quarta-feira, 1 de agosto de 2012

Memória

“El imperio americano se hace pedazos”

GORE VIDAL, ESCRITOR
“Cualquiera que no odie a los negros será odiado por un tercio de la población de Estados Unidos “.

Andrés Fernández Rubio Madrid 3 DIC 1996- El País

Gore Vidal enseña su colmillo retorcido desde el primer momento, cuando un fotógrafo se arrodilla para retratarle en contrapicado y él le hace señas rápidamente para que vuelva a ponerse en pie mientras masculla: “Te descuidas y todos quieren hacer Ciudadano Kane”. Luego posa para la entrevista por su lado mejor, el izquierdo, y saluda frente a un equipo de televisión a la manera de la monarquía británica; es decir, desenrollando un bote de mermelada boca abajo, como él mismo explica en su libro autobiográfico Una memoria, editado por Anaya & Mario Muchnik. Vidal ha viajado a Madrid para presentar el volumen (mañana celebrará un debate con el público en el Círculo de Bellas Artes a las ocho de la tarde), un texto escrito en defensa propia frente a libros de otros en los que se ve dibujado sin exactitud.Se las sabe todas Gore Vidal, de 70 años y uno de los grandes intelectuales norteamericanos, novelista, ensayista, dramaturgo, guionista de Ben-Hur o actor; nieto del senador populista ciego Thomas Pryor Gore; pariente de Al Gore; relacionado con Jackie Kennedy a través de un padrastro que ambos compartieron; interesado él mismo en la carrera política dentro del Partido Demócrata mucho tiempo…

“Yo quería ser presidente y dio la casualidad de que un amigo mío lo consiguió”, explica sin inmutarse Gore Vidal refiriéndose a John F. Kennedy -el escritor Martin Amis destacó en Vidal tras entrevistarle “su falta de modestia, su inigualable y divertido narcisismo, su auténtico amor por sí mismo”-.

Los Kennedy aparecen sobradamente en Una memoria, y Gore Vidal captura al lector desde el primer capítulo cuando cuenta cómo Jackie Kennedy “se subía el vestido y le enseñaba a la inocente Nini cómo hacerse una irrigación después del acto sexual”. ¿Qué opina Gore Vidal del revival de Jack y Jackie Kenedy en Estados Unidos y de aquella presidencia resumida en una palabra: Camelot? “Uhhh”, brama. “Camelot era la mafia. Y lo digo literalmente, era una familia criminal, empezando por el abuelo del presidente, que se encargaba, desde la alcaldía de Boston, de controlar el mundo del hampa en la ciudad. Su hija se casa con John Kennedy, quien hereda las relaciones de su suegro con FranK Costello, jefe de la mafia de la Costa Este de Estados Unidos. John Kennedy, hasta que su hijo llegó a presidente, comía una vez a la semana con Frank Costello en Central Park South de Nueva York: una comida entre criminales”.

Ácido comentarista de la vida americana desde su retiro italiano de Ravello, Gore Vidal cree firmemente que el declive del imperio americano es un hecho, y una ocasión alertó sobre la posibilidad de que, como en el caso de Kennedy, Bill Clinton cayese asesinado. “Pensé que el odio que Clinton y su mujer estaban generando en sectores del pueblo americano podía terminar en un intento de asesinato”, comenta. “Pasó lo mismo con John F. Kennedy. Los Kennedy también creaban a su alrededor esa clase de histeria, y, aunque los Clinton son mucho más inocentes, generan el mismo odio y una especie de rabia en un país donde cualquiera tiene en su casa una pistola”.

En opinión del sarcástico e implacable Gore Vidal, “cualquiera que no odie a los negros será odiado por un tercio de la población de Estados Unidos. Y Clinton los defiende. Ese sector también odia a las mujeres que se salen del tiesto, como Hillary Clinton, que es demasiado brillante para ellos. Como dijo una vez uno de la derecha dura: ‘Es la primera dama de cualquiera”. Y respecto a las posibles aspiraciones presidenciales de su pariente, Al Gore, Vidal afirma: “Tiene la ambición de Cromwell. Pero van a ser cuatro años terribles porque el imperio se está cayendo a trozos”. Y ofrece como datos significativos el endeudamiento del país, la falta de control de las armas, el mínimo gasto educativo v el fracaso de la cultura.

Vidal se ha hecho célebre por su mordacidad, su frialdad y sus broncas. En una ocasión Norman Mailer le tiro el líquido de un vaso a la cara y le dio un puñetazo, y su enemistad con Truman Capote, al que llama cara de feto en el libro, es legendaria -se le atribuye la siguiente frase cuando le comunicaron su muerte: ‘Ése fue un buen paso en su carrera’- En una fotografía del libro aparecen Capote, Tennessee Williams y él. “No podía soportar a Capote”, dice Vidal. “Mentía acerca de todo, la mentira era su forma de expresión artística. Podías ver cómo se lo inventaba todo sobre la marcha, sobre todo si se trataba de gente famosa.si hubiera tenido la mitad de imaginación para su obra de ficción hubiera sido un novelista importante. Comencé a evitarlo cuando supe que se dedicaba a extender mentiras sobre mí. Por el contrario, fui muy amigo de Tennessee. Gran clase. Viajábamos, reíamos… Pero se volvió loco a base de píldoras y alcohol”.

El índice de Una memoria, titulado en inglés Palimpsest, está plagado de nombres famosos con los que Gore Vidal despliega su cinismo, su humor despiadado y, a veces, como en el caso del filósofo George Santayana, su admiración y cortesía. El escritor pide que no se tome demasiado en serio a los miembros de la generación beat, por ejemplo, pese a que tienen capítulo propio en las memorias. “Fue un fenómeno basado realmente en el extraordinario don de Allen Gingsberg para la publicidad”, dice. “Allen pensaba que yo tenía demasiado éxito y que no encajaba. Pero lo cierto es que yo estaba demasiado ocupado con el sexo y la literatura, sin tiempo suficiente para ir conduciendo coches a través del país. Kerouac era un hombre dulce, aunque un mal bebedor que se acabó matando por eso. Era horriblemente estúpido, verdaderamente estúpido, pero tenía ese adorable don de la frescura. He releído En la carretera y es dulce como el trabajo de un niño: sus ojos están abiertos, se siente bien, está enamorado de Neal Cassady… Este último hecho nunca ha podido ser aceptado por ninguno de los críticos que lo han colocado en la columna de los heterosexuales. Por eso he tenido que ocuparme en mis memorias [Vidal narra su encuentro sexual de una noche con Kerouac] de sacarlo de esa columna y de ponerlo en la que realmente le corresponde, que es en la otra o en ambas a la vez. Era un espíritu libre”



Amor, sexo, amistad
“El amor es un tema sobre el que no pienso demasiado, y diría que los imbéciles que he conocido hablaban del amor en grandes términos”, afirma Gore Vidal. “Cada vez que alguien empieza a hablar de amor verdadero saco el revólver y disparo. Hay sexo y amistad, y éstas son las dos únicas cosas que me interesan. Nunca sé de qué habla la gente cuando habla de amor. Ni ellos tampoco. Lo saben cuando hablan de sexo, pero no lo quieren admitir. O cuando hablan de poder, de la manera de usar el poder de las apariencias y de su posición con respecto a los demás seres humanos”.

Pese a este duro comentario, en el libro de Gore Vidal hay un leit-motiv: un joven jugador de béisbol rubio y de ojos azules llamado Jimmie Trimble con el que Vidal se masturbaba en la adolescencia. Trimble murió asesinado en la II Guerra Mundial. “Sí, es una declaración de amor”, dice Gore Vidal. “Pero me ha costado casi 70 años darme cuenta”, añade con escepticismo. “No he pensado en ello prácticamente en todo este tiempo, aunque ha estado ahí, en la parte de atrás de mi cerebro”.

Gore Vidal se reconoce en una palabra: pansexual. Se jacta de la promiscuidad sexual que ha practicado, y añade que siempre la ha recomendado “hasta que llegó el sida”. “Gracias a Dios”, continúa, “he vivido antes de los tiempos del sida, y desconozco lo que pasa por las mentes de los jóvenes ahora, si están aterrorizados por el sexo cuando deberían estar practicándolo todo el tiempo. En mi época coincidí con varios que tenían una cosa en común conmigo: la promiscuidad total. Uno era Kennedy, otro Brando, Tennessee Williams y yo. Nos conocíamos, éramos de la misma edad, vivimos una época maravillosa, no parábamos”.

Se lo perdieron

“La sífilis fue barrida en los cuarenta y desde entonces hasta los ochenta ha habido al menos 40 años espléndidos”, continúa. “¡Lo siento por los que se lo perdieron!”Gore Vidal se enfrentó a “la dictadura heterosexual” de América a los 23 años. Su libro La ciudad y el pilar, de 1948, trataba “sobre la fundamental naturalidad, mejor dicho, normalidad, de la homosexualidad”. Poco después apareció el informe Kinsey, “donde se descubrió que el 37% de los americanos varones habíamos practicado el sexo con otros hombres”, dice. “Esto cayó como una bomba en Estados Unidos. Como también cayó como una bomba La ciudad y el pilar, porque trataba de chicos normales enamorándose y disfrutando del sexo. ¡No era posible, tenían que ser locas, tenían que ser peluqueros, era imposible entre los soldados! Tuvo críticas malas pero fue un gran éxito y un gran escándalo. Y tres meses después llegó el doctor Kinsey diciendo lo mismo. Todo el país se quedó de piedra y un intelectual -en América no tenemos muchos y de los que hay muy pocos son buenos- se preguntó: ‘¿Y dónde está el amor en el informe Kinsey?’ Y el doctor Kinsey respondió: ‘Yo no mido el amor sino las eyaculaciones”.

Algo de novo na Terça-Feira Negra

18 de setembro de 2001

Gore Vidal – Folha SP

Segundo o Corão, foi terça-feira que Alá criou as trevas. No dia 11 de setembro, quando pilotos suicidas lançaram aviões de carreira americanos contra pontos arquitetônicos significativos, não precisei afastar os olhos da televisão e procurar um calendário para saber que dia era: a Terça-Feira das Trevas tinha lançado sua sombra sobre Manhattan e ao longo do rio Potomac.

Tampouco me surpreendi ao saber que, apesar dos aproximados US$ 7 trilhões que gastamos desde 1950 naquilo que é eufemisticamente descrito como nossa “defesa”, nenhum aviso antecipado foi dado pelo FBI, pela CIA, pela Agência de Inteligência de Defesa ou por qualquer outro organismo, e que nenhum caça americano se ergueu à altura da ocasião, a não ser que, como dizem os boatos, caças americanos tenham abatido a aeronave que se chocou com o Pentágono e a que caiu perto de Pittsburgh.

Embora nosso governo tenha por hábito atribuir a culpa às pessoas erradas, a impressão que se teve é que, desta vez, tinha acertado, pelo menos em parte: o bilionário saudita, educado em Harvard e ocasional residente no Afeganistão Osama bin Laden passara a perna em nós. Enquanto os seguidores de Bush se atropelavam para preparar a que seria a antepenúltima das guerras -mísseis lançados pela Coréia do Norte e claramente marcados com bandeiras desse país choveriam sobre Portland, Oregon, mas seriam interceptados pelos balões de nosso escudo antimísseis-, o astuto Bin Laden sabia que só precisava de pilotos dispostos a cometer suicídio e matar os passageiros que por acaso estivessem a bordo dos aviões comerciais que sequestrariam. Assim, algo de novo realmente aconteceu sob o sol da Terça-Feira Negra.

Minha irmã, que vive em Washington, tinha uma amiga que estava a bordo de um daqueles aviões. Sem perder a calma, a amiga ligou para seu marido no celular. “Fomos sequestrados”, informou. Em seguida, passou a descrever seus últimos minutos de vida, enquanto o avião se atirava contra o quinto lado do Pentágono. Era o aniversário do marido. Sempre tivemos civis sábios e corajosos. São os militares, os políticos e a imprensa que nos deixam preocupados. Afinal, não nos deparamos com bombardeiros suicidas desde os camicases, como os chamávamos no Pacífico na época em que eu era soldado na Segunda Guerra Mundial. Naquela época, nosso inimigo era o Japão. Hoje, temos Bin Laden, os muçulmanos, os paquistaneses…

O telefone não pára de tocar. Moro ao sul de Nápoles, na Itália. Editores, televisões e rádios italianas querem comentários. Eu também quero. Recentemente escrevi sobre Pearl Harbor.

Agora me fazem a mesma pergunta, repetidas vezes: o que aconteceu não foi exatamente como a manhã do domingo 7 de dezembro de 1941? Não, não foi. Não tivemos aviso prévio do ataque da terça-feira passada -pelo que estamos sabendo até agora. Nosso governo tem muitos e muitos segredos dos quais nossos inimigos sempre parecem ter conhecimento de antemão, mas dos quais nós mesmos só ficamos sabendo anos mais tarde. O presidente Roosevelt provocou os japoneses para que nos atacassem em Pearl Harbor. No livro “A Era Dourada”, eu descrevo os vários passos que ele seguiu para isso. Hoje, sabemos o que ele tinha em mente: sair em socorro da Inglaterra para combater o aliado do Japão, Hitler. Mas o que será que Bin Laden tinha -ou tem- em mente?

Há várias décadas vem ocorrendo na mídia americana um processo implacável de satanização do mundo muçulmano. Como sou um americano leal, não posso lhe dizer por que isso vem acontecendo -mas o fato é que não temos o hábito de analisar por que qualquer coisa acontece, a não ser que seja para atribuir a outros a culpa por nossos erros. Num mundo em que o demônio está constantemente à espreita, andando para cima e para baixo e nos atormentando por sermos tão bondosos, nossa imprensa quer que acreditemos que Bin Laden é simplesmente mais uma manifestação do mal puro e simples, de modo que somos obrigados a invocar a cláusula cinco da Otan e detonar todos os diabos que lhe deram abrigo, para ensinar a eles a única lição que nós mesmos jamais aprendemos: que na história, assim como na física, não existe ação sem reação.

A administração Bush, embora se mostre estranhamente inepta em tudo menos em sua tarefa principal, que é isentar os ricos de pagar impostos, vem casualmente rasgando os tratados subscritos pelos países civilizados, coisas como o Protocolo de Kyoto ou o acordo sobre mísseis nucleares que tínhamos com a Rússia. Enquanto os bushitas levam adiante seu saqueio implacável do Tesouro e da Seguridade Social (um fundo cujos recursos são supostamente intocáveis), eles vêm deixando o FBI e a CIA ou fazer o que bem entendem ou não fazer absolutamente nada -um pouco como o Mágico de Oz fazendo seus engraçados truques de mágica de faz-de-conta, enquanto torce para que ninguém descubra que é tudo de mentirinha.

Para sermos justos, não podemos pôr toda a culpa de nossa incoerência no Ser Oval atual. Embora seus antecessores, de modo geral, tenham tido QIs mais altos do que o dele, também eles trabalharam assiduamente para o 1% da população que é dona do país, enquanto deixavam todo o resto se virar sozinhos. Bill Clinton foi especialmente culpado. Embora tenha sido de longe o presidente mais hábil desde Franklin Delano Roosevelt, Clinton, em sua busca frenética por vitórias eleitorais, armou o gatilho do Estado policial que seu sucessor deve, neste exato momento em que escrevo, estar se preparando para apertar.

Estado policial? Como assim? Em abril de 1996, um ano depois do atentado de Oklahoma, o presidente Clinton aprovou a lei antiterrorismo, uma chamada “lei de conferência”, para a qual contribuíram muitas mãos bastante sujas, incluindo as do líder da maioria no Senado, Bob Dole, que foi o co-patrocinador dela. Embora Clinton tenha feito muitas coisas desavisadas e oportunistas para vencer eleições, ele raramente disse alguma coisa desavisada. Sua legislação sobre o terrorismo autoriza o secretário de Justiça a utilizar as Forças Armadas contra a população civil, com isso anulando a lei Posse Comitatus, de 1878, que proibiu para sempre o uso da força militar contra nossa população. O habeas corpus, cerne da liberdade anglo-americana, também pode ser suspenso se for considerado que há um terrorista entre nós. Irritado com as críticas expressas por grupos e indivíduos apegados à Constituição, Clinton denunciou seus críticos como sendo “pouco patrióticos”. Depois, envolto na bandeira nacional, falou do trono: “Não há nada de patriótico em fazer de conta que se pode amar o país, mas desprezar seu presidente”. É uma afirmação estarrecedora, já que pode ser aplicada a toda a população, em algum momento ou outro. Em outras palavras, seria pouco patriótico o alemão que tivesse dito que odiava a ditadura nazista?

A Terça-Feira Negra já está impondo tensão considerável à nossa sociedade cada vez mais militarizada. Na década de 1970, o FBI se reinventou: de um corpo de “generalistas” treinados em direito e contabilidade e vestindo terno, gravata e camisa branca (por surpreendente que possa ser, J. Edgar Hoover seguia a linha civil), transformou-se num exército de guerreiros da linha “Armas e Táticas Especiais” (também conhecidos como SWAT), que gostam de vestir uniformes de camuflagem, roupas pretas de ninja e, dependendo da tarefa, máscaras de esqui.

No início dos anos 80 foi formada uma superequipe SWAT do FBI, a Equipe 270 de Resgate de Reféns. Como tão frequentemente acontece nos Estados Unidos, esse grupo se especializava, não em libertar reféns ou salvar vidas, mas em lançar ataques assassinos contra grupos que não aprovava, muitas vezes por serem excessivamente independentes, como foi o caso da seita religiosa Ramo Davidiano -cristãos evangélicos que viviam pacificamente em seu complexo próprio em Waco, Texas, até que uma equipe SWAT do FBI, equipada com tanques ilegais do exército, matou 82 deles, incluindo 25 crianças. Isso aconteceu em 1993.

Agora, desde a terça-feira passada, as equipes SWAT já poderão ser usadas para perseguir árabes-americanos suspeitos ou, na realidade, qualquer pessoa que possa ser culpada de terrorismo, um termo que não tem definição legal (como se pode combater o terrorismo suspendendo o habeas corpus, se aqueles que querem ter seus corpus libertados da prisão já se encontram presos?). Mas, no clima de trauma pós-Oklahoma, Clinton disse que aqueles que não estavam a favor de sua legislação draconiana eram conspiradores aliados aos terroristas, interessados em transformar a América “num lugar seguro para terroristas”. Se Clinton, que tinha a cabeça tão fria, foi capaz de se enfurecer a tal ponto, o que podemos esperar do superesquentado Bush, depois da terça passada?

Embora a população americana não tenha meios diretos de influir sobre seu governo, suas opiniões de vez em quando são colhidas por meio de amostras, em sondagens de opinião. De acordo com uma sondagem da CNN e da “Time” de 1995, 55% dos americanos acreditam que “o governo federal se tornou tão poderoso que ameaça os direitos dos cidadãos”.

O “The New York Times” é o principal veiculador das opiniões recebidas do empresariado americano, e, além disso, é um barômetro mais preciso dos estados de ânimo de nossos governantes do que, digamos, o “The Wall Street Journal”, que sofre de deficiência editorial. Mesmo assim, todos as colunas de editorial publicadas pelo “NYT” desde 12 de setembro têm errado o alvo, por pouco. Desconfio que a cobertura da televisão já nos tenha deixado esgotados a todos nós, menos o sensato conservador que é Anthony Lewis. Aquelas imagens de fogo e explosão teimam em se reformar diante de nossos olhos, mesmo quando não há um tubo catódico por perto para transmiti-las.

Sob o cabeçalho “Exigências da Liderança”, o “NYT” se mostra otimista, por assim dizer. Tudo vai sair bem se o senhor trabalhar duro e não deixar sua atenção se desviar da bola, senhor presidente. Aparentemente Bush “está enfrentando múltiplos desafios, mas sua tarefa mais importante é uma simples questão de liderança”. Graças a Deus. Não apenas só é preciso liderança, como isso é simples ao extremo. Por um instante eu tinha chegado a temer… Em seguida o “NYT” fala das coisas da maneira como se apresentam, em oposição a como deveriam se apresentar. “A administração passou boa parte do dia de ontem tentando superar a impressão de que Bush teria manifestado fraqueza quando deixou de retornar a Washington após o ataque terrorista”. Mas, pelo que pude perceber, ninguém se preocupou muito com isso. A maioria de nós se sentiu até um pouco mais segura com Bush em seu bunker em Nebraska. O “NYT” tranquiliza Bush, dizendo que ele não será forçado a aceitar democratas em seu gabinete, como fizeram alguns presidentes em tempos de guerra -e pronto. Aí está. Simplesmente atirado ali no meio, como que por acaso. “Em tempos de guerra”. Pacientemente, o jornal põe os pingos nos is, para Bush e para nós. “Nos próximos dias, é possível que Bush peça à nação que dê seu respaldo a ações militares que muitos cidadãos poderão achar alarmantes. Ele precisará mostrar que sabe o que está fazendo.” Assim fica fácil. Pena que FDR não recebeu cartas desse tipo de Arthur Krock, do velho “NYT”.

“Aliados contra o Terror” é o próximo editorial com título. Aparentemente, precisamos de aliados. “Como seu pai na Guerra do Golfo, ele terá que construir uma coalizão de nações dispostas a agir.” Ótimo conselho. Ele também deve encontrar um jeito de fazer com que esses aliados paguem por uma guerra que será travada pelo bem da Humanidade Inteira. Bush, pai, teve trabalho para convencer outros a ajudar a pagar a conta de sua guerra da CNN. Os japoneses tiveram a ousadia de reclamar da taxa de câmbio. Azar deles -basta ver o que aconteceu com o iene.

Quando a semana chegou o fim, paquistaneses de cabelos tingidos e olhos furtivos já estavam sendo interrogados pela CNN porque, de maneira ameaçadora, o Paquistão hoje atua como patrono extra-oficial do Taleban. “Acredita-se que o Taleban dá guarida ao mais perigoso terrorista internacional, Osama bin Laden.” Foi preciso muita coragem para publicar isso, “NYT”. Mas parece que se encaixa bem com o que vocês andam repetindo. “Washington deixou claro ontem que sua paciência com o Paquistão está se esgotando rapidamente.” Coitado do Paquistão. Eu é que não gostaria de estar em seu lugar.

Próximo editorial: “A Defesa Nacional”. “A luta contra o terror precisa se deslocar da periferia para o centro do planejamento e das operações de segurança nacional americanas. Ninguém está sugerindo que isso seja tarefa fácil ou que custe pouco, mas, com os quase US$ 30 bilhões que Washington gasta com espionagem, o país deveria saber mais sobre as redes do terror e suas conspirações. Se mais dinheiro puder ser investido com finalidades úteis…” “Os americanos precisam repensar como proteger o país sem abrir mão dos direitos e dos privilégios da sociedade livre que defendemos.” Verdade, verdade.

“Terceira Guerra Mundial”, de Thomas L. Friedman, é otimista. Friedman é muito jovem e ainda não viveu sua guerra. Mas, pensando bem, com a exceção de Colin Powell e dois ou três senadores, os membros da administração e os parlamentares, apesar de todos serem adeptos da retórica militar, são pessoas que só ficaram em casa. A região que Friedman cobre é o Oriente Médio, e muitas vezes o que ele escreve sobre o assunto é interessante. Das vozes erguidas no “NYT” na quinta-feira, apenas ele sugere que “o apoio que damos a Israel” desagrada aos árabes, mas, logo depois, ele passa a falar do ódio inato que os árabes nutrem por nossa hegemonia. De repente, de maneira desconcertante, ele berra: “Será que meu país realmente compreende que esta será a Terceira Guerra Mundial?”. A pergunta não é meramente retórica. “As pessoas que planejaram os atentados da terça-feira conjugaram alto grau de maldade com alto grau de gênio, com efeitos devastadores. E, a não ser que estejamos prontos para colocar nossas melhores cabeças para trabalhar para combatê-las -o projeto Manhattan da Terceira Guerra Mundial-, de maneia igualmente ousada, implacável e pouco convencional, vamos ter problemas sérios.” É a receita certa para mais problemas.

A coluna “O Novo Dia da Infâmia”, de William Safire, prevê que “o próximo ataque provavelmente não será conduzido com um avião sequestrado, eventualidade contra a qual, tarde demais, vamos nos precaver. É mais provável que seja um míssil nuclear comprado por terroristas ou um barril de germes mortíferos.” Finalmente, Anthony Lewis acha de bom aviso deixar de lado o unilateralismo de Bush para cooperar com outros países, para conter as trevas da terça-feira com a compreensão de suas origens, ao mesmo tempo em que deixamos de lançar provocações contra uma cultura que se opõe a nós e nossos arranjos. Lewis -coisa incomum para um colunista do “The New York Times”- defende a paz agora. Eu também. Mas a verdade é que ele e eu somos velhos e já estivemos lá. Valorizamos nossas liberdades, que estão desaparecendo em ritmo acelerado -à diferença dos patriotas exacerbados que andam batendo seus tambores na Times Square, conclamando todos para uma guerra total a ser travada pela América.

Gore Vidal, crítico mordaz del modo de vida americano, fallece a los 86 años

Eva Sáiz Washington 1 AGO 2012 – EL PAÍS


Gore Vidal, una de las figuras literarias de Estados Unidos más importantes, no solo por su heterogénea y prolífica obra creativa, sino por su capacidad para diseccionar con una elegante mordacidad la idiosincrasia de su país, falleció el 31 de julio en su casa de Hollywood Hills (California). El escritor tenía 86 años y no pudo superar una neumonía, según indicó su sobrino Burr Steers.

Dotado de una admirable capacidad narrativa, la primera vocación de Vidal no fue otra que la de dirigir su país. “La única cosa que siempre he querido hacer en mi vida es ser presidente”, dijo en varias ocasiones. Buena parte de esa inclinación política la cimentó desde la cuna. Su abuelo materno, con quien se crió tras la separación de sus padres cuando él tenía 10 años, era Thomas Gore, senador por Oklahoma, a quien Vidal solía leerle y servirle de guía cuando éste perdió la vista. La filosofía política de su abuelo, muy crítica con la deriva exterior e interna de EE UU, sin duda contribuyó a apuntalar su mordacidad con la actividad gubernamental. Además del pedigrí materno, conviene recordar que el padre del autor, Eugene Luther Vidal, fue director de Comercio Aéreo bajo el mandato de Franklin D. Roosevelt, y que él mismo era primo del presidente Jimmy Carter y del exvicepresidente Al Gore.

Pero la vocación política del autor no se quedó en meras intenciones. Vidal fue candidato del Partido Demócrata a la Cámara de Representantes por Nueva York en 1960 y trabajó para John F. Kennedy en el Comité Asesor de las Artes para la Presidencia, entre 1961 y 1963. En 1982, tras dos aventuras relacionadas con la fundación de partidos independientes, el escritor volvió a presentarse por la formación demócrata, esta vez, al Senado por California en 1982.

Aunque nunca dejó de estar involucrado en el ámbito político –criticó duramente la deriva imperialista y la política antiterrorista de los dos mandatos presidenciales de George W. Bush-, la literatura acabó imponiéndose a su vocación presidencial. Vidal publicó su primera novela, Williwaw –inspirada en su experiencia militar en los estertores de la II Guerra Mundial-, en 1946. Pero su punto de inflexión literario lo constituyó La ciudad y el pilar de sal, una historia de temática abiertamente homosexual, considerada autobiográfica y que obtuvo altas dosis de éxito equivalentes al escándalo que generó. The New York Times se negó a escribir las reseñas de sus siguientes trabajos que, por lo demás, se ahogaron en la indiferencia de los especialistas literarios y del público en general.
Además de por sus novelas, en Estados Unidos Vidal es reconocido por su actividad como ensayista y crítico, que desarrolló sobre todo en periódicos y publicaciones en el último cuarto del siglo pasado. Entre sus obras, a caballo entre la ficción y la realidad, destacan su trilogía histórico política, formada por Washington D.C. (1967), Burr (1973) y 1876 (1976), en las que reflejó su particular y muy personal visión de la historia de EE UU. En 1995 salió a la luz su libro de memorias, Palimpsesto, en el que recogió su amistad con colegas, como Norman Mailer, Truman Capote o Tennessee Williams, y otros iconos estadounidenses como Orson Welles, Frank Sinatra, Marlon Brando, Paul Newman, Joanne Woodward –con quien llegó a estar prometido- Eleanor Roosevelt y varios Kennedy, además de reconocer que, con 25 años, ya había mantenido más de 1.000 encuentros sexuales con hombres y mujeres.

Vidal no solo escribió novelas y ensayos, en 1954 optó por trasladarse a Hollywood y escribir para la industria como un modo para ganar dinero fácil. Entre 1956 y 1970, colaboró en siete guiones, entre ellos los de Ben Hur o De repente el último verano, que coescribió con Tennessee Williams. Él mismo también intervino como actor en varias películas como Roma, de Federico Fellini, Gattaca o Ciudadano Bob Roberts. Incluso tenía su propia versión animada en las series de dibujos Los Simpson y Padre de Familia.

Eugene Luther Vidal nació en West Point, Nueva York, el 3 de octubre de 1925 en el seno de una familia de antiguas raíces políticas. El único hijo de Eugene Luther Vidal y Nina Gore se cambió el nombre por Gore en homenaje a su abuelo materno, con quien se crió en Virginia, tras la separación de sus padres. Vidal estudió en la Escuela de Saint Albans, en Washington. Tras una breve temporada en Francia, el escritor regresó a EE UU donde se graduó en la Academia Philips Exeter, para enrolarse inmediatamente después en el Ejército, en 1943. Durante la II Guerra Mundial, fue destinado a las Islas Aleutianas. Antes de trasladarse a California definitivamente en 2003, Vidal residió largas temporadas en Italia.

Ensaios de Gore Vidal devassam o império e sua política

O escritor norte-americano Gore Vidal morreu nesta terça-feira (madrugada de quarta no Brasil), aos 86 anos, em sua residência em Los Angeles, nos EUA.

Leia abaixo a análise do jornalista Amir Labaki publicada na Folha de 28 de junho de 2001, em ocasião do lançamento do livro “The Last Empire Essays 1992-2000″ (O Último Império Ensaios 1992-2000).

FOLHA SP

Ensaios de Gore Vidal devassam o império e sua política

Há oito anos Gore Vidal venceu o prestigiado National Book Award americano com “United States Essays 1952-1992″ (Estados Unidos Ensaios 1952-1992), um catatau de 1.300 páginas reunindo 140 textos sobre cinema, política, história, literatura e, claro, Gore Vidal. É provável que seja esse, mais que qualquer de seus romances, o volume que lhe garanta um lugar no panteão dos homens de letras dos EUA do século 20.

Comparado à primeira coletânea, o recém-publicado “The Last Empire Essays 1992-2000″ (O Último Império Ensaios 1992-2000) mais parece um posfácio expandido. Contam-se 48 ensaios, resenhas e cartas publicados desde o aparecimento de “United States” até janeiro deste ano.

Além da evidente superioridade estrutural da primeira antologia, o Gore Vidal de “The Last Empire” parece mais repetitivo e dogmático, ainda que na maioria dos textos não faltem a argúcia e a inquietude esbanjadas em “United States”. Tudo somado, Vidal continua a ser um dos maiores ensaístas em atividade. Nada mais natural, assim, que mais uma vez busque a aproximação com o mestre do gênero nos EUA, celebrando Edmund Wilson (”Rumo à Estação Finlândia”) desta vez no ensaio de abertura (”Edmund Wilson, Homem do Século 19″).

Como Wilson, o Vidal maduro tempera cada texto com toques autobiográficos. “Ele dá certamente o seu melhor”, escreve Vidal de Wilson, “quando ele volta suas luzes para uma figura literária a quem conhecia e então como que caminha em torno dela”.

Os ensaios de “The Last Empire” foram todos escritos sob o signo de Edmund Wilson (1895-1972). A tese básica de Vidal, a dos EUA como “o último grande poder global” numa era de crescente “irrelevância” do “Estado-nação” como o forjado pelo capitalismo moderno, é um desenvolvimento quase em linha reta de um dos textos mais polêmicos e menos conhecidos de Wilson, “The Cold War and the Income Tax” (A Guerra Fria e os Impostos, 1963). Nele, Wilson vinculava o aumentos dos impostos pessoais nos EUA do pós-guerra, em contraste com a declinante contribuição relativa das empresas, à voracidade do complexo industrial-militar justificado internamente pelo “Grande Satã” (Vidal) soviético.

O autor do recente “A Era Dourada” (Rocco, 512 páginas, R$ 41) reconhece a dívida explicitamente no ensaio que empresta título à nova antologia, publicado originalmente no recentemente revigorado “Vanity Fair” em novembro de 1997. “Desde 1941″, elabora Vidal, “quando Roosevelt tirou-nos da Depressão, bombear dinheiro federal em rearmamento, em tempos de guerra ou não, tem sido o principal motor de nossa sociedade”.

“Desde 1950″, desenvolve mais adiante, “a dominação de outros países tem sido exercida por meio da economia (o Plano Marshall depois da Segunda Guerra) e da presença militar, de preferência sutil (como a OTAN na Europa ocidental), e politicamente por meio de polícias secretas como a CIA, o FBI, o DIA etc.”.

Internamente, o jogo é outro. Vidal define a política americana como “um sistema de partido único (com duas alas de direita, uma chamada de democrata, outra de republicana)”, financiado pelo dinheiro das grandes corporações, que espertamente distribuem sua produção bélica pelo maior número possível de Estados a fim de garantir a simpatia dos deputados e senadores de cada região, leais assim a um crescente orçamento militar (previsto para US$ 329 bilhões em 2002, pouco menos que todo o orçamento brasileiro). Fecha-se o círculo, CQD, exulta Vidal.

O presidente democrata Harry Truman (1945-1953) surge como o grande arquiteto dessa estrutura e como vilão preferencial de “The Last Empire”. A seu lado, como continuadores, Vidal elenca, surpreendentemente, John Fitzgerald Kennedy (1961-1962), e, sem espanto, Richard Nixon (1969-1974), Ronald Reagan (1981-1989), o primeiro Bush (1989-1993) e o atual (2001).

No campo oposto, há espaço para poucos. Jimmy Carter (1977-1981) é solenemente desprezado, mas Vidal exibe uma crescente admiração por Bill Clinton (1993-2001), cujo embate contra Kenneth Starr e a inquisição Lewinsky são lidos como uma “conspiração reacionária” contra um raro presidente que ousou uma política de transferência, ainda que limitada, de recursos da indústria armamentista para o campo social.

Política é a obsessão deste experiente Gore, ocupando nada menos que três das quatro partes de “The Last Empire”, mas o volume reserva seu terço inicial para outras paixões. Vidal abre a temporada de revalorização dos romances de Sinclair Lewis (1885-1946), defende Mark Twain (1835-1910) da sanha “politicamente correta”, bate continência às artes de Thomas Mann (1875-1955), Anthony Burgess (1917-1993) e do grande poeta grego C. P. Cavafy (1863-1933) e chora a morte de Sinatra. Entre as baixas, a mais contundente é a da reputação de John Updike como romancista (”agarrado à facilidade”), a partir de uma leitura devastadora de “Na Beleza dos Lírios” (Companhia das Letras, 1997).

Por estas e por outras que, se as reedições de Lewis se avolumarem, críticas menos condescendentes a Updike surgirem, ataques ao mito JFK se sucederem, e o ex-vice e provável recandidato Al Gore, em 2004, repetir o ex-vice e depois presidente Nixon, em 1968, ao se vingar de uma derrota eleitoral infligida à contrapelo da lei, todos podem culpar Vidal.
Edmund Wilson era impulsivo e idiossincrático, mas não um polemista e jamais kamikaze. Este é Gore Vidal, certo ou errado, homem do século 20.

. “Je n’ai pas pu sauver mon peuple, j’ai seulement sauvé son souvenir.

Pourquoi ai-je fait cela?

Un appareil photo caché pour rappeler comment vivait un peuple qui ne souhaitait pas être fixé sur la pellicule peut vous paraître étrange.

Etait-ce de la folie que de franchir sans cesse des frontières en risquant chaque jour ma vie?

Quelle que soit la question, ma réponse reste la même : il fallait le faire.

Je sentais que le monde allait être happé par l’ombre démente du nazisme et qu’il en résulterait l’anéantissement d’un peuple dont aucun porte-parole ne rappellerait le tourment.

Je savais qu’il était de mon devoir de faire en sorte que ce monde disparu ne disparaisse pas complètement”.


Roman Vishniac

No me des tregua

No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre,
que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil,
no seas caricia ni guante;
tálame como un sílex, desespérame

Julio Cortázar

A Disfunção

Se diz que há na cabeça dos poetas um parafuso de
a menos
Sendo que o mais justo seria o de ter um parafuso
trocado do que a menos.
A troca de parafusos provoca nos poetas uma certa
disfunção lírica.
Nomearei abaixo 7 sintomas dessa disfunção lírica.

1 – Aceitação da inércia para dar movimento às
palavras.
2 – Vocação para explorar os mistérios irracionais.
3 – Percepção de contiguidades anômalas entre
verbos e substantivos.
4 – Gostar de fazer casamentos incestuosos entre
palavras.
5 – Amor por seres desimportantes tanto como pelas
coisas desimportantes.
6 – Mania de dar formato de canto às asperezas de
uma pedra.
7 – Mania de comparecer aos próprios desencontros.
Essas disfunções líricas acabam por dar mais
importância aos passarinhos do que aos senadores.

Manoel de Barros

Em “Tratado Geral das Grandezas do Ínfimo”