terça-feira, 21 de julho de 2015

Carregando a Literatura nas Costa


Em uma cidade do interior de São Paulo, não lembro o nome, entrei em uma barbearia tradicional, o barbeiro afiando a navalha veio ao meu encontro, eu com meu livro na minha mão ao encontro dele. Antes de apresentar minha literatura, ele rindo falou:
-Você nem imagina quem passou por aqui com um livrinho na mão, igual a você, há uns trinta anos.
-Quem'?
- Plínio Marcos.
-Que honra. O senhor comprou o livro com dedicatória
Ele secamente:
-Não comprei o livro e ele não cortou o cabelo. E você o que pretende mesmo?
Sem titubear, sentei na cadeira e falei:
-Apenas as pontas.


JD

Mário Vargas Llosa é o Lobão da literatura moderna.

Otto Leopoldo Winck........Mário Vargas Llosa é o Lobão da literatura moderna.

Vânia Farhat O que significa?

Otto Leopoldo Winck Virou um reaça ranzinza.

Narinha Oliveira Não concordo...mas, cada um com sua ótica.

Ennio Santos Filho Só me importa que é um grande escritor. Céline por exemplo era um sujeito considerado de posições políticas reacionárias e foi um escritor excepcional. Não adianta ser politicamente correto e escrever porcarias.

Otto Leopoldo Winck Sim, mas o cara pode ser um grande escritor e como ser humano ser um pessoa desprezível. Como escritor beleza. Como pessoa, eu não apertaria a mão de Celine.Mas acho que o Llosa não não é grande escritor desde "A guerra do fim do mundo."

Ennio Santos Filho Como disse me importa o escritor, o artista. Não quero apertar a mão de ninguém.
Só por "Conversa na Catedral" o seu legado como escritor seria suficiente.

Otto Leopoldo Winck Isso é verdade. Os livros dele dos anos 60 e 70 são fodásticos.

Dori Carvalho Porém, o Lobobão não tem o talento nem o conhecimento do Llosa.

Otto Leopoldo Winck Haha, isso lá é verdade!

Julio Urrutiaga Almada II O Vargas LLosa apresenta claramente na literatura sua ideologia e teve posicionamentos reais na vida politica peruana que não deixa margem a duvidas. O lobão é um serviçal oportunista que serve ao reacionarismo assim como daqui a pouco quando a "crise" passar pode servir a um governo popular e até pedir desculpas. Ele é humano e pode errar...

Chico Lopes Avaliar um escritor pela ideologia é uma fria. O que sobraria do exageradamente religioso e tzarista Dostoiévski, se procedêssemos assim? E também não podemos dizer isso de "tudo bem, bom escritor, mas não gostaria de conhecê-lo como pessoa". Ora, a maior parte (enorme parte!) dos escritores que conhecemos, conhecemos como escritores, jamais teremos acesso a eles como pessoas, e temos que levar em conta que poderiam perfeitamente, caso lhe fôssemos apresentados, não simpatizar nada conosco. Independente disso, seus livros nos ofereceram momentos fecundos de prazer estético e reflexão e temos que ser gratos a isso. Simpatias ideológicas não garantem nada, pois um sujeito que compartilha a nossa ideologia pode ser, além de escritor medíocre, bastante antipático.

Otto Leopoldo Winck Sim, Chico, mas no meu comentário sobre Mario V. Llosa eu não entrei nestes méritos, mas fiz uma brincadeira de que, com o discurso anti-bolivariano dele, ele lembra muito o nosso Lobão...

Chico Lopes Gosto do Llosa, não tanto quanto gosto de Borges (que dizer da ideologia deste?) e de outros latino-americanos de esquerda, direita ou centro. Ele é um homem muito culto e implica com os caudilhos sul-americanos, com o atraso mental desses ditadores e seus apaniguados. No que tem minha aprovação.
Que esse Lobão é uma desgraça, Deus me livre. Tenho certeza (e aí é que entra o que vinha dizendo sobre ideologias) que um diálogo entre ele e Llosa seria impossível e daria engulhos neste.


Laura Domingues Coitado do Lobão, se formos pensar em talento, quem sabe daqui umas 5 encarnações.

La puerta de bronce



Manuel Romero de Terreros

Sentado en un amplio sillón de velludo carmesí, al lado de ancha ventana, el Cardenal de Portinaris estaba dictando su testamento. A la primera cláusula que contenía su profesión de Fe, había logrado dar un giro distinto del acostumbrado, de manera que a la par de un compendio de la Religión Católica resultaba un verdadero opúsculo literario. El Prelado, muy satisfecho, prosiguió a enumerar cada uno de sus bienes, y al hacerlo, parecía que iban arrancándose las más hermosas páginas de la historia del arte. El notario escribía a toda prisa y, a pesar de estar muy acostumbrado a ese género de trabajos, se fatigaba en grado sumo, y gruesas gotas de sudor aparecían sobre su calva frente.

Terminadas las cláusulas preliminares, el Cardenal hizo una pausa y dirigió la mirada vagamente a través de la ventana de su estudio. La Plaza del Duque era un hervidero de gente, y el Prelado seguía con la vista el ir y venir de carruajes y peatones. Transcurrió algún espacio de tiempo; el notario se pasó el pañuelo por la frente varias veces, y por fin observó tímidamente:

-¿Sí, Eminencia?

Pero el Cardenal permanecía callado.

-¿Si, Eminencia? -insinuó de nuevo el letrado.

La verdad era que el Cardenal Diácono de la Basílica de Santa María de las Rosas estaba perplejo; no encontraba a quién nombrar heredero. Miembro de una de las más esclarecidas familias de Toscana, con él terminaba su ilustre progenie: su único sobrino, el Conde Fabricio de Portinaris, se había marchado a América hacía quince años y no se había vuelto a tener noticia de él. Ministros diplomáticos y agentes consulares, por más averiguaciones que hicieran, no habían podido proporcionar ningún informe, y todo el mundo consideraba que el Conde había muerto. Desde sus primeros años, don Fabricio había dado pruebas de un carácter indomable, su bolsillo fue siempre un pozo sin fondo, y no era secreto para nadie que sus locuras habían conducido a su madre a un sepulcro prematuro.

Los ojos del Cardenal se empañaron de lágrimas y durante largo tiempo estuvo pensando a quién nombrar heredero. Sabía que las llamadas obras de beneficencia poco podrían aprovecharse de una fortuna que consistía mas bien en objetos de arte que en bienes materiales, y dolíale el alma al pensar que éstos fueran a parar a manos del anónimo e insípido personaje que se llama el Estado.

Decidió por fin legar todo su caudal a algún amigo, y resolvió hacerlo a favor del Príncipe de Sant' Andrea, prócer bondadoso y magnánimo Mecenas.

-Instituyo por mi único y universal heredero -empezaba a dictar el Cardenal, cuando sonó un leve toque en una puerta.

-¡Adelante! -exclamó el Prelado, y apareció en el umbral un sirviente vestido de negro. Adelantose éste y presentó en una salvilla de plata una tarjeta, que el Príncipe de la Iglesia tomó con cierto gesto de enfado. Si al leer en ella: "El Conde Fabricio de Portinaris" experimentó alguna sorpresa, pudo dominarla en seguida, pues con tono tranquilo dijo al notario-: Ramponelli, mañana terminaremos. Puede Vd. retirarse.

El notario recogió sus papeles, metiolos dentro de un cartapacio, y con éste bajo el brazo, fue a besar el anillo cardenalicio, y salió de la estancia después de hacer profunda reverencia.

En seguida ordenó a su camarero:

-¡Que pase el Conde!

Don Fabricio de Portinaris rayaba en los cincuenta años. Era extraordinariamente delgado y bajo de cuerpo; tenía la nariz aguileña, el cabello entrecano y el rostro tan lleno de arrugas, que a primera vista aparecía estar sonriendo continuamente.

Al verlo entrar en el estudio, su tío ni se inmutó ni se puso de pie: sólo dijo secamente, dirigiendo involuntaria mirada al retrato de César Borgia que pendía en uno de los muros.

-No esperaba veros más, sobrino. Creí que habíais muerto.

-Aun vivo, Eminencia -repuso el Conde sonriendo, e hizo ademán de besar la mano del Prelado, pero éste la retiró disimuladamente indicando con ella una butaca cercana. Tomó asiento el Conde, y después de unos instantes de embarazoso silencio, dijo:

-He llegado esta mañana, y creí de mi deber, antes que nada, saludar a vuestra Eminencia.

-Os lo agradezco -contestó el Cardonal, tomando polvos de su tabaquera de oro-. Y, decidme -prosiguió-, ¿encontrasteis en el Nuevo Mundo todas aquejas cosas que aquí echabais de menos? ¿Aquella libertad, aquella cuantiosa fortuna, aquella igualdad encantadora entre los hombres, aquella (aquí sonrió el Cardenal) verdadera democracia?

-Encontré en el Nuevo Mundo, Eminencia, lo mismo que en Europa. Quince años he vivido una vida angustiosa, y hoy vengo a impetrar vuestro perdón y a morir en mi país.

Fue tal su acento de sinceridad, que el Cardenal se puso de pie solemnemente y bendijo a don Fabricio de Portinaris. Era la hora del ocaso y los rayos del sol que se ponía hacían más intensa la roja vestidura del prócer.

Al principio el regreso del Conde fue escasamente comentado en la Ciudad, porque había casi desaparecido su memoria. Pero pronto volvió a hablarse de él, porque el Cardenal de Portinaris, a pesar de su robusta salud y no avanzada edad, decaía notablemente, y un mes después se hallaba al borde del sepulcro. No faltó quien hablase en voz baja de sutiles venenos traídos de América y alguien recordó, en plena tertulia, que los Portinaris descendían de César Borgia. Al fallecer el Prelado y abrirse su testamento, se supo que había legado todos sus bienes a Don Fabricio.

El nuevo Príncipe se ausentó enseguida de la Capital, y estableció su residencia en una villa cercana, en donde llevó una vida retirada y tranquila. A las pocas personas con quienes trataba, refería que estaba escribiendo sus memorias.

Pero pasados algunos meses, decidió regresar a la Corte y allí se dijo que pensaba dar grandes recepciones en su palacio, pues deseaba contraer matrimonio y llevar la vida que correspondía a su clase.

No viene al caso hacer una reseña del Palacio de Portinaris, porque ha sido descrito mil veces. En toda obra referente al Arte del Renacimiento ocupa preferente lugar, y es conocidísimo aún de las personas que jamás han visitado la Ciudad Ducal. Baste recordar que, entre las innumerables obras de arte que encierra, quizá sea la más notable la hermosa reja de entrada, labrada en bronce con tal maestría, que todos están acordes con atribuirla al autor de las puertas del bautisterio florentino. En los tableros inferiores se destaca, en alto relieve, la historia de aquel Hugo de Portinaris que, después de defender heroicamente la fortaleza del Borgo, fue degollado, junto con su mujer y sus dos hijas, por el victorioso y sanguinario Orlando Testaferrata. Gruesos, pero exquisitamente labrados, barrotes abalaustrados sostienen el medio punto que la remata, en cuyo centro campea orgullosamente la puerta que constituye las armas parlantes de la familia, mientras que coronas, tiaras, espadas y llaves cruzadas, pregonan por doquier los grandes honores que ésta ha gozado desde tiempo inmemorial.

Llegó el Príncipe a su palacio con las primeras sombras de la noche. Al ascender la escalera de honor, sintió un desmayo y hubiera caído al suelo, si no se apoyara en el pedestal de una estatua, que decoraba el primer descanso. Repúsose enseguida, y atravesó con paso rápido la larga galería del Poniente, seguido de su mayordomo, y entró en la cámara, llamada del Papa Calixto, que había sido dispuesta para su dormitorio. Era amplísima y, a diferencia de las demás estancias del palacio, relativamente sobria. Pocos pero ricos muebles la exornaban y el techo carecía de plafond alegórico, motivo por el cual el Príncipe la prefirió a las demás, pues, como dijo sonriendo al mayordomo, no quería estar viendo los ángeles y mujeres desnudas de Julio Romano desde su lecho.

Aquella noche, don Fabricio tomó ligerísima comida, y después se instaló en su gabinete, a escribir, hasta hora muy avanzada. El vasto edificio estaba sumido en el más profundo silencio, pues toda la servidumbre se había retirado a descansar, y sólo podía oírse el rasguear de la pluma sobre el papel. Larga fue la carta que escribió el Príncipe, y bastante tiempo tomó en leerla y hacerle algunas correcciones. Por fin la dobló cuidadosamente, y después de haberla metido dentro de un sobre grande, la dirigió a una persona de vulgar apellido, residente en la República del Pánuco. Se disponía a lacrarla y sellarla, cuando se dibujó en su rostro una expresión de sorpresa y de miedo. El gabinete se hallaba contiguo al estudio que había sido del Cardenal, y al alzar el Príncipe la cabeza en busca del sello, notó que por debajo de la puerta de comunicación con aquella estancia, se veía una brillante raya de luz.

Don Fabricio, pasados algunos instantes de sobresalto, logró dominarse y hasta sonreír; y levantose de su asiento para ir a apagar la luz, que inadvertidamente habría dejado algún criado encendida en el estudio. Abrió la puerta resueltamente... y ¡se heló su sangre! Sentada en el sillón, con su tabaquera abierta en la mano derecha, y los dedos de la izquierda en ademán de tomar unos polvos, hallábase la prócer figura del Cardenal de Portinaris.

-No esperaba veros más -dijo lentamente-. Creí que habíais muerto, sobrino.

Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión.

-¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! -gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje. Grandes golpes dio en su puerta con ambas manos, pero nadie oía sus desesperadas voces de terror.

Acercose a la entrada de palacio y quiso abrir la puerta de bronce que la cerraba; pero por más esfuerzos que hizo, no pudo lograr moverla un milímetro, y por fin, en su desesperación, concibió la idea de salir por entre los barrotes, pues a toda costa quería abandonar aquella casa. Como hemos dicho, don Fabricio era extremadamente delgado, y decidió intentar pasar el cuerpo por aquella parte de la reja, en que los barrotes eran más esbeltos y, por consiguiente había mayor espacio entre ellos.

A la madrugada siguiente, enorme concurso de curiosos se aglomeraba a la entrada del palacio. La cabeza del Príncipe, amoratada y descompuesta, se hallaba presa entre dos barrotes, y los ojos, saltándosele de las órbitas, parecían mirar con terror el tablero, en el cual Ghiberti había cincelado magistralmente la degollación de Hugo de Portinaris por el despiadado Orlando Testaferrata.

FIN

La puerta de bronce y otros cuentos, 1922




Biblioteca Digital Ciudad Seva
Двадцать первое. Ночь. Понедельник.
Очертанья столицы во мгле.
Сочинил же какой-то бездельник,
Что бывает любовь на земле.
И от лености или от скуки
Все поверили, так и живут:
Ждут свиданий, бояться разлуки
И любовные песни поют.
Но иным открывается тайна,
И почиет на них тишина…
Я на это наткнулась случайно
И с тех пор все как будто больна.


Анна Ахматова.

Russians turn to their Slavic roots for inspiration and identity



July 21, 2015 Anastasia Maltseva, special to RBTH

As more and more Russians seek solace in patriotism, many are turning to their ancient past and reviving pagan traditions. Apart from various festivities, Slavic traditions are being revived in songs, clothing, martial arts and even psychotherapy. According to sociologists, this interest in the past is becoming a trend in Russia.
 
CELEBRATION

Russians turn to their Slavic roots for inspiration and identity

Enthusiasts celebrating the Perun's Day pagan festival at the Gamayunshchina pagan temple in Kaluga, 2009. Source: Iliya Pitalev / RIA Novosti
It doesn’t appear on the official state calendar as a holiday, but on July 20 groups of Russians around the country gathered to celebrate one of the nation’s oldest festivals by lighting fires, dancing and fighting.
July 20 is known in Russia as Perun’s Day – an ancient Slavic holiday dedicated both to the eponymous Slavic god of thunder and to warriors. The holiday, which used to be one of the most important events in the Slavic tradition, persists in modern Russia.
Perun’s Day (named after the Slavic god of thunder and ruler of the pantheon) is dedicated to warriors. It is believed that on this day, Slavic men used to sacrifice a rooster or a bull in order to wash their weapons in the animal’s blood. Of course, nothing of the sort happens today, said Yelizaveta Timoshkina, co-founder of the Slavic culture reenactment club Bely Bars (“White Leopard”).
“I remember someone bringing a lamb to the festival once,” she said. “The idea was to slaughter it in the evening and cook some shashlyk (a form of shish kebab popular in Russia) or a stew. Some guys from the camp then went to celebrate, and others remained there to cook. When everyone came back in the evening, they saw the lamb strolling cheerfully next to the tents. It turned out none of the reenactors was capable of killing an animal.”
The modern rendition of Perun’s Day involves lighting big fires, after which men start fighting one on one, explained Timoshkina. The victors are rewarded with special talismans – badges made of brass, copper or silver, with designs being based on amulets found by archeologists during excavations of ancient burial mounds. As soon as it gets dark, all the men present form a khorovod (circle dance) around one of the fires and start circling it while holding hands. They try reaching maximum speed without falling into the fire, which is supposed to show their strength and agility.
“If I had to name the five most popular Slavic holidays still observed today, I’d say the most popular one is Maslenitsa – the day when everyone eats pancakes, says goodbye to the winter and invites the spring in. The Slavs celebrated it around March 20,” said Timoshkina. “There is also Ivan Kupala Day (July 24) which is the celebration of the summer solstice, Karachun which marks the winter solstice (celebrated December 12 to 22, depending on the year), Perun’s Day and Veles’ Day, the midwinter holiday (February 11).”

Shows of force
Of course, the re-enactments of ancient holidays are simply inconceivable without reproducing traditional national pastimes – including bare-knuckle boxing. According to martial arts historian Alexei Leshachkov, while the Slavs did not have martial arts as such – or at least, no such system is mentioned in written accounts – they did enjoy bare-knuckle boxing. Boys would start learning to fight at an early age, engaging in various fighting games like “Wall to Wall” (a competition between two groups of fighters trying to push their opponents away from a certain zone) or “King of the Hill” (when someone tried to stay on top of a hill while others pushed him away in an effort to become the new “King”).
Nevertheless, there are some schools of the “Russian martial art” in the country. “Those schools showcase this technique as the traditional Slavic martial art, but this is just a marketing ploy,” said Leshachkov. “In fact, this form of combat was invented in the end of the 20th century.” According to the historian, the “Russian martial art” is an amalgamation of boxing, sambo and karate techniques.

Weeping à la russe
The revival of Slavic traditions is finding some use in modern applied psychology. For instance, the Moscow-based Ladoga coaching center actively employs the rites of the past in its activities. Psychologist Olga Kolyada, one of the center’s managers, says traditional culture contains the secrets of how to live happily.
“We discover the ways of our ancestors. For example, we revive the traditional Slavic singing. The Slavs used their voice to get through grief – the weeping of women during funerals come to mind. We use those techniques today to help people endure traumatic events through their voice,” she explained.
According to Kolyada, an adherence to the traditional world view helps modern people to escape depression. “The customs of Ancient Russia went like this: Spring was for dreaming and preparing to create, summer was for acting and taking risks, fall was when one reaped the fruits, and winter was the time to concentrate on one’s inner world,” she said. “Once people find out about that and start living according to the rhythm of nature, and not their vacation schedule, they are able to get a lot of things in their lives right.”

Maintaining identity through symbolism
Alexei Levinson, a sociology professor at the Higher School of Economics in Moscow, says the revival of traditions represents a recent but growing trend. “This is an international trend – similar processes are happening in England, Scotland and Scandinavia,” he said. “Societies need symbolic resources to maintain their identity.”
However, Levinson believes the appeal to Slavic traditions in popular culture is mostly superficial, and those who treat it seriously are few. “Being patriotic is currently a very fashionable thing in Russia, and the appeal to the culture of the past gives people an opportunity to be a part of the trend,” he said. “Besides, young people simply like to put on some elements of traditional Slavic clothing – it is pretty and uncommon, after all.”



- http://rbth.com/society/2015/07/21/russians_turn_to_their_slavic_roots_for_inspiration_and_identity_47921.html)

Entrevista com Leyla Perrone Moysés

"Traduzir Barthes foi uma forma de fidelidade a ele"

“A inspiração barthesiana sempre esteve presente em minha fundamentação teórica”, confessa Leyla Perrone-Moisés, que se consagrou como um dos principais nomes da crítica literária brasileira e que durante boa parte de sua trajetória intelectual e afetiva manteve uma relação de fidelidade com Roland Barthes – a obra e o homem. O interesse da pesquisadora e professora pelas ideias do pensador francês a levou a Paris, onde o conheceu pessoalmente e desenvolveu a amizade que se tornou fundamental para a ampliação da recepção de Barthes no Brasil. Leyla assinou várias traduções de sua obra, perseguiu seu pensamento em ensaios e livros de temáticas plurais e é a responsável pela “Coleção Roland Barthes”, da editora Martins Fontes, atualmente com vinte volumes.


Nesta entrevista, Leyla fala como pesquisadora, leitora e amiga do homem que lhe deu provas vivazes de amor pela literatura e de generosidade humana. “Pessoalmente ele era tão fascinante quanto por escrito: discretamente sedutor, desprovido de pose e provido de um grande senso de humor”, diz Leyla sobre aquele que também experimentou a arte para além da escrita – foi músico e pintor amador. Aquele que negava a “imortalidade desagradável” por abominar a repetição e por se permitir, apesar das críticas, atravessar fases diversas de um pensamento de amplitude monumental. Um homem plural por si.

Qual foi o primeiro contato da senhora com a obra de Roland Barthes, e de que forma a obra dele se reconfigurou quando vocês dois passaram a conviver juntos?

Soube da existência de Barthes em 1960, quando resenhei o livro de Maurice Blanchot, Le livre à venir, no Suplemento literário de O Estado de S. Paulo. Blanchot falava dele de um modo que despertou meu interesse. Na mesma época, eu escrevia no Suplemento sobre o nouveau Roman e me correspondia com alguns romancistas dessa tendência, entre eles Claude Simon, futuro Prêmio Nobel. Numa de suas cartas, Claude Simon citava um trecho de Barthes sobre a crítica literária. Comecei então a ler Barthes, e a citá-lo em meus artigos. Em dezembro de 1968, conheci-o em Paris. Foi o início de uma relação que durou até a sua morte, em 1980. Pessoalmente, ele era tão fascinante quanto por escrito: discretamente sedutor, desprovido de pose e provido de um grande senso de humor.

Ao longo de sua trajetória intelectual, Barthes foi criticado por “não prezar por uma coerência”, ideia expressa através das diferentes fases de sua obra. Sua flexibilidade de posicionamentos e a forma como defendia sua liberdade para mudar (o repúdio à tal “imortalidade desagradável”) foram, de algum modo, fundamentais para a compreensão que temos hoje da vivacidade do seu pensamento e da variedade de objetos que percorreram seu trabalho?

A trajetória intelectual de Barthes foi marcada por sucessivos deslocamentos. Ele detestava a repetição, e sempre que um tipo de discurso começava a “pegar” ele o abandonava para inventar outro. Isso foi explicado por ele mesmo, em sua obra. Era um procedimento dialético, que se desenvolvia de modo não linear, mas em espiral, sem uma síntese final. Através de todas as suas mudanças, uma coisa se manteve estável: seu amor pela literatura, a forma de linguagem que, segundo ele, é capaz de alcançar o mais alto teor de significação.

Em entrevistas, Barthes chegou a afirmar que as viagens lhe interessavam bastante, mas que esse interesse decaiu à medida que ele envelhecia. Não chegou a concretizar uma viagem ao Brasil, apesar de várias tentativas da senhora em realizá-la. A sempre apontada “pluralidade” do olhar e do debate de Barthes se ampliou a cada viagem? O encanto com o Japão, que gerou O império dos signos (1970), pode ser apontado como seu grande momento fora da França, no sentido de uma “revelação”?

Sim, suas duas viagens ao Japão foram momentos jubilatórios, tanto do ponto de vista pessoal quanto do escritural. O império dos signos é um de seus mais belos livros. O mesmo não aconteceu com a China, que ele conheceu em 1974, em plena “revolução cultural”. Ele desconfiou da vigilância então exercida sobre os estrangeiros e aborreceu-se com os estereótipos da propaganda maoísta. À medida que os anos passaram, ele viajou menos, por preocupação com a saúde de sua mãe, com quem vivia, mas também porque as viagens interrompiam seu trabalho de escrita.

O cinema se alia à publicidade, à fotografia e à moda no âmbito de linguagens visuais que interessaram à reflexão de Barthes. As imagens para o crítico francês eram “lidas” como um texto. Pode-se estabelecer algum paralelo entre a produção prática do pintor e desenhista amador Barthes e sua percepção teórica sobre a linguagem visual?

Seu talento de pintor amador o predispunha a uma percepção especial das artes visuais. Mas sua paixão maior era a linguagem verbal, e foi nesta que ele soube transpor suas observações visuais, recriando com palavras poéticas o que ele via e ajudando o leitor a ver mais e melhor.

Obras como Mitologias (1957), Sistema da moda (1967) e O grão da voz (1981) ainda são hoje referência para estudos que versam sobre temas que ainda sofrem algum preconceito em certos círculos acadêmicos, como música popular massiva, cultura de celebridades e star system. No entanto, temas como os citados têm atraído jovens pesquisadores no âmbito da comunicação e das ciências sociais. Como a senhora percebe a recepção da obra de Barthes pelos jovens no meio acadêmico? Há um interesse que se renova de algum modo?

O recente colóquio Barthes plural, realizado em São Paulo no último mês de junho, atraiu jovens pesquisadores de todo o Brasil. É um interesse crescente. São tantos os aspectos de sua obra que cada um escolhe um tema de sua preferência para analisar. Na verdade, a cultura pop só lhe interessou como objeto de estudo sociológico. Ele não gostava de música popular e, menos ainda, do star system, que ameaçava integrá-lo na categoria de “celebridade”. Mas não era um preconceito acadêmico, era um gosto pessoal. Como músico amador, ele só ouvia e tocava música clássica, Schumann e Schubert em especial.

Sobre o colóquio Barthes plural, eu gostaria que a senhora falasse um pouco sobre a conferência de abertura que a senhora realizou, intitulada “A palavra calma”. Há projeto para que os trabalhos apresentados no evento sejam publicados em alguma plataforma?

As comunicações do colóquio estarão disponíveis na internet nos próximos meses. Em minha conferência, tratei de um aspecto da personalidade de Barthes: sua gentileza, que transparece em sua obra. Ele propunha a palavra calma em todos os contatos humanos: no cotidiano, no ensino e nas discussões intelectuais em geral. Elogiava o “princípio de delicadeza” e desejava a “doçura” na linguagem. Detestava os discursos de poder, no ensino e na política. Nos últimos anos, sentia afinidade com o taoísmo e o budismo zen, que aconselham o desapego e a suspensão do sentido. Mas temia, por outro lado, que esse pacifismo pudesse resultar numa alienação. Existe uma contradição entre seu desejo de doçura e o caráter provocador de sua obra. Em seu diário, ele apontava essa oposição que o fazia sofrer.

Seu projeto de tradução da obra de Barthes surgiu ainda no início do relacionamento de vocês, no final dos anos 1960. Desde então a senhora foi responsável pela tradução de diversas obras, ao mesmo tempo em que seu trabalho como pesquisadora se tornou referência para os estudos literários e sociais brasileiros. A tradução e a pesquisa nascem de uma fonte em comum?

Embora eu tenha tratado de temas variados, ao longo de minha carreira, a inspiração barthesiana sempre esteve presente em minha fundamentação teórica. Traduzir Barthes foi uma forma de fidelidade a ele e à sua obra.

Pela editora Martins Fontes, a senhora coordena a Coleção Roland Barthes, hoje com 20 títulos – alguns deles, inclusive, já esgotados. Como está este trabalho atualmente? Há previsão de ampliar a coleção?

A coleção continua em aberto. Se a Martins Fontes conseguir comprar os direitos de outras obras ou de inéditos, ela pode ser ampliada. Estamos tratando disso.

No âmbito particular, mas também político, a senhora foi prova da generosidade de Barthes, quando ele contribuiu para que seu irmão, o ex-deputado Fernando Perrone, cassado pelo AI-5 e exilado no Chile, conseguisse ir à França desenvolver seu doutorado. Qual o legado humano que Barthes lhe deixou como amigo?

Muitos contemporâneos de Barthes o censuravam por não ser um militante marxista. Ele não gostava da arrogância dos militantes, e preferia a subversão à revolução. Mas ele sempre foi um pensador de esquerda, e pessoalmente era solidário com os marxistas perseguidos. Em 1974, encontrei-o na embaixada de Portugal em Paris, festejando a “Revolução dos Cravos”. Em seus seminários, acolheu numerosos fugitivos das ditaduras sul-americanas dos anos 1960 e 1970. Ajudou meu irmão exilado a inscrever-se na universidade e a obter, assim, os documentos necessários para permanecer em Paris, onde ele residiu até a anistia. Como amigo, sua generosidade era imensa. Participou da banca de tese de meu irmão como voluntário, e me agradecia constantemente por traduzir e divulgar sua obra no Brasil. As cartas dele, incluídas em meu livro Com Roland Barthes, comprovam sua delicadeza e sua afetividade.

Para um leitor que tem interesse em adentrar o universo de Barthes, quais leituras a senhora apontaria como fundamentais para um início? Por quê?

Aos professores e críticos de literatura, eu aconselharia a leitura de Crítica e verdade e do conjunto de ensaios que se encontram em O rumor da língua. Aos profissionais das artes visuais, A câmara clara e O óbvio e o obtuso. Aos não especializados, que buscam o prazer da leitura, aconselharia as Mitologias, que são inteligentes e engraçadas, O império dos signos, que dá vontade de ir ao Japão e de comer comida japonesa, e os Fragmentos de um discurso amoroso, que consolam, com humor, todos os que estão ou já estiveram apaixonados. A todos que desejarem ter uma visão de conjunto de suas propostas, eu aconselharia a Aula, que permanece como seu testamento intelectual.

Suplemento Pernambuco