culpable...

-Tú lo que quieres es huir...

Había aumentado la rabia. Había aumentado el miedo. La idea de poder verse obligado a disparar le producía angustias de muerte. Matar, que el homicidio le llevase a una pendiente. ¿Cómo borrar la pesadilla si no estaba durmiendo?

-De verdad que no he sido yo quien le ha atropellado. He visto perfectamente cómo el camión le aplastaba...

-Aquí no hay más culpable que tú...

-Habría que llegarse al Hospital más cercano...

-Intenta.

-Al puesto de Policía...

-Intenta.

-¿Es que vamos a esperar sentados hasta que la verdad resplandezca?

-Si no te escapas ya lo creo que resplandecerá.

-Válgame Dios, ¿por qué tanta tozudez?

-¿Por qué le has matado?

¡Qué tremendo problema; qué tremenda falsedad! Cuándo acabaría aquel infernal compás de espera. El sufrimiento sin paliativo, el miedo, las ideas frenéticas. ¿Por qué se detuvo? ¿Cómo demostrar la verdad? El mismo conductor del camión no se enteró de nada. Ni la menor esperanza que todo aquel maldito lío fuese una pesadilla.

Del caído llegó una queja, seguida de un ay gangoso y un largo gruñido. Después, otra vez silencio. Uno chilló:

-¡Dios tiene que castigarte!...

-Dios castigará al culpable...

-Tú has sido...

-¿Me habría parado de ser culpable?

-Creíste que no había nadie...

-Creí que podía ayudarle...

-Buena ayuda...

-Es inútil hablar con vosotros.

-Bien inútil.

Si les daba la espalda un solo instante, las piedras le aplastarían. No había más remedio que aguantar en el trance. Imposible perseguir al camionazo. Él, sólo él quedaba en prenda. Y si no mantuviese un resquicio de esperanza, aquello sería el horror de los horrores. ¿Cómo se van a establecer las responsabilidades? ¿O a determinar el castigo? ¿Podrá salvarse el pobre accidentado? Su mirada manifestaba espanto, las de ellos un rencor obstinado.

Dos vehículos aparecieron allá en el horizonte. Al verlos acercarse respiró aliviado. Una ambulancia y un coche patrulla se pararon en el lugar del accidente. Los camilleros marcharon hacia la bicicleta sin demora. Los del grupo les rodearon. Zafaron las piernas de la víctima delicadamente y le trasladaron al coche con sumo cuidado. Y sin esperar más se fueron por donde habían venido. La policía alejó a los del grupo y el inspector procedió a examinar el lugar sin decir palabra. Tras un lapso se volvió al hombre y preguntó:

-¿Fue usted?

Los labradores se encargaron de contestarle a gritos, pero el inspector ordenó silencio con un gesto de la mano, mientras le examinaba. Repuso:

-No. Yo iba detrás de un camión cisterna al que el ciclista se agarraba. Un grito me alarmó y cuando miré, le vi bajo la rueda.

Gritaron casi todos.

-Él le atropelló...

-No lo atropellé. Vi cómo pasaba...

Nuevo griterío. El inspector atronó:

-¡Orden!

Y le preguntó:

-¿Vio cómo se producía el accidente?...

-No. Cuando me volví al grito ya estaba la bicicleta debajo de la rueda.

-¿Cómo había ido a parar allí?

-No sé.

-¿Y luego qué hizo?

-Paré para ver cómo estaba y qué se podía hacer. Se me ocurrió salir detrás del camión pero entonces aparecieron éstos corriendo hacia mí, con garrotes y piedras, y no tuve más remedio que tenerles a raya con el arma.

-¿Tiene licencia?

-Sí, soy pagador en Suez y viajo mucho.

El inspector se volvió hacia los labradores y les preguntó:

-¿Por qué sospecháis de él?

Gritaron, quitándose la palabra de la boca:

-Porque vimos perfectamente lo que hizo y no le dejamos escapar...

El hombre dijo angustiado:

-Es mentira, no vieron nada.

El inspector ordenó a un agente quedarse vigilando y a otro avisar al fiscal mientras se trasladaba con todos a Jefatura, para escribir el atestado. Tanto Alí Musa como los labradores mantuvieron sus declaraciones. Alí empezaba a dudar de que la investigación fuese a poner en claro la verdad. De la víctima salió a luz el nombre: Ayyad al-Yaáfari, y que era vendedor ambulante, en tratos con casi todos aquellos labradores. Alí Musa preguntaba:

-¿Me habría parado si fuera culpable?

El inspector contestó fríamente:

-Atropellar a alguien y huir no son cosas que se sigan necesariamente.

Más espera. Los labradores en cuclillas. Alí Musa ocupó una silla con permiso del inspector. El tiempo transcurría lento, doloroso, espeso. Acabado el atestado, el inspector se desentendió de ellos. Nada de aquel asunto parecía ir con él y se puso a matar el rato leyendo la prensa. ¿Por qué tendrían los labradores aquel empeño en culparle? Lo peor es que mantenían su testimonio con la misma limpieza que si fueran sinceros. ¿Sería todo un espejismo? ¿Sería que, como suele suceder, uno habría lanzado aquella versión del accidente y los demás le seguían como ciegos?... Ay... la única esperanza es que no muera Ayyad al-Yaáfari. ¿Qué otro puede sacarle de aquella pesadilla con una simple palabra? Se dirigió al inspector, cortés y anhelante:

-¿Podríamos averiguar si hay esperanzas con el accidentado?

El inspector le miró hosco, pero se puso en comunicación con el Hospital por teléfono. Después de colgar, manifestó:

-Está en el quirófano, ha perdido mucha sangre... imposible hacer pronósticos...

Tras dudarlo unos momentos preguntó:

-¿Cuándo llegará el fiscal?

-Ya se enterará cuando llegue.

Dijo, como hablando para sí:

-¿Cómo puede uno verse envuelto en tales situaciones?

El inspector contestó, mientras retornaba al periódico:

-Usted sabrá.

Volvió a quedar horriblemente solo, y a examinar el lugar con enojo. Aquellos labradores estaban empeñados en condenarle, pero quizá lograra que la sentencia se volviera contra ellos. Y el inspector le considera, por rutina, culpable. Una ciega fuerza anónima quería destruirle inconscientemente. Tenía a sus espaldas muchas culpas, pero resultaba absurdo, a todas luces, ser atrapado en un embrollo. Suspiró quedamente:

-Ay, Señor.

Y casi todos le hicieron eco, por motivos diversos:

-Ay, Señor.

Fuera de sí, les chilló:

-No tenéis conciencia.

Y ellos chillaron también:

-Dios es testigo, canalla...

El inspector sacó la cara de entre las hojas del periódico y dijo malhumorado:

-Vale... vale... no tolero esto...

Alí dijo excitado:

-De no ser por esta infame mentira, a estas horas estaría en mi casa tranquilo...

Uno replicó:

-Si no fuese por tu descuido, el pobre Ayyad podría estar a estas horas tranquilamente en su casa...

El inspector les miró de un modo que les dejó sin habla. Reinó la calma, el dolor de la espera empeoró. El tiempo pasaba como si anduviese para atrás. Alí no pudo soportar más la tensión y se vio impulsado a recurrir otra vez al inspector, preguntándole en el colmo de la cortesía:

-Señor, no puede hacerse idea lo que siento causarle esta molestia, pero, ¿puedo saber cuándo vendrá el fiscal?

Le contestó sin dejar el periódico y de mal talante:

-¿Cree que su caso se da todos los días?

No recordaba un sufrimiento igual. Nunca había sentido tan negros barruntos de desastre. Aquella inexplicable malquerencia entre él y los labradores no tiene precedentes. ¿El vasto cielo, bajo el que el accidente se había producido, era también algo sin precedentes? Con el paso del tiempo, el horror y el agobio le habían dominado completamente. Sin reparar en consecuencias, exclamó:

-Señor inspector...

Le cortó como si le hubiese estado esperando:

-¿Se calla?

-Pero es que esta tortura...

-Molestias que han soportado todos cuantos han pasado por esta jefatura desde que se inauguró...

-¿No puede preguntar, al menos, por el herido?

-Me comunicarán cualquier novedad sin que lo pregunte...

Mi vida depende de la tuya, Ayyad. Las apariencias van a burlar la perspicacia del fiscal. ¿Me encarcelarán sin haber hecho nada? ¿Ha ocurrido algo igual jamás? ¡Qué bueno sería poder echarte la culpa encima!, y que te sonrieras con desdén y torpeza. Las lágrimas casi le brotaban y se echa a reír de una forma que a poco lo enajena. Por Dios, recuerda tus culpas y consuélate de este trance, aunque no haya relación alguna. ¿Quién dijo que el caos con el caos se combate?

Veo a esos labradores, a través de un prisma negro que muchas generaciones han tupido, pero, ¡yo no he colaborado en eso! ¿O lo he hecho sin saberlo? Es curioso, estoy pensando por primera vez en mi vida. Y pensaré más todavía cuando me metan entre cuatro paredes. Hoy he trabado conocimiento con cosas que me eran directamente desconocidas: la casualidad, el destino, la suerte, la intención y su resultado, el labrador, el inspector, el effendi, los monzones, el petróleo, los vehículos de transporte, la lectura de la prensa en jefatura, lo que recuerdo y lo que no recuerdo. Sobre todo esto, tengo que meditar más, en singular y en bloque. Hay que empezar a familiarizarse con entender todo, y dominarlo todo, hasta que no quede ninguna cosa sin registrar. Una convulsión no es en sí culpable, lo es la ignorancia. Tú lo único que tienes que hacer desde hoy, es someterte a los dictados del sistema solar y no al oscuro lenguaje de las estrellas. ¿Por qué temes al inspector que lee la página de esquelas y nadie le da el pésame? Y al llegar a este punto gritó desaforado:

-Todo tiene un límite.

El rostro del inspector asomó tras el periódico con expresión desaprobatoria. Entonces le dijo muy serio:

-Usted lee el periódico y no hace nada.

-¿Cómo se atreve?

-Ya ve...

-¡Es que no tiene miedo de...!

-No tengo miedo de nada...

-Le traicionan los nervios, pero tengo remedio para todo.

-¡Yo también tengo remedio para todo!

El inspector se puso de pie y dijo furioso:

-¡¿Usted?!

-Retrasa la presencia del fiscal, no respeta las leyes.

-Le llevo al calabozo.

-¿Es peor que este caos?

-¿Es que quiere recurrir al expediente de locura?

Alí se levantó desafiante, la mirada extraviada. El inspector llamó a los agentes. Entonces sonó el timbre del teléfono. El inspector descolgó y estuvo atento unos momentos. Colgó y miró a Alí con malicia y rencor, disimulando a la par una sonrisa; y le dijo:

-Ha muerto a consecuencia de las heridas. Alí Musa se demudó ligeramente. La mirada maliciosa chocó con otra de cólera ciega. Gritó con voz estremecida:

-La ley aún no ha dicho nada, esperaré...

Biblioteca Digital Ciudad Seva



La mujer caída


Víctor Hugo

¡Nunca insulten a la mujer caída!
Nadie sabe qué peso la agobió,
ni cuántas luchas soportó en la vida,
¡hasta que al fin cayó!
¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
asirse con afán a la virtud,
y resistir del vicio el duro viento
con serena actitud?

Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
¡perla que el cáliz de la flor derrama,
y que es lodo al caer!

Pero aún puede la gota peregrina
su perdida pureza recobrar,
y resurgir del polvo, cristalina,
y ante la luz brillar.

Dejen amar a la mujer caída,
dejen al polvo su vital calor,
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.


Biblioteca Digital Ciudad Seva
¿Se acuerdan de Tema del traidor y del héroe de Borges? (Ficciones). El historiador Ryan, sin querer dañar la tenaz memoria de Irlanda, advierte en los documentos que el traidor era precisamente el que encabezaba la revolución. Y lo sorprendente fue el método usado para hacer pagar la culpa al traidor y a la vez líder de la revuelta, Fergus Kilpatrick. Los conspiradores decidieron que no lo delatarían en público porque eso debilitaría su lucha. Al contrario, moriría como un héroe. Todo había sido planeado como en una obra de teatro, incluso unas palabras que le dijo un mendigo a Fergus habían sido ya escritas por Shakeaspeare en Macbeth. Borges escribe sin temblar: "Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible..." Lo interesante es que al final Ryan decide llamarse a silencio. Siempre me pregunté por qué alguien podría imaginar semejante historia. Suena inconcebible por donde se la mire.


Alejandro de Oro

En defensa propia


Interesante la marcha de ayer. Hay varias cosas para pensar a partir de ella y creo que lo más interesante de todo son los lenguajes que estuvieron en juego. Por un lado, uno encuentra que el espacio de expresión existe y eso habla de cierto registro democrático que se hace presente a partir de treinta y tantos años complejos, no carentes de conflictos por cierto, que la sociedad argentina viene tramando poco a poco desde la dictadura. Por ejemplo, los hilos que invocan memoria y justicia aparecieron en el formato pre político que en conjunto marcó la marcha. No digo pre político en sentido peyorativo sino descriptivo. No es menor, en segundo lugar, la composición de la marcha y ciertos rituales que la definen: el respeto por los canteros, el polimorfismo ideológico que a falta de expresión más certera llamamos derecha, la capacidad de movilización que tienen ciertos medios con respecto a un imaginario concreto de las clases medias y medias altas urbanas en el país, entre otras cosas. Se le opuso durante el día un discurso sobre la proyección internacional del país en el plano de la tecnología nuclear, podría haber sido otra cosa, eso no importa, las industrias y el trabajo desplegado a partir del control de ciertos procesos tecnológicos, etc. Es decir, hubo en circulación dos discursos fuertemente morales, como todos los discursos en un punto, que se dirigían uno a mostrar consecuencias, políticamente articulado, y el otro a mostrar sobre un hecho de sangre (no sabemos de qué naturaleza todavía), los rastros y restos de una expresión pre política que no acierta a estructurarse y brindar confianza representacional. Es claro que uno puede hacer varias cosas cuando se dan estas marchas, lo que no puede hacer es simular que no existieron. El mayor riesgo se presenta allí, un riesgo que proponen por otra parte muchos de los participantes de la caminata, a saber, hacer como que el otro no hace, no produce eventos, no impacta en ningún plano, etc. De allí se deriva una demanda real y concreta para la derecha argentina: la construcción de un discurso complejo. Un discurso que desde quien enuncia pueda hacer algo más con los restos con los que pacta actualmente. No basta cierta dimensión donde se expresa indignación, no parece suficiente para una discusión democrática que apenas un poco más allá de la superficie del discurso institucional emerjan las sobre simplificaciones que produjeron en el orden simbólico y material de la historia de este país las horas más sombrías, bajo nombres variados pero similares en su función discursiva, los otros, los corruptos, los subversivos, los zurdos, los fachos, los negros, los putos, los cabecitas, etc., etc. La marcha de ayer, me parece, demostró que hay pocos lenguajes articulados en el espacio relativamente heterogéneo que constituyó. Puede sonar extraño lo que voy a decir dado que me considero en las antípodas de casi todo lo que allí pasó, excepto, claro, de que es preciso explicar cómo murió el fiscal, de eso no hay duda, pero, me parece, que como nunca antes es preciso imaginar fuera de toda ilusión consesualista que casi siempre expresa una idea velada de sumisión, que las derechas argentinas necesitan discursos articulados en la experiencia democrática, no sólo restos que evoquen esa experiencia, sino una articulación profunda que vaya más allá de los argumentos liberales simplificados que la mayoría de sus intelectuales y voceros expresan. Un lugar para comenzar, me permito sugerirles, es tensionar el discurso liberal con las prácticas que llevan adelante, desandar los engarces incuestionados de conservadurismo y pensamiento liberal, presionar sobre los límites de cierta expresión refugiada en constitucionalismos mediocres e imaginarios chirles sobre lo que llaman el "mundo". Salirse de la zona de confort pues. Digo todo esto en defensa propia, porque queda claro desde hace mucho tiempo que vivimos juntos y viviremos juntos, más allá o más acá de toda separación, más allá y más acá de las brechas, hondonadas y demás metáforas. A menos, claro está, que las tesis de Micky Vainilla y sucedáneos triunfen. Ya sabemos el resultado de eso.


Alejandro de Oro

Ver, V


He visto señorita,
que en el polvo de un mueble
usted ha escrito NO con el dedo,
pero está equivocada
se ha asustado de su primer muerte, nada màs
Ocurre que si ha escrito eso
viene después alguien y pasa el plumero
Siempre sucede olvido
Es lindo que la cosa sea así,
con alas de mariposas muertas
óxido y moho cimientos carcomidos porque
las ruinas son necesarias
Entonces compóngase el cabello
arréglese el vestido;
repita conmigo diga: Las aves de paso son hermosas

Por Leónidas Escudero, poeta sanjuanino. Argentina

Libro: Ler dije y me dijo