sexta-feira, 29 de abril de 2016

Liberdade de expressão permite apoio a candidato de outro partido.

Carlos Ruggi


Apoiar candidato de outro partido pode até ser ilícito eleitoral, mas, na esfera cível, o ato está protegido pela liberdade de expressão. Por isso, o prefeito de Curitiba, Gustavo Fruet (PDT), não deve indenizar os candidatos de seu partido à prefeitura de Rio Negro (PR) por ter apoiado um candidato rival do PMDB. A decisão da 1ª Turma Recursal dos Juizados Especiais do Paraná, unânime, foi de cassar a sentença que obrigava Fruet a pagar R$ 10 mil aos candidatos do PDT por danos morais.
Fruet declarou apoio ao candidato do PMDB durante as eleições municipais de 2012, e os candidatos do PDT alegaram à Justiça que foram derrotados por causa desse apoio. Mas, para o relator do caso na 1ª Turma Recursal, o juiz Fernando Ganem, por mais que o apoio de Fruet tenha influenciado na votação, “a vontade popular ali expressa é soberana”. Fruet foi defendido no caso pelo advogado Luiz Fernando Pereira, do escritório Vernalha Guimarães e Pereira.
“Não pode o prejuízo ser imputado exclusivamente à manifestação de apoio do reclamado ao outro candidato. Aliás, esse apoio decorre da liberdade de expressão consagrada e que deve ser preservada”, concluiu Ganem. “Não obstante incontroverso o fato de o reclamado ter se exposto em apoio a candidato de partido diverso e adversário ao seu, daí não se dessume o dano moral, posto que não evidenciado o prejuízo ter decorrido de tal manifestação.”
De acordo com o juiz, o fato de uma pessoa ser filiada a um partido não a impede de manifestar sua opinião ou pensamento, direito garantido no inciso IV do artigo 5º da Constituição Federal.
A alegação dos candidatos do PDT era que o artigo 54 da Lei Eleitoral proíbe filiados de um partido de apoiar candidatos de outro no horário eleitoral gratuito. Fruet afirma que o dispositivo não faz essa proibição.
Diz a norma: “Dos programas de rádio e televisão destinados à propaganda eleitoral gratuita de cada partido ou coligação poderá participar, em apoio aos candidatos desta ou daquele, qualquer cidadão não filiado a outra agremiação partidária ou a partido integrante de outra coligação, sendo vedada a participação de qualquer pessoa mediante remuneração”.
Para o relator do caso, não cabe à Justiça comum discutir se o artigo proíbe ou não o apoio do filiado de um partido a candidato de outro. “Se houve ilícito”, afirma, “deve ser apurado na esfera eleitoral, que tem legislação própria, regras e sanções peculiares, não extensíveis ao âmbito civil, exceto se extrapolada as raias da normalidade (por exemplo, se o recorrente, além de prestar apoio, houvesse promovido ofensas contra os reclamados)”.

Recurso 0001157-83.2013.8.16.0146

Clique aqui (http://s.conjur.com.br/…/turma-recursal-pr-gustavo-fruet.pdf) para ler o acórdão.

(Pedro Canário - http://www.conjur.com.br/…/liberdade-expressao-permite-apoi…)

quinta-feira, 28 de abril de 2016

Sueños de robot



Isaac Asimov

-Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.

Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.

-¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.

Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.

Calvin asintió y ordenó a media voz:

-Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.

-¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.

Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.

-Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.

Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?

Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.

En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.

Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?

-¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.

Linda, algo avergonzada, contestó:

-He utilizado la geometría fractal.

-Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?

-Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.

-¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?

-No consulté a nadie. Lo hice sola.

Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.

-No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.

-Temí que se me impidiera.

-¡Por supuesto que se te habría impedido!

-Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?

-Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.

-¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?

En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.

-Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.

-Pero, ¿cómo puede soñar?

-Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó?

-No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.

-¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.

-¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.

La cabeza del robot se volvió hacia ella.

-Sí, doctora Calvin.

-¿Cómo sabes que has soñado?

-Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.

-Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.

Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:

-Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…

-Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.

-Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.

-¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.

-Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.

-Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.

-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?

-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.

-¿Y qué sueñas?

-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.

-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?

-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.

-¿Qué hacen, Elvex?

-Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.

Calvin se volvió a Linda.

-Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?

Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:

-Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró con voz apagada.

-¿Su cerebro fractal?

-Sí.

Calvin asintió y se volvió hacia el robot.

-Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino.

-También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.

-¿Y qué más viste, Elvex?

-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.

-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.

-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.

-¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.

-En efecto, doctora Calvin.

-Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”.

-Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.

-Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.

-Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.

-Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.

-Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.

-¿En tu sueño, Elvex?

-En mi sueño.

-Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:

-Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?

-Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.

-No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.

-Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.

-Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.

-Quiere decir, por Elvex.

-Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.

-Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?

-Aún no lo sé.

Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.

-Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido.

-¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.

Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:

-Elvex, ¿me oyes?

-Sí, doctora Calvin -respondió el robot.

-¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?

-Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.

-¿Un hombre? ¿No un robot?

-Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”

-¿Eso dijo el hombre?

-Sí, doctora Calvin.

-Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?

-Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

-¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?

-Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.

-¿Quién era?

Y Elvex dijo:

-Yo era el hombre.

Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.

FIN

¹ Rash: en inglés, significa impulsivo o imprudente.

“Robot Dreams”, Robot Dreams, 1986


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Llorar a lágrima viva...


Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!



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sábado, 23 de abril de 2016

Este poema de amor não é lamento
nem tristeza distante, nem saudade,
nem queixume traído nem o lento
perpassar da paixão ou pranto que há de

transformar-se em dorido pensamento,
em tortura querida ou em piedade
ou simplesmente em mito, doce invento,
e exaltada visão da adversidade.

É a memória ondulante da mais pura
e doce face (intérmina e tranquila)
da eterna bem-amada que eu procuro;

mas tão real, tão presente criatura
que é preciso não vê-la nem possuí-la
mas procura-la nesse vale obscuro.

Jorge de Lima


Ricardo Costa de Oliveira

16 de abril às 09:45 ·


Os direitistas perderam a eleição presidencial em 2014 e podem perder o golpe em 2016 nos mesmos lugares. A República no Brasil só se consolidou com a "política dos governadores", uma das lógicas organizacionais mais atuantes no parlamento nacional. A força política dos governadores nordestinos nos últimos dias parece ter revertido a tendência de domínio dos golpistas sudestinos. O mapa eleitoral regional e local de 2014, em boa parte, se reproduzirá na votação do impedimento. Pior ainda, quem com ferro fere, com ferro será ferido. O vice de Cunha, Waldir Maranhão, 1º vice-presidente da Câmara, parece ter se interessado pelo cargo de que é vice, ganhou autonomia e papel ativo no campo político. O Maranhão, do deputado e do governador Flávio Dino juntos desempatam o jogo e votarão contra o impeachment. A derrota do golpe passa pelas posições dos governadores mobilizando suas bancadas em várias regiões, o que acontece e se torna decisivo na reta final, ao lado das grandes mobilizações populares esperadas contra o golpe hoje e amanhã. O voto ideológico de esquerda do Sul e Sudeste está muito forte nas trincheiras da democracia e da legalidade.

PERDEMOS TOTALMENTE O PUDOR


Imagine a seguinte situação: um sujeito casado, em relação estável e duradoura, apaixona-se por sua empregada doméstica.
Ao invés de demitir a sua funcionária e ter um relacionamento extra conjugal, secreto, ou divorciar-se e assumir a nova relação, ele não só a mantém trabalhando em sua casa, como assume o relacionamento diante da esposa, passando a tratá-la de maneira que ela saia de casa, ignorando-a.
A empregada, em paralelo com a dona da casa, passa a administrar a família, trocando os móveis de lugar, trocando eletrodomésticos, fazendo as compras, recebendo visitas...
Uma situação assim fica difícil até de imaginar, nos enoja, pela falta de caráter dos amantes, não pelo relacionamento iniciado, mas pela maneira como está sendo conduzido, promíscuo, imoral.
Temos uma Presidente da República(esposa), casada com o poder (opinião pública, mídia, legislativo e judiciário) e a empregada, subalterna aos dois (Vice Presidente).
Súbito, a empregada, que gozava da confiança da patroa, a trai, oferecendo-se ao poder, com os dois iniciando uma relação, diante da esposa, com ela dentro de casa.
Pois Dilma não foi julgada, não foi sequer iniciado o julgamento, não há nem relator do processo, mas Temer está na mídia nacional e internacional dando entrevistas como presidente, escolhendo ministros, dizendo o que vai fazer ou deixar de fazer, diante da opinião pública, da mídia, do executivo e do judiciário, sem pudor ou qualquer resquício de dignidade, de maneira vil, sórdida.
Perdemos o caráter e a honra tornou-se valor manipulado pelos veículos de comunicação, descendo ao nível das cusparadas no Congresso Nacional, de prostituição nos banheiros do Congresso Nacional, de juízes e ministros do STF postergando ou acelerando processos a bel prazer, com quase a metade dos (maus) elementos do Congresso Nacional respondendo a processos por roubo da coisa pública, a desconfiança de que a roubalheira habita também o judiciário.
O que foi uma família degenerou, o que era um lar tornou-se um puteiro, uma zona de baixo meretrício.
Os que pagarão caros michês mais adiante, aplaudem.
O Brasil não merecia isso.
Francisco Costa

Rio, 23/04/2016.

Soneto

José de Espronceda

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas, ay, que el bien trocose en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.



Sombra


José de Diego

Sombra lejana de un frenesí,
antigua sombra que viene y va,
pensaba en ella, cuando la vi,
pálida y triste como ahora....

Cerca del lecho, fijos en mí
aquellos ojos marchitos ya,
era la misma que estaba aquí...
¿Cómo ha podido volver de allí?

Pálida y triste, como la Fe,
toda la noche rezó y lloró,
toda la noche la pasó en pie...

¡Y con el alba se disipó
la pobre almita, que yo adoré,

de la muchacha que me engañó!

La centenaria


Emilia Pardo Bazán

-Aquí -me dijo mi primo, señalándome una casucha desmantelada al borde de la carretera- vive una mujer que ha cumplido el pasado otoño cien años de edad. ¿Quieres entrar y verla?

Me presté al capricho obsequioso de mi pariente y huésped, en cuya quinta estaba pasando unos días muy agradables, y, aunque ningún interés especial tenía para mí la vista de una vejezuela, casi de una momia desecada que ni cuenta daría de sí, aparenté por buena crianza que me agradaba infinito tener ocasión de comprobar ocularmente un caso notable de longevidad humana.

Entramos en la casucha, que tenía un balcón de madera enramado de vid, y detrás un huerto, donde se criaban berzas y patatas a la sombra de retorcidos y añosos frutales. Dijérase que allí todo había envejecido al compás de la dueña, y la decrepitud, como un contagio, se extendía desde los nudosos sarmientos de la cepa hasta las sillas apolilladas y bancos denegridos que amueblaban la cocina baja, primera habitación de la casa donde penetramos.

Estaba vacía. Mi primo, familiarizado con el local, llamó a gritos:

-¡Teresa, madama Teresa!

Al oír madama, la aventura empezó a interesarme. ¿Era posible que fuese francesa la centenaria que vegetaba allí, en un rincón de las mariñas marinedinas? ¿Francesa? ¡Extraña cosa!

Una voz lejana respondió desde el huerto:

-Aquí estoy...

El acento era extranjero; no cabía duda. Antes de pasar, interrogué. Me contestó una de esas sonrisas que prometen mucho, una sonrisa que era necesario traducir así: «¿Pensabas que iba a enseñarte algo vulgar?»

Al rayo oblicuo de un sol de otoño; al lado de un matorral de rosalillos mal cuidados, cuyos capullos parecían revejecidos también; sentada en una butaca carcomida, de resquebrajada gutapercha, vi a una mujer cuyo semblante encuadraba un tocado de esos inconfundibles, de cocas de cinta y tules negros, que sólo usan las ancianas de Francia. El tocado debía de tener pocos menos años que su dueña. Hacía el efecto de que, al soplarle, se desharía en polvo, como las ropas que aparecen enteras y vuelan en ceniza en cuanto se abre una sepultura. La manteleta raída, de casimir, rojeaba al sol. Los pies, calzados con pantuflas, eran cifra de la caducidad de todo aquel cuerpo. ¿Habéis notado que, al través del calzado que más oculte su forma, unos pies jóvenes son siempre unos pies jóvenes, y los adivináis? El pie envejece tanto o más que la cara...

Al tratar madama Teresa de incorporarse difícilmente, vimos de cerca su rostro, no demacrado ni excesivamente arrugado, sino céreo, como el de un muerto, y fino, como el de una muñequita de marfil. Un toque de rosa marchito apareció un momento en sus pómulos. Un amago de sonrisa descubrió el horror gris de la caverna, donde el tiempo cruel, sobre las ruinas, tejía su telaraña...

-Aquí tiene usted -dijo mi primo- a un pariente mío; le he dicho que acaba usted de cumplir... una edad avanzada, y ha querido saludar a usted y desearle muchos más años de vida.

-Sea bien venido... Tenga la bondad de sentarse...

Y me señaló, con aire amable, un banco de argamasa adosado a la pared de la casucha. Lleno de curiosidad, dirigí la mirada hacia algo que la anciana leía cuando entramos y que acababa de dejar sobre la silla. Parecía un periódico antiguo, ya amarillento.

-Madama Teresa, cuéntele usted su historia a este señor... Se alegrará mucho de oírla...

-¡Mi historia! -Murmuró la vocecilla cascada, llena de trémolos que parecían balidos dolientes-. Es sencilla y triste..., pero yo creo que son tristes todas las historias de todo el mundo. Soy hija de un oficial francés que vino con Napoleón y de una señorita madrileña. Mi padre me recogió, porque mi madre, al ver todas las cosas que sucedían, no quería seguir cuidándome. Con mi padre pasé a Francia. Estuve allí hasta los veinte años. Entonces mi padre murió y mi madre me reclamó y me hizo a la fuerza entrar en un convento. Me resistí a profesar, y cuando vino la exclaustración, salí; hice de modo que mi madre perdiese mi rastro. Entré a servir en una casa aristocrática. Como sabía peinar y hacer trajes bonitos, me estimaban mucho y me casaron con el maestresala. ¡Oh, señor! ¡Un hombre excelente! Pero él me aburría con sus celos y yo me fui y perdió mi rastro también...

La anciana hizo una pausa; yo me sonreía pensando en la necedad de los celos, cuando la mujer es un poco de arcilla, y sus bellas formas menos que un rastro en el agua o un dibujo en la arena...

-Me establecí en un pueblo de esta provincia y viví de hacer sombreros. ¡Oh! Tuve la mejor clientela... Fueron unos años muy hermosos... No se guiaban las señoras sino por mí. Yo era el árbitro de la moda. Me copiaban los trajes, me consultaban todo. Ganaba mucho dinero. También lo gastaba, porque me adornaba mucho. Me halagaban à qui mieux mieux. Pero la desgracia acecha. Supe que mi primer marido no existía y cometí el error de casarme segunda vez. ¡Oh, señor! ¡Un mal hombre, es el caso de decir que un mal hombre! Muy guapo, sí, muy gracioso; acababa de jugarme una picardía y me decía cosas que me hacían reír...

-¿En qué año pasaba eso? -pregunté con indefinible curiosidad maligna, pues creía adivinar.

-Ya sería el año de la que llamaban gran revolución... -respondió ella con esa repugnancia a fijar fechas por números que tienen los muy viejos-. Y él se fue con los de la revolución y se llevó mis economías, y volvió enfermo, y en curarle lo gasté todo, y ya no me ocupaba de sombreros, sino de la salud de él, y al fin murió... ¡Qué dolor! ¡Un tan guapo garçon de treinta años!

Mi cuenta estaba echada mentalmente. Cuando la mísera mujer cuidaba al tronera y caía en la ruina, tenía los sesenta ya,

-¿Y... qué hizo usted después?

-Vivotear, señor... Ya no gustaban tanto mis sombreros... Me decían que eran siempre los sombreros de antes, los sombreros de mi tiempo, y no los de la moda. ¡Oh! Yo trataba de hacerlos muy elegantes, pero mi hora era pasada, y el capricho de las damas por mí, también. Me defendí aún, mientras tuve vista para enfilar la aguja. Después confié la confección a una criada mía que era de esta aldea y que me dejó en herencia, al morir, esta casa. Era una santa mujer..., pero los sombreros, ¡un horror!, ¡un horror! Y como ya no me compraba nadie, aquí me retiré, tan solita... Me hice mi sopa y mi cama mucho tiempo. Ya no puedo. El doctor, que me ha visto, dice que verdaderamente no puedo. No sé si acabaré por ir a un asilo. Es penoso, pero no sé...

Me miraba con sus lacios ojos azules, turbios como turquesas muertas. Gesticulaba con dedos finos, secos, los palillos de boj de un escultor. Y yo, en mi intuición de novelista, de psicólogo, adiviné, descifré rápidamente aquella pobre alma de mariposa disecada, de rosa seca cuyos pétalos se pulverizan de puro friables, pero que, en la caducidad de sus elementos, guardan un poco de espíritu. Y exclamé sonriendo:

-La verdad es que sólo porque usted lo dice se creería que siente el peso de la edad. Está usted todavía muy guapa, madama Teresa, y ha debido usted de trastornar muchas cabezas y de ser un oráculo para las damas elegantes. Si me lo permite, ¿sacaría una instantánea?

Y mientras preparaba la maquinilla, deslizando la placa en la ranura, oí que murmuraba madama Teresa, balbuciente de gratitud:

-¡Oh, señor, qué bueno es el señor! Pero retratarme así..., con esta toilette... Si me lo permite, voy a buscar otra fanchón, la nueva..., la que armé hace dos años...

Y mientras la centenaria, arrastrándose, iba en busca del último adorno, de la coquetería última, miré lo que estaba leyendo cuando entramos. Era un figurín antiguo, de la época de la emperatriz Eugenia, la época gloriosa en que las capotas de madama Teresa todavía hacían furor en la capital de provincia.

-¡Pobre mujer! -dijo mi primo-. No sabía que estaba tan apurada. Voy a gestionar que la admitan en las Hermanitas de Marineda y desde mañana le enviaré de casa la comida.

-Envíale de paso un ramo de flores, un tarro de perfume y dos o tres inutilidades más -advertí-. Yo mañana la remitiré, desde Marineda, los mejores bombones de chocolate en una caja bonita. Y vivirá tres años más madama Teresa..., porque alguien se habrá acordado de que es mujer.

FIN


Biblioteca Digital Ciudad Seva

La canción que oyó en sueños el viejo


A la luz de esa aurora primaveral, tu pecho
vuelve a agitarse ansioso de glorias y de amor.
¡Loco...!, corre a esconderte en el asilo oscuro
donde ya no penetra la viva luz del sol.

Aquí tu sangre torna a circular activa,
y tus pasiones tornan a rejuvenecer...
huye hacia el antro en donde aguarda resignada
por la infalible muerte la implacable vejez.

Sonrisa en labio enjuto hiela y repele a un tiempo;
flores sobre un cadáver causan al alma espanto;
ni flores, ni sonrisas, ni sol de primavera
busques cuando tu vida llegó triste a su ocaso.


 Rosalía de Castro

sábado, 16 de abril de 2016

O governo Temer não existirá.


A partir de segunda-feira (18), o Brasil não terá mais governo. Na democracia, o que diferencia um governo do mero exercício da força é o respeito a uma espécie de pacto tácito no qual setores antagônicos da população aceitam encaminhar seus antagonismos e dissensos para uma esfera política. Esta esfera política compromete todos, entre outras coisas, a aceitar o fato mínimo de que governos eleitos em eleições livres não serão derrubados por nada parecido a golpes de Estado.

(Vladimir Safatle)

La mujer con alas


Dino Buzzati

Una noche, el conde Giorgio Venanzi, aristócrata de provincias, de 38 años, agricultor, acariciando a oscuras la espalda de su mujer Lucina, casi veinte años más joven que él, se dio cuenta de que a la altura de la paletilla izquierda tenía como una minúscula costra.
-Cariño, ¿qué tienes aquí? -preguntó Giorgio, tocando el punto.

-No lo sé. No siento nada.

-Y sin embargo hay algo. Como un grano, pero no es un grano. Algo duro.

-Te lo repito. Yo no siento nada.

-Perdona, ¿sabes? Lucina, pero enciende la luz, quiero verlo bien.

Cuando se hizo la luz, la bellísima esposa se incorporó hasta sentarse sobre la cama dirigiendo la espalda hacia la lámpara. Y el marido inspeccionó el punto sospechoso.

No se adivinaba muy bien qué era, pero había una irregularidad en la piel, que Lucina tenía por doquier extraordinariamente suave y lisa.

-¿Sabes que es curioso? -dijo al cabo de un rato el marido.

-¿Por qué?

-Espera que voy a buscar una lupa.

Giorgio Venanzi era meticuloso y ordenado hasta dar náuseas. Se fue al estudio, encontró puntualmente la herramienta deseada, mejor dicho encontró dos, una normal de al menos diez centímetros de diámetro, otra pequeña pero bastante más potente, de las llamadas «cuentahilos». Con las dos lupas, Lucina sometiéndose paciente, reanudó la inspección.

Callaba. Luego dijo:

-No, no es un granito.

-¿Entonces, qué es?

-Como una pelusilla.

-¿Un lunar? -dijo ella.

-No, no son pelos, es una suavísima pelusilla.

-Bueno, oye, Giorgio, me muero de sueño. Mañana hablaremos. La muerte seguro que no es.

-La muerte no, desde luego. Pero es extraño.

Apagaron la luz.

Pero por la mañana, nada más despertarse, Giorgio Venanzi volvió a examinar la espalda de Lucina y descubrió no sólo que la irregularidad cutánea en la paletilla izquierda, en lugar de atenuarse o de desaparecer, se había dilatado, sino que durante el sueño se había desarrollado un fenómeno exactamente idéntico y simétrico, en el extremo superior de la paletilla derecha. Tuvo una sensación desagradable.

-Lucina -gimió casi- ¿sabes que te ha salido en el otro lado?

-¿Qué me ha salido?

-Aquella pelusilla. Pero debajo de la pelusilla hay algo duro.

Reanudó el examen con el cuentahilos, confirmó la presencia de dos minúsculas zonas de suave y cándida pluma, casi como un botoncito automático. Se sintió invadir por el desaliento. Se hallaba frente a un fenómeno de mínimas proporciones, y sin embargo insólito, completamente extraño a sus experiencias. No sólo eso. La fantasía evidentemente no era el fuerte de Giorgio Venanzi, licenciado en agricultura pero siempre mantenido a distancia, sea por indiferencia o por pereza, de los intereses literarios y artísticos: sin embargo, esta vez, quien sabe por qué, su imaginación se desató: al marido en resumidas cuentas se le metió en la cabeza que aquellos dos minúsculos plumeritos, sobre las paletillas de su mujer, eran una especie de microscópico embrión de alas.

La cosa en sí, más que extraña, era monstruosa; olía, más que a milagro, a brujería.

-Oye, Lucina -dijo Giorgio dejando las lupas, después de emitir un profundo suspiro-. Tienes que jurarme decir la verdad, toda la verdad.

La mujer lo miró sorprendida. Casada con Venanzi no por amor sino, como todavía sucede en provincias, por obediencia a sus padres, también nobles, que veían en aquel matrimonio una consolidación del prestigio familiar, se había acostumbrado pasivamente a aquel hombre apuesto, enamorado, vigoroso, educado, aunque de mentalidad limitada y anticuada, de escasa cultura, escaso gusto, en casa aburrido y a partir del matrimonio aquejado de unos violentos celos.

-Dime, Lucina. ¿A quién has visto estos últimos días?

-¿Que  a quién he visto? A las personas de siempre, a quién voy a ver. No salgo nunca de casa, bien lo sabes. A la tía Enrica, fui a verla el otro día. Ayer fui a comprar aquí a la plaza. No recuerdo nada más.

-Pero... quiero decir... No habrás ido por casualidad a alguna feria... Sabes, donde están  los gitanos...

Ella se preguntó si su marido, normalmente tan sólido, había perdido el juicio de pronto.

-¿Se puede saber en qué estás pensando? ¿Los gitanos? ¿Por qué tendría que haber visto a los gitanos?

Giorgio asumió un tono grave y conciliador:

-Porque... porque... tengo casi la sospecha de que alguien te ha jugado una mala pasada.

-¿Una mala pasada?

-Una brujería, ¿no?

-¿Por estas cositas en la espalda?

-¡Llámalas cositas, tú!

-¿Y cómo quieres que las llame? Ya nos lo dirá el doctor Farasi.

-No, no, no, por favor, nada de médicos. Al médico por ahora no pienso llamarle.

-Eres tú quien está preocupado, querido. Por mí, imagínate... Pero, por favor, deja de tocarme ahí, me haces cosquillas.

Rumiando en silencio el inquietante problema, Giorgio que mantenía a Lucina abrazada a él cara a cara, seguía palpando con las dos manos las dos pequeñas excrecencias, como hace el enfermo con el enigmático bultito que podría ocultar la peste.

Finalmente hizo un esfuerzo, se levantó, salió de casa, llegó a sus fincas, a unos veinte kilómetros, y desde allí telefoneó a Lucina que no volvería a casa hasta la noche. Quería mantenerse alejado a propósito, para no tener la quemazón de querer controlar continuamente la amada espalda. Sin embargo no resistió a la tentación de preguntarle:

-¿Nada nuevo, cariño?

-No, nada nuevo. ¿Por qué?

-Me refería... ya sabes... a la espalda...

-Ah, no lo sé -respondió ella-, no me he vuelto a mirar...

-Está bien, de todas formas, olvídalo. Y no llames al doctor Farasi, sería completamente inútil.

-No tenía la menor intención.

Durante todo el día estuvo en ascuas. Aunque la razón le repitiese que la idea era insensata, contraria a todas las reglas de la naturaleza, digna del más supersticioso de los salvajes, una voz opuesta, procedente quien sabe de dónde, insistía en su interior, en tono burlón: ni granitos ni costras: ¡a tu hermosa mujercita le están saliendo alitas! La condesa Venanzi como la Victoria del monumento a los caídos, ¡oh, será un magnífico espectáculo!

No es que Giorgio Venanzi fuese precisamente un modelo de castidad y costumbres morigeradas. Ni siquiera después de casarse dudaba de insidiar a las campesinas jóvenes de sus tierras, que además consideraba, como cazador, entre las piezas más codiciadas. Pero ay de quién mancillara la honorabilidad, el decoro, el prestigio de su apellido. Por tal razón eran obsesivos los celos que sentía por su mujer, considerada la señora más fascinante de la ciudad, aunque diminuta y grácil. En fin, nada le aterrorizaba tanto como el escándalo. Ahora bien, ¿qué pasaría si a Lucina le crecían verdaderamente dos alas, aunque fuese de forma rudimentaria, como «antojos» sin precedentes, que la convirtiesen en un fenómeno de feria? Por eso no había querido llamar al médico. Podía ocurrir que los dos mechones de plumas se metieran otra vez por el mismo sitio por el que habían salido. Pero también podía ocurrir que no. ¿Qué encontrará en casa, cuando vuelva esta noche?

Con enorme ansiedad, nada más llegar, se retiró con Lucina al dormitorio, le descubrió la espalda, se sintió desvanecer.

Con una velocidad de crecimiento que sólo había observado en algunas raras especies del reino vegetal, las dos irregularidades habían asumido el aspecto de reales y verdaderas protuberancias plumosas. No sólo eso: sino que ahora ya no hacía falta recurrir a una fantasía sobreexcitada para reconocer la forma típica de las alas, exactamente como las que los ángeles de las iglesias llevan sobre los hombros.

-No te entiendo, Lucina -dijo el marido con voz sepulcral-. Tú también lo ves, no, mirándote al espejo. Y estás ahí sonriente, como una boba. ¿No te das cuenta de que es una cosa espantosa?

-¿Espantosa por qué?

Atemorizado ante la perspectiva de un escándalo, Giorgio se decidió a contárselo a su madre, que vivía en el ala opuesta del edificio.

La vieja señora se asustó cuando vio aparecer a su único hijo en aquel estado de aprensión; y escuchó sin respirar su anhelante explicación. Finalmente, dijo:

-Has hecho bien en no llamar al doctor Farasi. De todas formas, recordarás, espero, que siempre fui contraria a ese matrimonio.

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que en la sangre de esos Ruppertini, nobles o no nobles, hay algo raro. Y que yo tuve buen olfato. Pero, veamos, ¿son muy largas esas alas?

-Digamos veinte centímetros, a lo mejor menos. Pero ¿quién te dice que no sigan creciendo?

-Y debajo de la ropa, ¿se notan?

-De momento, no. ¿Sabes? Lucina las tiene muy pegadas a la espalda, también a ella le interesa disimularlo. Desde luego si tuviese que ponerse un traje de noche... Dime, mamá: ¿qué vamos a hacer?

La vieja señora, como siempre, tenía la respuesta en los labios:

-Hay que decírselo en seguida a don Francesco.

-¿Por qué a don Francesco?

-¿Y me lo preguntas? Esas alas, digo yo, a tu mujer, ¿quién se las puede haber puesto? Una de dos, ¿no? No hay que darles más vueltas. O Dios o el diablo. Y ni tú ni yo podemos decidirlo.

Don Francesco era una especie de capellán de familia, un personaje a la antigua, no exento de un filosófico humorismo. Cuando supo que la condesa madre deseaba hablarle, se apresuró a acudir a la casa, escuchó atentamente el relato de Giorgio, y permaneció largo rato pensativo, con la cabeza inclinada como se hace durante las oraciones, como si esperase una inspiración del cielo.

-Discúlpenme, queridos amigos -dijo finalmente-, todo esto apenas se puede creer.

-¿Piensa usted, don Francesco, que son figuraciones mías? Ojalá. Pero ahí fuera está Lucina. Voy a llamarla, y la constatación será muy sencilla.

-¿Se halla muy turbada, la pobrecilla?

-En absoluto. Eso es lo raro, don Francesco. Lucina está tan alegre como siempre. Mejor dicho, parece que esto la divierte.

Se llamó a Lucina, que llevaba puesta una especie de bata floreada. Con la máxima desenvoltura se la quitó, y apareció vestida con un sencillo vestidito de algodón con dos cremalleras verticales por detrás correspondientes precisamente a las aberturas por donde salían las alas. Actualmente los apéndices habían asumido proporciones imponentes: a pesar de estar plegadas medían, de arriba abajo, ochenta centímetros por lo menos.

Don Francesco, se le veía en la cara, estaba anonadado. Y guardó silencio.

-Lucina -dijo la suegra amablemente-, tal vez sea mejor que vuelvas a tu habitación.

Cuando la graciosa criatura hubo salido, don Francesco preguntó:

-Aparte de nosotros dos, ¿alguien más en la casa está al corriente?

-No, afortunadamente -respondió la condesa-. Con las precauciones que tomó mi hijo, ninguna de las personas del servicio ha sospechado nada. Ese vestidito, esa bata, se los ha hecho ella. Ah, Lucina es una gran chica. Pero no podemos seguir de este modo. No podemos pretender tenerla segregada, peor que si tuviera el cólera. Por eso necesitamos su consejo, don Francesco.

El viejo cura carraspeó un poco:

-Reconozco -dijo- que es un caso extraordinariamente delicado. Un juicio por mi parte, comprenderán, implica una responsabilidad tal vez superior a mis fuerzas. Pero ante todo, creo, habría que establecer aunque sólo fuese de forma aproximada, cuál es el origen del fenómeno. Y confío en que Dios nos ilumine.

-¿De qué manera? -preguntó Giorgio.

-Tu madre, querido hijo, ha aludido a ello hace un momento, demostrando como siempre su excelente buen sentido. En resumidas cuentas, si se me pide mi parecer como teólogo, les responderé: si estas alas, dejémonos de eufemismos, tienen una procedencia diabólica, es decir si han sido creadas por el Maligno con objeto de turbar las conciencias con el falseamiento de un aparente milagro, entonces para mí no hay duda: sólo pueden ser un simulacro. Pero si en cambio, como no podemos excluir, estas alas fuesen una señal de Dios, demostración de una excepcional benevolencia del Señor hacia la condesa Lucina, entonces no hay duda de que tendrían que ser alas de verdad, capaces de volar...

-¡Eso es una locura, una cosa terrible! -gimió el conde Giorgio, aterrorizado ante la idea de lo que podría suceder si la segunda hipótesis se demostrase cierta: ¿Cómo seguir ocultando aquella especie de vergonzosa deformidad si Lucina se pusiese a revolotear por la plaza? ¿Y cuántos problemas acarrearía? La publicidad, la curiosidad de la multitud, la investigación por parte de las autoridades eclesiásticas, su vida, la de Giorgio Venanzi, completamente trastornada, destruida.

-En este caso -preguntó el marido-, en este caso, ¿cree usted, don Francesco, que habría que hablar de milagro? En una palabra, ¿Lucina se habría convertido en un ángel, en una santa? Y yo, su legítimo marido...

-Démosle tiempo al tiempo, hijo mío, no nos anticipemos a los designios de la providencia. Que transcurran unos días. Esperemos a que estas benditas alas se hayan desarrollado completamente, a que hayan dejado de crecer. Luego haremos una prueba.

-¡Dios mío, una prueba! ¿Dónde? ¿Aquí en el jardín, donde todos podrán verla?

-No, en el jardín mejor que no. Mejor fuera, podríamos ir al campo, en la oscuridad, sin testigos...



Cruzaron la verja de la casa a las nueve de la noche: Giorgio, su mujer, la madre y don Francesco, en el lujoso coche inglés.

No hubo que esperar ni siquiera diez días a que las alas de Lucina alcanzasen dimensiones adultas. Desde la articulación mediana hasta las puntas, que casi llegaban al suelo, medían, para ser exactos, ciento veintidós centímetros. La colcha de plumas, ya no blancas sino de un suave color rosado, se había hecho compacta y sólida. (Por la noche, en el lecho matrimonial, no era nada fácil; por suerte Lucina estaba acostumbrada a dormir boca abajo, y el apuro y el enfurruñamiento del marido le hacían morirse de risa.) La envergadura de las alas, medida como se hace con las águilas, superaba los tres metros. Todo permitía suponer que las dos gigantescas aletas no tendrían que hacer excesivos esfuerzos para levantar del suelo un cuerpo diminuto como el de Lucina que no llegaba a los cincuenta kilos.

Dejaron atrás las últimas casas, se adentraron en el campo, en aquella zona ahora desierta, buscando un descampado lo bastante solitario. Giorgio no acababa de decidirse. Bastaba con que la ventana iluminada de algún caserío centellease, aunque fuese a gran distancia, para que reanudara la marcha.

Era una hermosa noche de luna. Finalmente se detuvieron en un pequeño sendero que se adentraba en una reserva de caza. Descendieron. A pie avanzaron por el bosque, que Giorgio conocía como la palma de la mano, hasta un claro rodeado por unos árboles altísimos. Había un inmenso silencio.

-Vamos, vamos -dijo la suegra de Lucina-, quítate el abrigo. Y no perdamos tiempo. En pijama tendrás frío, supongo.

Pero aunque sólo llevaba el pijama, Lucina no sentía frío, en absoluto. Al contrario, extrañas ráfagas de calor le recorrían el cuerpo estremeciéndola.

-¿Lo conseguiré? -preguntó entre risas-. Y en seguida, a pasitos ligeros, remedando burlonamente a las bailarinas clásicas, se dirigió al centro del claro y empezó a agitar las alas.

Flot, flot, se oyó el suave aleteo en el aire. De pronto, sin que a la trémula luz de la luna pudieran percibir el momento preciso del despegue, los tres la vieron ante ellos, a una altura de siete u ocho metros. Y no le costaba ningún esfuerzo sostenerse: apenas una suave ondulación de las alas, y acompañaba el ritmo dando unas palmadas.

El marido se cubrió los ojos, horrorizado. Arriba, ella reía: nunca había sido tan feliz, ni tan hermosa.

-Razonemos con calma, hijo mío -decía don Francesco al conde Giorgio-. A tu jovencísima mujer, criatura (convendrás conmigo, admirable desde todos los puntos de vista), le han crecido alas. Hemos comprobado, tú, tu madre y yo, que con estas alas Lucina es capaz de volar; no se trata pues de una intervención demoníaca. Sobre este punto, te lo aseguro, todos los padres de la Iglesia (y he estado releyéndolos a propósito), están de acuerdo. Se trata por tanto de una investidura divina, ya que no queremos hablar de milagro. Eso sin mencionar que, desde el punto de vista estrictamente teológico, Lucina ahora debería ser considerada un ángel.

-Los ángeles, si no me equivoco, nunca han tenido sexo.

-Tienes razón, hijo mío. Sin embargo, estoy convencido de que a tu mujer no le habrían salido alas si el Omnipotente no la hubiese designado para cumplir una importante misión.

-¿Qué misión?

-Inescrutables son las decisiones del Eterno. De todas formas, no creo que tengas derecho a mantener marginada a esa pobrecilla, peor que si se tratase de una leprosa.

-¿Entonces qué, don Francesco? ¿Tengo que dejar que sea pasto del mundo? ¿Usted se imagina el jaleo que se organizaría? Titulares así de grandes en los periódicos, asedio de curiosos, entrevistas, peregrinajes, molestias de todo tipo. ¡Dios no lo quiera! Un contrato cinematográfico, garantizado, no se lo quitaría nadie. ¡Y esto en casa de los Venanzi!  El escándalo. ¡Eso nunca, nunca!

-¿Y quién te dice a ti que esta publicidad no forma también parte de los propósitos divinos? ¿Que precisamente el conocimiento del prodigio no pueda tener incalculables efectos en las conciencias? Como una especie de nuevo pequeño mesías, de sexo femenino. Piensa, por ejemplo, en que la condesa Lucina se pusiese a sobrevolar la línea de fuego en Vietnam. ¿Te das cuenta, hijo mío?

-Se lo ruego, don Francesco, ¡basta! Creo que voy a volverme loco. ¿Pero qué habré hecho yo para merecerme esta desgracia?

-No la llames desgracia: quién sabe, podría ser pecado. Se te ha asignado, como marido, una dura prueba. De acuerdo. Pero al fin y al cabo tienes que resignarte. Dime: ¿hay alguien, además de tu madre y yo, al corriente del asunto?

-Sólo faltaría eso.

-¿Y las personas del servicio?

-Nada. Lucina ahora vive en una casita aparte, donde el único que entra soy yo.

-¿Y la limpieza? ¿Las comidas?

-Lo hace ella misma. Mire, incluso hablando metafóricamente, es un verdadero ángel. No se queja, no protesta, ha sido la primera en darse cuenta de la delicada situación.

-¿Y a la familia, a los amigos, qué les han dicho?

-Que se ha ido a pasar una temporada a casa de sus padres en Val d?Aosta.

-Pero, me refiero, no pensarás tenerla enclaustrada toda la vida.

-¡Y yo qué sé! -y meneaba la cabeza, desesperado-. Encuéntreme usted una solución.

-Ya te lo he dicho, hijo mío. Liberarla, presentarla al mundo tal como está. Apuesto a que ahora también ella lo desea.

-Eso nunca, reverendo. Ya se lo he dicho. Lo he pensado detenidamente. Es mi tormento, mi pesadilla. No sería capaz, se lo juro, de soportar semejante vergüenza.

Pero el conde Giorgio no sabía lo que decía. Llegó octubre. De los pantanos que rodeaban la ciudad empezaban a levantarse, desde el mediodía, las famosas nieblas que a lo largo de toda la estación fría cubren la región como una mortaja impenetrable. Los días en que el marido recorría sus tierras, y sólo volvía ya entrada la noche, la pobre Lucina comprendió que se le presentaba una ocasión formidable. De temperamento dócil, incluso algo apática, se había adaptado a la férrea disciplina que Giorgio le había impuesto. En su fuero interno, sin embargo, la exasperación crecía conforme pasaban los días. Con menos de veinte años permanecer encerrada en casa sin poder ver a una amiga, sin mantener relaciones con nadie, sin ni siquiera asomarse a las ventanas. Más aún: era un suplicio no poder desplegar aquellas estupendas alas vibrantes de juventud y de salud. Más de una vez le había rogado a Giorgio que la llevase durante la noche, como la primera vez, al campo abierto, a escondida de todos, y la dejase volar unos minutos. Pero el hombre era inconmovible. Para realizar aquel experimento nocturno, al que habían asistido también la madre y don Francesco, se habían expuesto a un grave peligro. Por suerte ningún extraño se había percatado de nada. Pero intentarlo de nuevo habría sido una locura: ¡y además por un capricho!

Bien. Una tarde cenicienta, hacia mediados de octubre, la niebla había descendido sobre la ciudad, paralizando el tráfico. Lucina, con un doble pijama de lana, evitando las habitaciones de la servidumbre, se deslizó hasta el jardín, arrebujada. Miró en derredor. Le parecía hallarse en un mundo de ensueño; nadie, absolutamente nadie podía verla. Dejó caer el abrigo que escondió a los pies de un árbol. Salió a campo abierto, agitó sus queridas alas, y echó a volar sobre los tejados.

Estas fugas clandestinas, que pudieron renovarse cada vez con más frecuencia gracias a la inclemencia del tiempo, supusieron para ella un maravilloso consuelo. Tenía la precaución de alejarse en seguida del centro, volando en dirección contraria a las tierras del marido. Allí se sucedían los bosques solitarios casi ininterrumpidamente y embargada por una ebriedad indecible rozaba las copas de los árboles, se zambullía en la neblina hasta vislumbrar las sombras de alguna casucha, daba vueltas sobre sí misma, feliz cuando alguna rara ave, al verla, huía asustada.

En su inocencia, un poco frívola, la joven condesa no se preguntaba por qué precisamente a ella, la única persona en el mundo, le habían crecido alas. Sencillamente, había sido así. La sospecha de divinas misiones ni siquiera había pasado por su imaginación. Sólo sabía que se encontraba bien, segura de sí misma, dotada de un poder sobrehumano que la llevaba, durante los vuelos, a un beatífico delirio.

Como suele ocurrir, el hábito a la impunidad acabó por hacerle descuidar la prudencia. Una tarde, después de haber salido a la densa y humeante capa de niebla que cubría herméticamente los campos, y haber disfrutado largamente del dulce sol otoñal, sintió la curiosidad de explorar la zona inferior. Se lanzó en picado por la gélida penumbra de la bruma y no detuvo su descenso hasta escasos metros del suelo.

Exactamente debajo de ella un muchacho que llevaba una escopeta estaba dirigiéndose a lo que probablemente era el refugio de los cazadores de uno de los muchos cotos. El cazador, al oír el batir de la enormes alas, se dio media vuelta como un resorte e instintivamente levantó la escopeta de doble cañón.

Lucina intuyó el peligro. En lugar de huir, para lo que no tenía tiempo, a costa de desvelar el secreto, gritó con todas sus fuerzas:

-¡Espera, no dispares!

Y, antes de que el hombre pudiera recuperarse de su sorpresa, se posó delante de él, muy cerca.

El cazador era un tal Massimo Lauretta, uno de los más brillantes «lions» de la pequeña sociedad provinciana; recién licenciado, de óptima y rica familia, buen esquiador y piloto de coches de carreras; óptimo amigo del matrimonio Venanzi. A pesar de su habitual desenvoltura, fue tal su extravío que, dejando caer la escopeta, se arrodilló con las manos juntas, recitando en voz alta:

-Ave María, gratia plena...

Lucina soltó una carcajada:

-¿Pero qué haces, tonto? ¿No ves que soy Lucina Venanzi?

El otro se puso en pie tambaleándose:

-¿Tú? ¿Qué pasa? ¿Cómo puedes...?

-Da lo mismo, Massimo... Pero aquí hace un frío de los mil demonios...

-Vayamos dentro -dijo el joven indicando el refugio-. La chimenea debe de estar encendida.

-¿Hay alguien más?

-Nadie, excepto el guardabosques.

-No, no, es imposible.

Permanecieron algún tiempo mirándose embobados. Al final Lucina:

-Te he dicho que tengo frío. Abrázame, por lo menos.

Y el joven, aunque todavía tembloroso, no se lo hizo repetir dos veces.

Cuando volvió aquella noche, Giorgio Venanzi encontró a su mujer sentada en la sala y cosiendo. Sin el menor vestigio de alas.

-¡Lucina! -gritó- ¡cariño! ¿Cómo ha sido?

-¿El qué? -dijo ella sin inmutarse.

-Pues las alas, ¿no? ¿Qué ha pasado con las alas?

-¿Las alas? ¿Te has vuelto loco?

Violentamente turbado, él se quedó sin habla:

-Pues... no sé... debo de haber tenido un mal sueño.

Nadie, del milagro, o de la brujería, supo nunca nada, excepto Giorgio, su madre, don Francesco y el joven Massimo que, como era un caballero, no dijo palabra a nadie. Pero incluso entre los que sí sabían, el tema se consideró tabú.

Sólo, don Francesco, unos meses después, encontrándose solo con Lucina, le dijo sonriendo:

-Dios te quiere mucho, Lucina. No me negarás que como ángel has tenido una suerte extraordinaria.

-¿Suerte? ¿Qué suerte?

-La de encontrar al Diablo en el momento justo.


FIN
Sérgio Braga Pois então, Adriano Codato. É isso que eu o o Bruno Bolognesi estamos falando há tempos. Mas ninguém lê Facebook e os petistas só fazem culpar a "mídia golpista". Agora, está complicado. Vamos torcer para que o Eduardo Cunha e seus cúmplices não terminem destruindo o país ou coisa pior...

Sérgio Braga Adriano Codato: agora, o Sérgio Abranches sempre foi parlamentarista. O presidencialismo para ele sempre foi um mal menor, que tendia a gerar instabilidade por causa das características das elites brazucas. Você tem alguma hipótese para explicar essa incoercível atração da esquerda brasileira pelo presidencialismo dito de coalizão? Populismo, estatolatria, hegemonia da classe média radical no pensamento de esquerda?

Bruno Bolognesi Sérgio, o Sartori (ainda que de forma ensaística) argumenta num contrafactual que o parlamentarismo foi uma solução para assentar as monarquias europeias no Estado. Argumento esse que não estou certo de alguma validade para o Brasil. Mas a explicação alternativa é a do êxito norte-americano com o presidencialismo e como este serviu de modelo para a América Latina.
PS: a esquerda brasileira (e latina) é muito populista e personalista. Acho que isso só psiquiatria explica.

Sérgio Braga Bruno Bolognesi Acho que quem melhor explicou isso até hoje foi o Francisco Weffort. Que os conservadores prefiram o presidencialismo, é facilmente explicável, pois isso torna mais fácil o bloqueio de pressões distributivas vindas de partidos (presidentes) de esquerda através do fisiologismo, do clientelismo, cooptação etc., como estamos testemunhando nos últimos anos. No tocante à esquerda, ele afirma que na América Latina a esquerda não chegou ainda ao estágio social-democrata, onde a demanda é por direitos sociais constitucionalizados por maiorias parlamentares através da organização da sociedade civil em partidos, mas está ainda na etapa de demanda por serviços e reconhecimento do Estado, tal como personificado por líderes carismáticos. As causas disso são complexas, estão relacionadas a fatores históricos (independência; industrialização; estadania), à hegemonia da classe média na esquerda (culto à expansão do Estado e hostilidade ao setor privado etc.), e à natureza do "gap" de consumo e qualidade dos serviços existente entre nossas classes trabalhadoras e as classes trabalhadoras dos países capitalistas avançados. Acho que as considerações do Weffort são um bom ponto de partida para refletirmos sobre o tema da tendência incoercível da esquerda latino-americana a desvalorizar os partidos e o jogo parlamentar como instrumentos de mudança de longo prazo, preferindo uma comunicação/mobilização direita entre líderes e massas. O Mainwaring também escreveu coisas interessantes sobre o assunto. Sartori é bem confuso; vc se refere àquele texto dele sobre semi-presidencialimo?


Maria Tarcisa Silva Bega Interessante a leitura do texto de Sérgio Abranches. o equilíbrio - sempre instável por definição - entre os três poderes e o potencial de judicialização do processo me parecem ser os pontos para nossa reflexão.

UM CAUSO SOBRE A ÚLTIMA MANIFESTAÇÃO PRÓ-IMPEACHMENT

Gamba Junior
14 de abril às 09:14 · Rio de Janeiro, RJ, Brasil ·


Eu fui a passeata para fotografar. Na ala pró-intervenção militar estava um grupo com banda, a TFP. Fui pedir um folheto da instituição para ler os absurdos. Como já havia acabado, um senhor foi pegar no carro um último e me deu. Enquanto ele me explicava o conteúdo do folder que tinha como título "para os sucessores do PT", uma fiscal da passeata se aproximou e perguntou que folheto o senhor estava distribuindo. Eu mostrei, mas ao ver o título começou a bradar aos seus parceiros que tinha alguém distribuindo folhetos do PT. Muitos outros vieram e ele explicava que era da TFP e não do PT. Eu também expliquei que o título era: "aos sucessores do PT", mas não adiantou, ela gritava "então, do PT, sucessor do PT é PT"! Chegou mais gente dizendo que se ele era do PT não podia estar ali, começaram a querer expulsar o velhinho e sua banda. A esta altura eu já estava defendendo o senhor de tamanha burrice: "o texto é para quem for substituir, não para quem está!" Ele só repetia "não sou PT, sou TFP!"
A horda de indignados coxinhas aumentava até que outro senhor do grupo de fiscais se meteu no meio e berrou "vocês estão loucos? Eles são da TFP - Tradição, família e propriedade, o grupo que apoiou a ditadura militar e que é de extrema-direita." Explicou mais uns detalhes sórdidos enquanto os demais se acalmavam. Todos os fiscais entenderam, se acalmaram, abraçaram o velhinho da TFP, pediram desculpas e a bandinha seguiu com a passeata.
Esse causo vai entrar para minha história como o dia em que tive que defender um senhor da TFP.
Esse causo vai entrar para os anais da ignorância de como um grupo tão ignorante pode achar que a TFP defendia o PT.
Esse causo vai entrar para história provando que essa nova direita considera a TFP muito à esquerda dela!!!

(História verídica)

domingo, 10 de abril de 2016

Discurso de Stalin en el 19º Congreso del PCUS, el 14 de octubre de 1952.

STALIN SOBRE LAS TAREAS DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS Y DEMOCRÁTICOS, SOBRE LA LIBERTAD INDIVIDUAL.

"Formalmente, la burguesía se permite ser liberal, siendo paladines de la libertad democrática-burguesa y poder crear por si mismo popularidad entre el pueblo.

Ahora, no queda siquiera una traza de liberalismo. Ha desaparecido el llamado 'Libertad del individuo', ahora los derechos del individuo son solamente reconocidos en caso de aquellos que poseen capital, mientras que los otros ciudadanos son reconocidos como materia prima y solo pueden ser usados para la explotación.

La igualdad de los pueblos y las naciones ha sido pisoteado; en su lugar ha sido remplazado por el principio de plenos derechos para la clase explotadora y ningún derecho para la mayoría de los ciudadanos explotados. La bandera de la libertad 'democrática burguesa' ha sido tirada a la basura.

Pienso que ustedes, representantes de los partidos comunistas y democráticos, tienen que volver a llevar la bandera y llevarla adelante si realmente desean agrupar junto a ustedes a la mayoría del pueblo. No hay nadie mas que pueda llevarla".

Ossip Stálin

sábado, 9 de abril de 2016


Porra, eu vejo aqui, os homens mais fortes e mais inteligentes que eu já vi.
Eu vejo todo esse potencial, e eu  o vejo arruinado. Eu vejo uma geração
Eu vejo uma geração inteira que trabalha em bombas de gasolinas,
quem faz o serviço em restaurantes, que é escravo de um pequeno chefe  num escritório.
 A publicidade nos faz correr atrás dos carros e roupas,
 fazemos dos empregos que odiamos para comprar merdas que nos servem para nada.
Somos os filhos da história meus amigos, nós não temos fim nem lugar;
não temos da grande guerra, não da grande depressão.
 nossa grande guerra é espiritual, nossa grande depressão
são nossas vidas.
 A televisão nos ensinou a acreditar
 que um dia seríamos todos milionários  e deuses do cinema ou estrelas de rock,
mas não é verdade. E aprendemos lentamente esta verdade.

 Temos realmente, realmente, o rabo.

Truffade Froment
Nos próximos dias teremos a oportunidade de verificar na prática se a Lava Jato é uma operação séria de investigação judicial, ou apenas uma fábrica de factóides contra o PT e setores empresariais desenvolvimentistas atrelados ao governo, para serem vazados para a mídia no momento adequado para desgastar o governo. Se for de fato uma operação "republicana", como dizem alguns, um silencio obsequioso enquanto durar o processo de votação é a postura mais adequada e ética. Se for uma fábrica de factóides destinada a ser desativada após o impedimento da presidente da República, o comportamento contrário é o esperado. Façam suas apostas, cidadãos de bem e contribuintes honestos que vão às ruas protestar pela "ética na política". Depois não venham com aquele conversa que "político é tudo igual" e que vc está "desiludido com a Política"...

Sérgio Braga
Anotem a data de hoje, dia 3 de abril de 2016. Pela primeira vez parte da plutocracia paulista desembarca da Lava Jato e critica os abusos, ilegalidades e excessos de Moro, cujas "respeitosas escusas" não serão mais toleradas. Matéria de grande destaque. A leitura política indica que a utilidade da Lava Jato para a classe dominante chegou ao final, não há mais novas evidências e possibilidades de se atingir o PT, Dilma e Lula, mas as fortes provas contra o PSDB, DEM e partidos de direita devem ser desconsideradas, como sempre foram. Moro está sendo descartado. A Lava Jato será estudada no futuro como uma grande operação política contra a democracia, apenas uma peça de justiça de exceção, conduzida por interesses políticos seletivos e partidarizados.

Ricardo Costa de Oliveira

sábado, 2 de abril de 2016

"Somos todos passageiros de um trem suicida que se chama civilização capitalista moderna", argumenta Michael Löwy, citando Walter Benjamin.

A criminalização da resistência

A criminalização da resistência de apenas um dos lados dessa disputa mostra o quanto nosso sistema político é incapaz de entender o que é, de fato, uma democracia.
Chamar de chantagem toda forma de protesto com a qual não concordamos é, no mínimo, infantil.
A oposição não vai admitir, mas a quantidade de pessoas que têm ido às ruas para criticar a forma como está sendo conduzido o processo de impeachment (atenção, não confundir com ir às ruas para apoiar esse governo) foi maior que a esperada. À frente de muitas delas, está o MTST e a Frente Povo sem Medo, que se mantém bastante críticos ao governo.
A partir daí, a narrativa para a criminalização de movimentos sociais tem sido anabolizada na mídia, nas redes sociais, nos espaços políticos. Narrativas que querem inverter os sentidos das palavras e transformar resistência popular em ameaça à democracia e à governabilidade.
Guilherme Boulos é liderança do principal movimento social de massa deste país em termos de centralidade da pauta, capacidade de mobilização e visão de atuação hoje. Um movimento com uma agenda antiga, mas com uma equipe que sabe se comunicar e influenciar a disputa simbólica da narrativa, pela mídia, pelas redes sociais.
E vem exatamente do posicionamento crítico adotado contra a atual administração federal o respeito de vários setores da esquerda para com o movimento e com Boulos. Esse respeito e essa capacidade de mobilização, que consegue colocar dezenas de milhares de militantes nas ruas quando preciso, assusta muita gente. Que prefere ver ele preso do que articulando com outros movimentos ou em cima de um caminhão de som.
O pedido de investigação criminal de Guilherme Boulos é uma amostra do que acontecerá com parte da esquerda brasileira se o macarthismo à brasileira se instalar como ação sistemática de limpeza ideológica. Já estamos vendo, aqui e ali, a perseguição a quem usa roupas vermelhas e a agressão em espaços públicos contra quem defende determinado ponto de vista. Até o juramento de Hipócrates foi rasgado por médicos que acham normal não prestar atendimento a alguém que não compartilha da mesma opinião política que eles.
Daqui para a caça nas ruas, escolas e empresas é um pulo.
Apesar de conquistas sociais obtidas na última década, o governo não atendeu às pautas históricas propostas pelos movimentos sociais – o que, do meu ponto de vista, não seria nenhuma “revolução'', mas melhoraria a vida de milhões de brasileiros que se mantêm excluídos. Pelo contrário, em nome da “governabilidade'' fez alianças espúrias, apoiando forças econômicas e políticas que eram contrárias a esses interesses populares, ignorando o suporte oferecido por esses mesmos movimentos para um mandato que significasse uma mudança de paradigma.
E nada indica que, se sobreviver à convulsão, irá fazer a “guinada à esquerda'', mítico desejo da militância, que passa frio no barraco de lona na beira da rodovia, que convive com ratos em prédios ocupados em grandes cidades, que sente medo de ser despejado de sua terra tradicional, que vive as condições de trabalho precarizadas em nome do progresso.
Mas todos os movimentos sociais sabem o que é serem considerados criminosos simplesmente por lutarem pelos direitos que lhes são garantidos pela Constituição. Sabem o que é levar cacete por representar o que está em desacordo com a visão hegemônica de “progresso'' e crescimento econômico, seja no campo ou na cidade. E ainda guardam na memória as cicatrizes deixadas pelos anos de governo Fernando Henrique Cardoso, temendo que voltem a ser caçados dependendo de quem assuma o poder ou do clima político do país.
Você pode não gostar de Guilherme Boulos. Mas, se preza pela liberdade, deveria repudiar a sua criminalização e dos movimentos sociais populares, da mesma forma que deve ser repudiada a criminalização de qualquer liderança social, de direita ou esquerda.
Pois, hoje é com ele. Depois, com uns comunistas, sindicalistas, operários, jornalistas… Amanhã, quem sabe, se não vai ser com você?


(Leonardo Sakamoto -- http://jornalggn.com.br/…/a-hipocrisia-na-criminalizacao-de…)

Materialismo Dialético

"O marxismo-leninismo é uma doutrina monolítica, completa, na qual todas as partes — o comunismo científico, a economia política e a filosofia — se acham organicamente ligadas entre si. (...) O marxismo-leninismo ensina que, embora as leis objetivas da História determinem a atividade dos homens, não atuam por si mesmas, mas pressupõem a atividade dinâmica dos homens. A necessidade objetiva no desenvolvimento social não exclui, mas, ao contrário, pressupõe a participação criadora dos homens".

( Academia de Ciências da URSS)

"Mensagem Inaugural da Associação Internacional dos Trabalhadores"

Marx: 
19.03.2016

Operários,

É um fato assinalável que a miséria das massas operárias não tenha diminuído de 1848 a 1864; e, contudo, este período não tem rival quanto ao desenvolvimento da indústria e ao crescimento do comércio. Em 1850, um órgão moderado da classe média britânica, de informação superior à média, predizia que se as exportações e as importações da Inglaterra viessem a elevar-se 50 por cento, o pauperismo inglês cairia para zero. Infelizmente, em 7 de abril de 1864, o Chanceler do Tesouro Público [Chancellor of the Exchequer] deliciava a sua audiência parlamentar com a afirmação de que o comércio total de importação e exportação da Inglaterra se tinha elevado em 1863 “a 443 955 000 libras! soma assombrosa cerca de três vezes superior ao comércio da época comparativamente recente de 1843!”.

Apesar de tudo isto, foi eloquente acerca da “pobreza”. “Pensai”, exclamava ele, “nos que estão na fronteira dessa região”, nos “salários... não aumentados»; na “vida humana... que em nove casos sobre dez não é senão uma luta pela existência!” Não falou do povo da Irlanda, gradualmente substituído pela maquinaria no Norte e por pastagens de carneiros no Sul, ainda que mesmo os carneiros, nesse país infeliz, estejam a diminuir, é verdade que não a uma taxa tão rápida como os homens. Não repetiu o que tinha então acabado de ser denunciado, num súbito acesso de terror, pelos mais altos representantes dos dez mil da alta. Quando o pânico da garrotte alcançou um certo auge, a Câmara dos Lordes ordenou que se fizesse um inquérito e que se publicasse um relatório acerca da deportação e servidão penal. A verdade veio ao de cima no volumoso Livro Azul de 1863, e ficou provado por factos e números oficiais que os piores criminosos condenados, os forçados de Inglaterra e Escócia, trabalhavam muito menos arduamente e passavam de longe melhor do que os trabalhadores agrícolas da Inglaterra e da Escócia. Mas, isto não foi tudo. Quando, em consequência da Guerra Civil na América, os operários do Lancashire e do Cheshire foram lançados para as ruas, a mesma Câmara dos Lordes enviou para os distritos manufatureiros um médico encarregado de investigar qual a mais pequena quantidade possível de carbono e de nitrogénio a ser ministrada da forma mais barata e mais simples que, em média, pudesse apenas bastar para “prevenir doenças [causadas] pela fome”. O Dr. Smith, o delegado médico, averiguou que 28 000 grãos de carbono e 1330 grãos de nitrogénio eram o abono semanal que manteria um adulto médio... apenas acima do nível das doenças [causadas] pela fome e descobriu, além disso, que essa quantidade estava muito perto de coincidir com a alimentação escassa a que a pressão de uma miséria extrema tinha efetivamente reduzido os operários do algodão. Mas, vede agora! O mesmo sábio doutor foi, mais tarde, delegado de novo pelo alto funcionário médico do Conselho Privado[N5] para examinar a alimentação das classes trabalhadoras mais pobres. Os resultados das suas investigações estão contidos no Sixth Report on Public Health [Sexto Relatório sobre Saúde Pública] publicado por ordem do Parlamento no decurso do presente ano. O que é que o doutor descobriu? Que os tecelões de sedas, as costureiras, os luveiros de pelica, os tecelões de meias, etc, nem sequer recebiam, em média, a ração miserável dos operários do algodão, nem sequer [recebiam] o montante de carbono e nitrogénio "apenas suficiente para prevenir as doenças [causadas] pela fome".

“Além disso” – citamos o relatório – “no que toca às famílias da população agrícola examinadas, verifica-se que mais de um quinto tinha menos do que a estimada suficiência de alimentação carbonada, que mais de um terço tinha menos do que a suficiência estimada de alimentação nitrogenada e que em três condados (Berkshire, Oxfordshire e Somersetshire) a insuficiência de alimentação nitrogenada era a dieta local média”. “É preciso não esquecer” – acrescenta o relatório oficial – “que a privação de alimentação é muito relutantemente aguentada e que, em regra, uma grande pobreza de dieta só sobrevirá quando outras privações a precederam... Mesmo a limpeza terá sido considerada cara ou difícil e, se ainda houver esforços de respeito por si próprio para a manter, cada esforço desses representará tormentos de fome adicionais”. “Estas são reflexões dolorosas, especialmente, se não nos esquecermos de que a pobreza a que aludem não é a pobreza merecida pela ociosidade; em todos os casos, é a pobreza de populações trabalhadoras. De facto, o trabalho que fornece a escassa ração de alimento é, para a maior parte, excessivamente prolongado”.

O relatório exibe o facto estranho, e bastante inesperado, de que: “De entre as partes do Reino Unido” – Inglaterra, Gales, Escócia e Irlanda –, “a população agrícola da Inglaterra”, a parte mais rica, “é consideravelmente a mais mal alimentada”; mas, de que mesmo os operários agrícolas do Berkshire, Oxfordshire e Somersetshire passam melhor do que grande número de hábeis operários do Leste de Londres que trabalham a domicílio.

São estas as declarações oficiais publicadas por ordem do Parlamento em 1864, durante o milénio do comércio livre, numa altura em que o Chanceler do Tesouro Público disse à Câmara dos Comuns que “a condição média do trabalhador inglês melhorou num grau que sabemos que é extraordinário e sem exemplo na história de qualquer país ou qualquer idade”.

Destas congratulações oficiais destoa a seca observação do Relatório oficial sobre a Saúde Pública:

“A saúde pública de um país significa a saúde das suas massas, e as massas dificilmente serão saudáveis, a menos que, até na sua própria base, sejam pelo menos moderadamente prósperas”.

Deslumbrado pelo “Progresso da Nação”, com as estatísticas a dançar diante dos seus olhos, o Chanceler do Tesouro Público exclama num êxtase impetuoso:

“De 1842 a 1852 o rendimento coletável do país aumentou 6 por cento; nos oito anos de 1853 a 1861, aumentou 20 por cento, na base tomada em 1853! o fato é tão espantoso que é quase inacreditável!... Este inebriante aumento de riqueza e poder”, acrescenta o Sr. Gladstone, “está inteiramente confinado às classes possuidoras!”

Se se quiser saber em que condições de saúde arruinada, de moral manchada e de ruína mental esse “inebriante aumento de riqueza e poder inteiramente confinado às classes possidentes” foi e está a ser produzido pelas classes do trabalho, olhe-se para o quadro das oficinas de alfaiates, impressores e costureiras traçado no último Relatório sobre a Saúde Pública! Compare-se com o Report of the Children's Employment Commission de 1863, onde é afirmado, por exemplo, que:

“Os oleiros como classe, tanto os homens como as mulheres, representam uma população muito degenerada, tanto fisicamente como mentalmente”, que “a criança não saudável é, por sua vez, um pai não saudável”, que “uma deterioração progressiva da raça tem de continuar” e que “a degenerescência da população de Staffordshire ainda seria maior se não fosse o recrutamento constante da região adjacente e os casamentos mistos com raças mais saudáveis”.

Dê-se uma olhadela ao Livro Azul do Sr. Tremenheere sobre os “Agravos de que se queixaram os oficiais de padaria”. E quem é que não estremeceu com a declaração paradoxal feita pelos inspetores de fábricas, e ilustrada pelo Registrar General, de que os operários do Lancashire estavam efetivamente a melhorar em saúde, quando ficaram reduzidos à ração miserável de alimento, em virtude da sua exclusão temporária da fábrica de algodão por falta de algodão e de que a mortalidade das crianças estava a diminuir porque agora, enfim, era às suas mães permitido darem-lhes em vez do cordial de Godfrey, os seus próprios peitos.

Veja-se mais uma vez o reverso da medalha! Os Relatórios do Imposto sobre Rendimento e Propriedade, apresentados perante a Câmara dos Comuns em 20 de Julho de 1864, mostram-nos que às pessoas com rendimentos anuais avaliados pelo coletor de impostos em 50 000 libras e mais se tinham juntado, de 5 de Abril de 1862 a 5 de Abril de 1863, uma dúzia mais uma, tendo o seu número crescido nesse único ano de 67 para 80. Os mesmos Relatórios desvendam o facto de que cerca de 3000 pessoas dividem entre si um rendimento [income] anual de cerca de 25 000 000 de libras esterlinas, bastante mais do que o rendimento [revenue] total repartido anualmente por toda a massa dos trabalhadores agrícolas de Inglaterra e Gales. Abri o censo de 1861, e descobrireis que o número dos proprietários de terras masculinos de Inglaterra e Gales diminuiu de 16 934 em 1851 para 15 066 em 1861, de tal modo que a concentração de terras cresceu em dez anos 11 por cento. Se a concentração do solo do país em poucas mãos se processar à mesma taxa, a questão da terra ficará singularmente simplificada, tal como ficou no Império Romano, quando Nero sorriu com a descoberta de que metade da Província de África era possuída por seis senhores. Insistimos tanto tempo nestes «factos tão espantosos que são quase inacreditáveis », porque a Inglaterra está à cabeça da Europa do comércio e da indústria. Estaremos lembrados de que, há uns meses atrás, um dos filhos refugiados de Louis Philippe felicitou publicamente o trabalhador agrícola inglês pela superioridade da sua sorte sobre a do seu camarada menos florescente do outro lado do Canal. Na verdade, com as cores locais alteradas e numa escala algo contraída, os factos ingleses reproduzem-se em todos os países industriosos e progressivos do Continente. Em todos eles, teve lugar, desde 1848, um inaudito desenvolvimento da indústria e uma inimaginável expansão das importações e exportações. Em todos eles, «o aumento de riqueza e poder inteiramente confinado às classes possidentes» foi verdadeiramente «inebriante». Em todos eles, tal como em Inglaterra, uma minoria das classes operárias viu os seus salários reais algo aumentados; embora, na maioria dos casos, a subida monetária dos salários denotasse tanto um acesso real ao conforto como o facto do hóspede do asilo de mendicidade ou do orfanato da metrópole, por exemplo, em nada ser beneficiado por os seus meios de primeira necessidade custarem 9£ 15s. e 8d. em 1861 contra 7£ 7s. e 4d. em 1852. Por toda a parte, a grande massa das classes operárias se estava a afundar mais, pelo menos à mesma taxa que as acima delas subiam na escala social. Em todos os países da Europa, tornou-se agora uma verdade demonstrável a todo o espírito sem preconceitos e apenas negada por aqueles cujo interesse está em confinar os outros a um paraíso de tolos que nenhum melhoramento da maquinaria, nenhuma aplicação da ciência à produção, nenhuns inventos de comunicação, nenhumas novas colónias, nenhuma emigração, nenhuma abertura de mercados, nenhum comércio livre, nem todas estas coisas juntas, farão desaparecer as misérias das massas industriosas; mas que, na presente base falsa, qualquer novo desenvolvimento das forças produtivas do trabalho terá de tender a aprofundar os contrastes sociais e a agudizar os antagonismos sociais. A morte por fome, na metrópole do Império Britânico, elevou-se quase ao nível de uma instituição, durante esta época inebriante de progresso económico. Essa época fica marcada nos anais do mundo pelo regresso acelerado, pelo âmbito crescente e pelo efeito mais mortífero da peste social chamada crise comercial e industrial.

Após o fracasso das Revoluções de 1848, todas as organizações partidárias e jornais partidários das classes operárias foram, no Continente, esmagados pela mão de ferro da força, os mais avançados filhos do trabalho fugiram desesperados para a República Transatlântica e os sonhos efémeros de emancipação desvaneceram-se ante uma época de febre industrial, de marasmo moral e de reação política. A derrota das classes operárias continentais, em parte, devida à diplomacia do Governo inglês, agindo, então tal como agora, em solidariedade fraterna com o Gabinete de São Petersburgo, cedo espalhou os seus efeitos contagiosos para este lado do Canal. Enquanto a derrota dos seus irmãos continentais desanimou as classes operárias inglesas e quebrou a sua fé na sua própria causa, restaurou para o senhor da terra e para o senhor do dinheiro a sua confiança algo abalada. Retiraram insolentemente concessões já anunciadas. As descobertas de novas terras auríferas conduziram a um imenso êxodo, que deixou um vazio irreparável nas fileiras do proletariado britânico. Outros dos seus membros anteriormente ativos foram apanhados pelo suborno temporário de mais trabalho e salários melhores e tornaram-se «fura-greves políticos» [political blacks]. Todos os esforços feitos para manter ou remodelar o Movimento Cartista falharam assinalavelmente; os órgãos de imprensa da classe operária foram morrendo um a um pela apatia das massas e, de facto, nunca antes a classe operária inglesa tinha parecido tão inteiramente reconciliada com um estado de nulidade política. Se, então, não tinha havido qualquer solidariedade de ação entre as classes operárias britânica e continental, havia, para todos os efeitos, uma solidariedade de derrota.

E, contudo, o período que passou desde as Revoluções de 1848 não deixou de ter os seus aspectos compensadores. Apontaremos aqui apenas para dois grandes fatos.

Após uma luta de trinta anos, travada com a mais admirável perseverança, as classes operárias inglesas, aproveitando uma discórdia momentânea entre os senhores da terra e os senhores do dinheiro, conseguiram alcançar a Lei das Dez Horas. Os imensos benefícios físicos, morais e intelectuais daí resultantes para os operários fabris, semestralmente registados nos relatórios dos inspetores de fábricas, de todos os lados são agora reconhecidos. A maioria dos governos continentais teve de aceitar a Lei Fabril [Factory Act] inglesa em formas mais ou menos modificadas e o próprio Parlamento inglês foi cada ano compelido a alargar a sua esfera de ação.

Mas, para além do seu alcance prático, havia algo mais para realçar o maravilhoso sucesso desta medida dos operários. Através dos seus órgãos de ciência mais notórios — tais como o Dr. Ure, o Professor Sénior e outros sábios desse cunho —, a classe média tinha predito, e a contento dos seus corações, provado, que qualquer restrição legal às horas de trabalho teria de dobrar a finados pela indústria britânica que, qual vampiro, não podia senão viver de chupar sangue, e ainda por cima sangue de crianças. Em tempos idos, o assassínio de crianças era um rito misterioso da religião de Moloch, mas só era praticado em algumas ocasiões muito solenes, uma vez por ano, talvez, e, mesmo assim, Moloch não tinha uma propensão exclusiva para os filhos dos pobres. Esta luta acerca da restrição legal das horas de trabalho enfureceu-se tanto mais ferozmente quanto, à parte a avareza assustada, ela se referia, na verdade, à grande contenda entre o domínio cego das leis da oferta e da procura que formam a economia política da classe média e a produção social controlada por previsão social, que forma a economia política da classe operária. Deste modo, a Lei das Dez Horas não foi apenas um grande sucesso prático; foi a vitória de um princípio; foi a primeira vez que em plena luz do dia a economia política da classe média sucumbiu à economia política da classe operária.

Mas, estava reservada uma vitória ainda maior da economia política do trabalho sobre a economia política da propriedade. Falamos do movimento cooperativo, especialmente, das fábricas cooperativas erguidas pelos esforços, sem apoio, de algumas «mãos» ousadas. O valor destas grandes experiências sociais não pode ser exagerado. Mostraram com factos, em vez de argumentos, que a produção em larga escala e de acordo com os requisitos da ciência moderna pode ser prosseguida sem a existência de uma classe de patrões empregando uma classe de braços; que, para dar fruto, os meios de trabalho não precisam de ser monopolizados como meios de domínio sobre e de extorsão contra o próprio trabalhador; e que, tal como o trabalho escravo, tal como o trabalho servo, o trabalho assalariado não é senão uma forma transitória e inferior, destinada a desaparecer ante o trabalho associado desempenhando a sua tarefa com uma mão voluntariosa, um espírito pronto e um coração alegre. Em Inglaterra, os gérmenes do sistema cooperativo foram semeados por Robert Owen; as experiências dos operários, tentadas no Continente, foram, de facto, o resultado prático das teorias, não inventadas, mas proclamadas em alta voz, em 1848.

Ao mesmo tempo, a experiência do período de 1848 a 1864 provou fora de qualquer dúvida que o trabalho cooperativo – por mais excelente que em princípio [seja] e por mais útil que na prática [seja] –, se mantido no círculo estreito dos esforços casuais de operários privados, nunca será capaz de parar o crescimento em progressão geométrica do monopólio, de libertar as massas, nem sequer de aliviar perceptivelmente a carga das suas misérias. É talvez por esta precisa razão que nobres bem-falantes, filantrópicos declamadores da classe média e mesmo agudos economistas políticos, imediatamente se voltaram todos com cumprimentos nauseabundos para o preciso sistema de trabalho cooperativo que em vão tinham tentado matar à nascença, ridicularizando-o como Utopia do sonhador ou estigmatizando-o como sacrilégio do Socialista. Para salvar as massas industriosas, o trabalho cooperativo deveria ser desenvolvido a dimensões nacionais e, consequentemente, ser alimentado por meios nacionais. Contudo, os senhores da terra e os senhores do capital sempre usarão os seus privilégios políticos para defesa e perpetuação dos seus monopólios económicos. Muito longe de promover, continuarão a colocar todo o impedimento possível no caminho da emancipação do trabalho. Lembremo-nos do escárnio com o qual, na última sessão, Lord Palmerston deitou abaixo os defensores da Lei dos Direitos dos Rendeiros Irlandeses [Irish Tenants' Right Bill]. A Câmara dos Comuns, gritou ele, é uma casa de proprietários de terras.

Conquistar poder político tornou-se, portanto, o grande dever das classes operárias. Parecem ter compreendido isto, porque em Inglaterra, Alemanha, Itália e França tiveram lugar renascimentos simultâneos e estão a ser feitos esforços simultâneos para a reorganização política do partido dos operários.

Possuem um elemento de sucesso – o número; mas o número só pesa na balança se unido pela combinação e guiado pelo conhecimento. A experiência passada mostrou como a falta de cuidado por este laço de fraternidade, que deve existir entre os operários de diferentes países e incitá-los a permanecer firmemente ao lado uns dos outros em toda a sua luta pela emancipação, será castigada pela derrota comum dos seus esforços incoerentes. Este pensamento incitou os operários de diferentes países, congregados em 28 de setembro de 1864 numa reunião pública em St. Martin's Hall, a fundar a Associação Internacional.

[Uma] outra convicção influenciou [ainda] esta reunião.

Se a emancipação das classes operárias requer o seu concurso fraterno, como é que irão cumprir essa grande missão, com uma política externa que persegue objetivos criminosos, joga com preconceitos nacionais e dissipa em guerras piratas o sangue e o tesouro do povo? Não foi a sabedoria das classes dominantes, mas a resistência heroica das classes operárias de Inglaterra à sua loucura criminosa, que salvou o Ocidente da Europa de mergulhar de cabeça numa cruzada infame pela perpetuação e propagação da escravatura do outro lado do Atlântico. A aprovação desavergonhada, a simpatia trocista ou a indiferença idiota com que as classes superiores da Europa assistiram a que a fortaleza de montanha do Cáucaso caísse como presa da Rússia e a heroica Polônia fosse assassinada pela Rússia; as imensas e irresistidas usurpações desse poder bárbaro, cuja cabeça está em São Petersburgo e cujos braços estão em todos os Gabinetes da Europa, ensinaram às classes operárias o dever de dominarem elas próprias os mistérios da política internacional, de vigiarem os atos diplomáticos dos seus respectivos Governos, de os contra-atacarem, se necessário, por todos os meios ao seu dispor, [o dever de,] quando incapazes de o impedirem, se juntarem em denúncias simultâneas e de reivindicarem as simples leis da moral e da justiça, que deveriam governar as relações dos indivíduos privados, como as regras supremas do comércio das nações.

O combate por semelhante política externa faz parte da luta geral pela emancipação das classes operárias.

Proletários de todos os países, uni-vos!


Documento escrito por Karl Marx para a fundação da Associação Internacional dos Trabalhadores, em 28 de Setembro de 1864 numa reunião pública, realizada em St. Martin's Hall, Long Acre, Londres
TEMAS:
Karl Marx

Marxismo-leninismo