quinta-feira, 12 de novembro de 2015

En la administración de correos



Anton Chejov

La joven esposa del viejo administrador de Correos Hattopiertzof acababa de ser inhumada. Después del entierro fuimos, según la antigua costumbre, a celebrar el banquete funerario. Al servirse los buñuelos, el anciano viudo rompió a llorar, y dijo:
-Estos buñuelos son tan hermosos y rollizos como ella.

Todos los comensales estuvieron de acuerdo con esta observación. En realidad era una mujer que valía la pena.

-Sí; cuantos la veían quedaban admirados -accedió el administrador-. Pero yo, amigos míos, no la quería por su hermosura ni tampoco por su bondad; ambas cualidades corresponden a la naturaleza femenina, y son harto frecuentes en este mundo. Yo la quería por otro rasgo de su carácter: la quería -¡Dios la tenga en su gloria!- porque ella, con su carácter vivo y retozón, me guardaba fidelidad. Sí, señores; érame fiel, a pesar de que ella tenía veinte años y yo sesenta. Sí, señores; érame fiel, a mí, el viejo.

El diácono, que figuraba entre los convidados, hizo un gesto de incredulidad.

-¿No lo cree usted? -le preguntó el jefe de Correos.

-No es que no lo crea; pero las esposas jóvenes son ahora demasiado..., entendez vous...? sauce provenzale...

-¿De modo que usted se muestra incrédulo? Ea, le voy a probar la certeza de mi aserto. Ella mantenía su fidelidad por medio de ciertas artes estratégicas o de fortificación, si se puede expresar así, que yo ponía en práctica. Gracias a mi sagacidad y a mi astucia, mi mujer no me podía ser infiel en manera alguna. Yo desplegaba mi astucia para vigilar la castidad de mi lecho matrimonial. Conozco unas frases que son como una hechicería. Con que las pronuncie, basta. Yo podía dormir tranquilo en lo que tocaba a la fidelidad de mi esposa.

-¿Cuáles son esas palabras mágicas?

-Muy sencillas. Yo divulgaba por el pueblo ciertos rumores. Ustedes mismos los conocen muy bien. Yo decía a todo el mundo: «Mi mujer, Alona, sostiene relaciones con el jefe de Policía Zran Alexientch Zalijuatski». Con esto bastaba. Nadie se atrevía a cortejar a Alona, por miedo al jefe de Policía. Los pretendientes apenas la veían echaban a correr, por temor de que Zalijuatski no fuera a imaginarse algo. ¡Ja! ¡Ja!... Cualquiera iba a enredarse con ese diablo. El polizonte era capaz de anonadarlo, a fuerza de denuncias. Por ejemplo, vería a tu gato vagabundeando y te denunciaría por dejar tus animales errantes...; por ejemplo...

-¡Cómo! ¿Tu mujer no estaba en relaciones con el jefe de Policía? -exclaman todos con asombro.

-Era una astucia mía. ¡Ja! ¡Ja!... ¡Con qué habilidad los llamé a engaño!

Transcurrieron algunos momentos sin que nadie turbara el silencio.

Nos callábamos por sentirnos ofendidos al advertir que este viejo gordo y de nariz encarnada se había mofado de nosotros.

-Espera un poco. Cásate por segunda vez. Yo te aseguro que no nos volverás a coger -murmuró alguien.

FIN




Biblioteca Digital Ciudad Seva

El pavo de Navidad


Mario de Andrade

Nuestra primera Navidad en familia, después de la muerte de papá ocurrida cinco meses antes, fue de consecuencias decisivas para la felicidad familiar. Nosotros siempre fuimos una familia feliz, en ese sentido bien amplio de felicidad: gente honesta, sin crímenes, hogar sin peleas internas ni graves dificultades económicas. Pero, debido en parte a la naturaleza gris de mi padre, ser desprovisto de todo tipo de lirismo, instalado en la mediocridad, siempre nos había faltado ese disfrute de la vida, ese gusto por las felicidades materiales: un buen vino, un balneario, el refrigerador, cosas así. Mi padre había sido un gran equivocado, casi dramático, el pura-sangre de los esfuma-placeres.

Mi padre murió, lo sentimos mucho, etc. Cuando ya nos acercábamos a la Navidad, yo no sabía qué hacer para poner distancia con esa memoria del muerto que obstruía, que parecía haber sistematizado para siempre la obligación de un recuerdo doloroso en cada comida, en cada mínimo gesto de la familia. Una vez sugerí a mamá que fuera al cine a ver una película. ¡Se puso a llorar! ¡Dónde se vio ir al cine estando de luto riguroso! El dolor ya se cultivaba por las apariencias, y yo, que siempre había querido bien a papá, más por instinto filial que por espontaneidad del amor, me veía a punto de detestar al bueno del muerto.

Fue sin lugar a dudas por eso que me nació, en este caso sí, espontáneamente, la idea de hacer una de mis llamadas "locuras". Esa había sido, en realidad, y desde muy niño, mi excelente conquista contra el clima familiar. Desde muy temprano, desde los tiempos de la secundaria, en que me las arreglaba para sacar regularmente un reprobado todos los años, desde el beso a escondidas a una prima, cuando tenía diez años, descubierto por la tía Velha, una tía detestable; y principalmente desde las lecciones que di o recibí, no sé, de una criada, conseguí, en el reformatorio del hogar y con la vasta parentela, la fama conciliadora de "loco". "¡Está loco, el pobre!" decían. Mis padres hablaban con cierta tristeza condescendiente, el resto de la parentela me buscaba como ejemplo para sus hijos y probablemente con aquel placer de los que se convencen de alguna superioridad. No tenían locos entre sus hijos. Pues esa fama es la que me salvó. Hice todo lo que la vida me presentó y que mi ser exigía que se realizara con integridad. Y me dejaron hacer de todo, porque era loco, pobrecito. El resultado de todo esto fue una existencia sin complejos, de la cual no tengo nada de qué quejarme.

Siempre teníamos la costumbre, en la familia, de realizar la cena de Navidad. Cena insignificante, ya puede usted imaginarse; cena tipo mi padre: castañas, higos, pasas después de la Misa de Gallo. Empachados de almendras y nueces (si habremos discutimos los tres hermanos por el cascanueces...), empachados de castañas, nos abrazábamos e íbamos a la cama. Fue al recordar esto que arremetí con una de mis "locuras".

-Bueno, para Navidad, quiero comer pavo.

Hubo una de esas sorpresas que nadie se imagina. Luego, mi tía solterona y santa, que vivía con nosotros, advirtió que no podíamos invitar a nadie debido al luto.

-¿Pero quién habló de invitar a alguien? Esa manía... ¿Cuándo comimos pavo en nuestra vida? Pavo aquí en casa es plato de fiesta, viene toda esa parentela del demonio...

-Hijo mío, no hables así...

-Pues hablo y ya.

Y descargué mi helada indiferencia sobre nuestra parentela infinita, dizque descendiente de bandeirantes, que poco me importa. Era el momento para desarrollar mi teoría de loco, pobrecito, y no perdí la ocasión. De sopetón me dio una ternura inmensa por mamá y tiita, mis dos madres, tres con mi hermana, las tres madres que divinizaron mi vida. Siempre era lo mismo: venía el cumpleaños de alguien y sólo así se hacía pavo en la casa. Pavo era plato de fiesta: una inmundicie de parientes ya preparados por la tradición, invadían la casa por el pavo, las empanaditas y los dulces. Mis tres madres, tres días antes, lo único que sabían de la vida era trabajar preparando carnes frías y dulces finísimos, pues estaban muy bien hechos. La parentela devoraba todo y todavía se llevaba paquetitos para los que no habían podido venir. Mis tres madres quedaban exhaustas. Del pavo, sólo en el entierro de los huesos, al día siguiente, mamá y tiita probaban un pedacito de pierna, oscuro, perdido en el arroz blanco. Y eso que era mamá quien servía, elegía para el viejo y para los hijos. En realidad, nadie sabía concretamente qué era un pavo en nuestra casa, pavo restos de fiesta.

No, no se invitaba a nadie, era un pavo para nosotros cinco, cinco personas. Y tenía que ser con dos farofas, la gorda con los menudos y la seca, doradita, con bastante mantequilla. Quería el buche rellenado sólo con farofa gorda, a la que teníamos que agregar fruta negra, nueces y una copa de Jerez, como había aprendido en casa de la Rosa, mi querida compañera. Está claro que omití decir dónde había aprendido la receta y todos desconfiaron. Y todos se quedaron en ese aire de incienso soplado...¿no sería tentación del Diablo aprovechar una receta tan sabrosa? Y cerveza bien helada, garantizaba yo casi a los gritos. Lo cierto es que con mis "gustos" ya bastante refinados fuera del hogar, primero pensé en un buen vino bien francés. Pero la ternura por mamá venció al loco, a mamá le encantaba la cerveza.

Cuando acabé mis proyectos, me di cuenta, todos estaban felicísimos, con un inmenso deseo de hacer aquella locura con la que había irrumpido. Sabían muy bien que era locura, sí, pero todos se imaginaban que yo era el único que deseaba mucho aquello y era fácil echar encima mío la culpa de sus deseos enormes. Se sonreían, mirándose unos a otros, tímidos como palomas desgarradas, hasta que mi hermana asumió el consentimiento general:

-¡Aunque esté loco!...

Se compró el pavo, se hizo el pavo, etc. Y después de una Misa de Gallo muy mal rezada, tuvimos nuestra Navidad más maravillosa. ¡Qué chistoso! Cuando me acordaba que finalmente iba a lograr que mamá comiera pavo, en esos días no hacía otra cosa que pensar en ella, sentir ternura por ella, amar a mi viejita adorada. Y mis hermanos también, estaban en el mismo ritmo violento de amor, todos dominados por la nueva felicidad que el pavo iba imprimiendo en la familia. De modo que, aún disfrazando las cosas, dejé con tranquilidad que mamá cortara toda la pechuga del pavo. En un momento mamá se detuvo, luego de haber cortado en rebanadas uno de los lados del ave, sin resistirse a aquellas leyes de economía que siempre la habían sumido en una casi pobreza sin razón.

-No señora, siga cortando... y pedazos grandes ¡Yo solo me como eso!

Era mentira, el amor familiar, estaba incandescente en mí de tal forma, que hasta era capaz de comer poco, sólo para que los otros cuatro comieran mucho. Y el diapasón de los otros era el mismo. Aquel pavo comido entre nosotros solos redescubría en cada uno lo que la cotidianeidad había borrado por completo: amor, pasión de madre, pasión de hijos. Dios me perdone pero estoy pensando en Jesús. En esa casa de burgueses muy modestos, se estaba realizando un milagro digno de la Navidad de un Dios. La pechuga del pavo quedó enteramente reducida a rebanadas grandes.

-¡Yo sirvo!

-¡Qué loco! ¡Pero por qué tenía que servir si siempre mamá había servido en esa casa! Entre risas, los grandes platos llenos fueron pasando hasta mí y empecé una distribución heroica, mientras mandaba a mi hermano a que sirviera la cerveza. Advertí un pedazo admirable de pavo lleno de carnecita y lo puse en el plato. Y luego varias rebanadas blancas. La voz severa de mamá cortó el espacio angustiado en el cual todos aspiraban a su parte del pavo:

-¡Acuérdate de tus hermanos, Juca!

¿Cuándo iba a imaginarse ella?, ¡la pobre!, que ese era el plato suyo, de la Madre, de mi amiga maltratada que sabía de la existencia de Rosa, que sabía de mis crímenes, a quien sólo le contaba lo que hacía sufrir!... El plato quedó sublime.

-Mamá, este es su plato. ¡No!... ¡No lo pase!

Fue entonces cuando ella no pudo más con tanta conmoción y se puso a llorar. Mi tía también, después de ver que el siguiente plato sublime era el suyo, entró en el asunto de las lágrimas. Y mi hermana también, que jamás había visto lágrimas sin abrir una llave, se desparramó en llanto. Entonces empecé a decir muchas tonterías para no llorar también, tenía diecinueve años... Diablo de familia tonta que veía un pavo y lloraba... Esas cosas... Todos se esforzaban por sonreír, pero ahora la alegría se tornaba imposible. El llanto había evocado, por asociación, la imagen indeseable de mi padre muerto. Mi padre, con su figura gris, vino a estropear para siempre nuestra Navidad. ¡Me dio coraje!

Bueno, empezamos a comer en silencio, consternados, y el pavo estaba perfecto. La carne tierna, de un tejido muy tenue, se mezclaba entre los sabores de las farofas y del jamón, de vez en cuando herida, molestada y vuelta a desear ante la intervención más violenta de la pasa negra y el estorbo petulante de los pedacitos de nuez. Pero papá estaba sentado allí, gigantesco, incompleto, una censura, una llaga, una incapacidad. Y el pavo estaba tan rico, y mamá que por fin sabía que el pavo era un manjar digno de Jesucito nacido.

Empezó una lucha baja entre el pavo y el bulto de papá. Supuse que alentar al pavo era fortalecerlo en la lucha y, está claro, había tomado decididamente el partido del pavo. Pero los difuntos tienen medios escurridizos, muy hipócritas, como para vencerlos. En cuanto alabé al pavo, la imagen de papá creció victoriosa, insoportablemente obstruyente.

-Sólo falta su papá.

Yo ni comía, ya no podía probar más ese pavo perfecto, tanto me interesaba esa lucha entre los dos muertos. Llegué a odiar a papá. Y ni sé qué inspiración genial de repente me volvió hipócrita y político. En aquel instante que hoy me parece decisivo en nuestra familia, tomé aparentemente el partido de mi padre. Fingí, triste.

-Y sí. Papá nos quería mucho y murió de tanto trabajar para nosotros, papá allí en el cielo debe estar contento -dudé, pero resolví no mencionar más al pavo-, contento de vernos a todos reunidos en familia.

Y todos, mucho más tranquilos, empezaron a hablar de papá. Su imagen fue disminuyendo y se transformó en una estrellita brillante en el cielo. Ahora todos comían el pavo con sensualidad, porque papá había sido muy bueno, siempre se había sacrificado tanto por nosotros, había sido un santo que "ustedes, mis hijos, nunca podrán pagar lo que deben a su padre", un santo. Papá se transformó en santo, una contemplación agradable, una estrellita en el cielo, imposible de deshacer. No perjudicaba más a nadie, puro objeto de contemplación suave. El único muerto aquí era el pavo, dominador, completamente victorioso.

Mamá, tía, nosotros, todos inundados de felicidad. Iba a escribir "felicidad gustativa", pero no era sólo eso. Era un felicidad mayúscula, un amor de todos, un olvido de otros parientes que distraen del gran amor familiar. Y fue, sé que ese primer pavo comido en el seno de la familia fue el comienzo de un amor nuevo, reacomodado, más completo, más rico e inventivo, más complaciente y cuidadoso. Nació entonces una felicidad familiar para nosotros que, no soy exclusivista, algunos tendrán igual de grande, sin embargo más intensa que la nuestra, me es imposible concebir.

Mamá comió tanto pavo que en un momento imaginé que podría hacerle mal. Pero enseguida pensé: ¡Ah!, ¡no importa! aunque se muera, pero por lo menos que una vez en la vida coma pavo de verdad.

Tamaña falta de egoísmo me había transportado a nuestro infinito amor... Después vinieron una uvas ligeras y unos dulces, que allí en mi tierra llevan el nombre de "bien-casados". Pero ni siquiera ese nombre peligroso se asoció al recuerdo de mi padre, que el pavo ya había convertido en dignidad, en cosa cierta, en culto puro de contemplación.

Nos levantamos. Eran casi las dos de la mañana, todos alegres con dos botellas de cerveza encima. Todos se iban a acostar, a dormir o a dar vueltas en la cama, poco importa, porque es bueno un insomnio feliz. La cuestión es que Rosa, católica antes de ser Rosa, me había prometido que me esperaría con una champaña. Para poder salir mentí, dije que iba a la fiesta de un amigo, besé a mamá y le guiñé el ojo; era una manera de contar a dónde iba y qué iba a hacer. Besé a las otras dos mujeres sin guiñarles el ojo. Y ahora, ¡Rosa!...
FIN

Traducción de Inés Van Messen


Biblioteca Digital Ciudad Seva

14 provérbios alemães


Morgenstund hat Gold im Mund
Os alemães e suas rimas, desta vez para dar uma má notícia aos dorminhocos: "A manhã tem ouro na boca". Trata-se de um ditado latino, também difundido na variante "Aurora musis amica" – A aurora é a amiga das musas. De forma menos poética, "Deus ajuda quem cedo madruga" igualmente encoraja a diligência matinal. Ou, menos apetitoso: "O pássaro madrugador é que pega a minhoca".
Wie man in den Wald hineinruft, so schallt es heraus
"Como se grita na floresta, assim virá o eco" seria a tradução quase literal desse ditado. Ou seja: o que se coloca no mundo retorna da mesma forma, para o bem ou para o mal. Se o input for negativo, portanto, é bom ter em mente que "Quem semeia vento, colhe tempestade".
Der Apfel fällt nicht weit vom Stamm
Semelhante a "Filho de peixe, peixinho é", "A maçã não cai longe do tronco" é outro desses provérbios que convidam a um uso ambivalente ou irônico. A ideia é que qualidades – boas ou más – são herdadas das gerações anteriores. Portanto, atenção: se for dito como elogio, ótimo. Se for insulto, é extensivo ao pai, à mãe e a sabe-se lá quantas gerações.
Gelegenheit macht Diebe
"A ocasião faz o ladrão" – também na Alemanha. Senão, e o escândalo da Volks? E o da DFB? Outra versão dessa noção é a famigerada "lei de Gérson" (o jogador): "O importante é levar vantagem". O provérbio resume uma tendência humana tão lamentável como incorrigível, por isso nunca perde a atualidade. E, como "Ladrão que rouba ladrão tem cem anos de perdão", a enxurrada de escândalos nunca terá fim.
Aller guten Dinge sind drei
Na vida e nas máquinas caça-níqueis, "Todas as coisas boas vêm em três". A atração desse número em praticamente todas as civilizações dispensa comentários: Três Parcas, Santíssima Trindade, as Três Joias do budismo. Na China antiga, vencia em votação não a opinião da maioria, mas a que alcançasse três votos exatos – o número da perfeição. Uma exceção: "Um é pouco, dois é bom, três é demais".
Jeder ist sein Glückes Schmied
"Cada um é o forjador da própria sorte" é um estímulo à autodeterminação que lembra a noção do "self-made man" americano. O provérbio é uma variação de "Quisque faber suae fortunae", registrado pelo cônsul romano Ápio Cláudio Cego, por volta do ano 300 a.C.. Numa ironia histórica, o biógrafo Lívio atribuiu a cegueira de Ápio a uma praga – rogada por outra pessoa, naturalmente.
Auch ein blindes Huhn findet mal ein Korn
Datado de, no mínimo, 400 anos atrás, o dito "Até uma galinha cega acaba achando um grão de milho" tem sentido ambivalente – e também é empregado dessa forma. Pode significar que até o ser mais incapaz pode obter um sucesso – por sorte ou por pura teimosia, porém sem mérito real. Ou ser entendido como um incentivo aos menos capacitados, para que não percam a esperança e continuem persistindo.
Lügen haben kurze Beine
A advertência de que "A mentira tem pernas curtas" e, portanto, nunca vai muito longe, parece ser quase universal. Uma variante africana reza: "Você pode comer uma vez com uma mentira, mas não duas". Também sábia é a inversão de perspectiva contida no dito popular inglês "Engana-me uma vez, vergonha para ti; engana-me duas, vergonha para mim".
Einem geschenkten Gaul schaut man nicht ins Maul
Precisamente "A cavalo dado não se olha os dentes", só que rimando e com "boca" no lugar de "dentes". Obviamente data de um tempo em que cavalos eram considerados uma excelente prenda, e era má educação dar uma de dentista na presença do presenteador. Pois o exame revelaria a idade e condição da montaria – e, portanto, seu preço. Algo como, hoje, ir direto conferir no Google o valor do presente.
Scherben bringen Glück
"Cacos trazem felicidade" lembra a tradição judaica de quebrar copos de vidro no matrimônio, para simbolizar a destruição do Templo de Jerusalém e desejar boa sorte ao casal. Na Alemanha, um costume ligeiramente diferente é mantido até hoje: na "Polterabend", a noite anterior ao casório, quebra-se tudo o que seja de louça: pratos, xícaras, travessas – até mesmo um sanitário ou outro.
Kleider machen Leute
Assim como "O hábito faz o monge", trata-se de uma variante do velho ditado latino "Vestis virus reddit" (As roupas fazem o homem). Até hoje, a ideia é martelada em outdoors e revistas de moda para justificar a importância – e o preço – da aparência exterior. Uma variação genial é atribuída ao espirituoso autor americano Mark Twain: "Gente nua tem pouca ou nenhuma influência na sociedade".
Viele Köche verderben den Brei
"Cozinheiros demais estragam o mingau" é a tradução literal deste provérbio. A ideia é que, quando há gente demais dando opiniões ou ordens, e ninguém para concentrar e filtrar os esforços, o resultado é um fiasco. Enfim, uma apologia do trabalho organizado e da hierarquia, como no brasileiro "Muito cacique para pouco índio".
Wer im Glashaus sitzt, soll nicht mit Steinen werfen
Consta que "Quem tem telhado de vidro não atira pedras no do vizinho" tem origem na Alemanha, embora não se saibam mais detalhes. O ditado evoca a frase bíblica "Aquele que não tiver pecado que atire a primeira pedra", pois sugere que, da mesma forma como, no fundo, ninguém é sem pecado, de uma maneira ou de outra todos vivemos em casas com telhado de vidro.
Ein gutes Gewissen ist ein sanftes Ruhekissen
"Uma consciência livre é um travesseiro macio" concorre entre os ditos populares mais simpáticos da Alemanha. Não faça o mal, ele sugere, e você dormirá em paz. Palavras realmente sábias – embora sejam um fraco consolo para quem sofre de insônia crônica.
Fonte : Deutsche Welle