domingo, 15 de julho de 2012

''(...) procuramos o que é firme com a mesma insistência de um animal terrestre caído na água. Por isso, superestimamos tanto a importância do Saber, do Direito e da Razão, quanto a necessidade de coerção e violência. Talvez não se deva dizer exatamente superestimar, seja como for, porém, as manifestações de nossa vida repousam, em sua maioria, na insegurança do espírito.Nela imperam a fé, suposição, hipótese, presságio, desejo, dúvida, inclinação, exigência, preconceito, persuasão, exemplificação, pontos de vista pessoais e outros estados da semi-certeza. E como, nessa escala, a opinião se encontra mais ou menos no meio entre fundamento e arbítrio, uso seu nome para designar o todo. Se o que exprimimos com palavras, mesmo que grandiosas, em geral é mera opinião, o que exprimimos sem palavras o é sempre''

Robert Musil
(''O Homem sem qualidades)

Un fuego de artificio

Mario Vargas Llosa – La República

En los años setenta, cuando yo vivía en Barcelona, Luis Goytisolo estaba empeñado en la heroica empresa de escribir Antagonía, la tetralogía novelesca a la que dedicó veinte años de su vida. Nos veíamos con frecuencia y hablábamos de muchas cosas pero, que yo recuerde, nunca me contó nada del libro en el que trabajaba en esos mismos años con tanto afán. Muchas veces me he preguntado por qué esa discreción y sólo ahora, que acabo de leer las 1112 páginas de la novela, en la reedición de Anagrama, entiendo por qué.

La razón es que no hay manera de resumir en pocas frases de qué trata este libro sin traicionarlo. Se ha dicho que relata el largo proceso en que su protagonista, Raúl Ferrer Gaminde, descubre su vocación de escritor y escribe su primera novela (el cuarto volumen de la tetralogía), en un período de tiempo que comienza en las postrimerías de la Guerra Civil y termina con el final de la dictadura franquista. Esta síntesis, aunque no es falsa, tampoco es cierta, porque la novela es muchas otras cosas que no caben para nada en esa escueta fórmula.

En verdad, Antagonía no cuenta una historia acabada, con principio y con fin, sino fragmentos dispersos y arbitrarios de muchas historias que no se integran anecdóticamente, pero a las que da coherencia y unidad la voz que narra, una voz compleja y plural, de larguísimas frases laberínticas y sometida a constantes mudas en las que, con frecuencia y sin ninguna prevención al lector, se traslada del narrador omnisciente e impersonal a un personaje, y luego a otro, y a otro, y súbitamente regresa al narrador, exigiendo al lector una vigilancia tenaz para no extraviarse en ese territorio lleno de imprevistos y sorpresas por el que discurre la novela. A estas mudanzas entre el narrador omnisciente y narradores personajes se superponen otras, que mueven el relato del mundo exterior –descripciones de paisajes y escenarios urbanos, diálogos y análisis sobre las conductas, reflexiones sobre política, literatura, sexo, textos clásicos, etcétera– a un mundo subjetivo y secreto, el de las intuiciones, las emociones y los pensamientos y a veces, incluso, el de los sueños, mitos y meras fantasías de los protagonistas.

Libro ambicioso y complejo, difícil de leer por la protoplasmática conformación de la materia narrativa, es también un experimento que intenta renovar el contenido y la forma de la novela tradicional, siguiendo el ejemplo de aquellos paradigmas que revolucionaron el género de la novela o al menos lo intentaron –sobre todo Proust y Joyce, pero, también, James, Broch y Pavese–, sin renunciar a un cierto compromiso moral y cívico con una realidad histórica que, aunque muy diluida, está siempre presente, a veces en el proscenio y a veces como telón de fondo de la novela.

Para mí, las mejores páginas, las más logradas y conmovedoras del libro, son aquellas que describen la atmósfera claustral, castrada, asfixiante y enajenada de la dictadura, vivida desde la perspectiva de la clase media catalana, en la que crecen y van formándose Raúl Ferrer, sus amantes y sus amigos, sus actividades clandestinas en el Partido Comunista, su infecunda militancia, sus mítines universitarios, su paso por la cárcel, sus desencantos políticos, su lenta inmersión en el cinismo, el alcohol y el nihilismo, ese fracaso generacional que va volviéndolos a casi todos ellos mediocridades y caricaturas de lo que parecía que serían, de lo que hubieran querido ser. La manera como está representado este mundo en Antagonía es despiadada, y el desprecio del narrador incendia el lenguaje hasta impregnarlo por momentos de una ferocidad irresistible.

En cambio, en las largas y a menudo delicadas descripciones del paisaje catalán, tanto rural como urbano, se filtra, se diría que a pesar del anti sentimentalismo cínico del que hace gala el narrador, un sentimiento tierno, profundo, contagioso, que desagravia al lector del pesimismo tenaz que con frecuencia comunican otras páginas. Este contraste se hace particularmente visible en las escenas que transcurren en Cadaqués y otros lugares de la Costa Brava, en las que el lenguaje es tan preciso y precioso cuando se demora en describir los matices de la luz a la hora del crepúsculo, o las sombras de los árboles y arbustos en el bosque, o los movimientos del agua cuando sube y baja la marea, o el canto de los pájaros escondidos en lo alto del ramaje. Creo que no se ha dicho todavía de Antagonía la importancia que tiene en ella la política –no hay en España, me parece, una novela que haya descrito mejor el desguace cultural y moral que inflige a una sociedad una dictadura– y la bellísima recreación literaria de la tierra catalana, de su mundo natural, sus pueblos y aldeas, y de Barcelona con sus barrios, clases sociales, tradiciones, grandezas y miserias, que es también este libro, además de muchas otras cosas.

Por ejemplo, una serie de ensayos incrustados en el relato en los que, a veces el narrador, a veces un personaje, reflexiona sobre un abanico múltiple de temas, entre los que figuran, entre otros, Dante, la mitología griega, Moisés, Platón, el sexo, Sócrates, Goethe, el compromiso político, el matrimonio, el dogmatismo religioso e ideológico, el arte, la arquitectura, el urbanismo, y, principalmente, la técnica de la novela. A veces, estas páginas, donde la historia se inmoviliza o se eclipsa, tienen un interés intelectual, y a veces no y entonces resultan excesivas y sobrantes.

Pero no hay duda que el esfuerzo mayor de Luis Goytisolo al emprender la titánica tarea de escribir esta novela estuvo orientado a la creación de un lenguaje nuevo, de una manera de escribir que rompiera los moldes tradicionales del relato novelesco e inaugurara unos nuevos. Él mismo ha tenido la coquetería risueña de describir en la página 999 de Antagonía “la huella de Luis Goytisolo” en la novela: “esas largas series de períodos, por ejemplo, esas comparaciones que comienzan con un homérico así como, para acabar empalmando con un así, de modo semejante, no sin antes intercalar nuevas metáforas encabalgadas…” Los críticos del libro hablan de la influencia proustiana en el estilo de la tetralogía, pero, a mi juicio, la semejanza con Proust tiene que ver sólo con la largura de la frase, su naturaleza serpentina, porque, a diferencia de lo que ocurre con el estilo en el autor de En busca del tiempo perdido, en el que las extendidas frases están siempre al servicio de la narración, en Luis Goytisolo ésta última parece a veces nada más que un pretexto para la arborescencia lingüística, esa frondosa retórica que se proyecta con voracidad, apartándose de la delgada línea argumental, sobre todas las manifestaciones de la vida, infiltrándose en ésta como un parásito que crece y crece hasta sustituirla, hasta crear una vida propia que ya no refleja modelo alguno exterior a ella, sino a ella misma, una vida que es (nada más y nada menos) que puro lenguaje.

Tal vez la mejor descripción de la tetralogía aparezca en una de las reflexiones del narrador cuando éste (en la página 1040) imagina una obra literaria cuya estructura “semeja uno de esos castillos de fuegos artificiales en los que cada fase genera nuevas fases, cada vez más altas, cada vez más amplias. Pues bien: imaginemos una obra así, en la que, de cada una de sus partes surjan otra que a su vez generen otras y otras, en un despliegue más y más vasto”. Eso es, exactamente, Antagonía: un surtidor que se multiplica a sí mismo en tantos surtidores hasta dar la impresión de que en semejante arquitectura ha quedado atrapada la vida entera, en lo que tiene de infinito.

Cuando una obra es tan desmedidamente ambiciosa, se convierte en una tentativa imposible, es decir en una de esas novelas como el Finnegan’s Wake de Joyce, El hombre sin atributos, de Robert Musil, Paradiso, de Lezama Lima o la mucho menos conocida Umbral, del chileno Juan Emar, que estaban fatalmente condenadas a no alcanzar la meta que se habían fijado, porque, simplemente, aquella era una meta inalcanzable. Sin embargo sería injusto hablar de fracasos literarios, porque estos libros, que tendrán siempre pocos lectores, siempre tendrán lectores, y sobrevivirán a todos los avatares, desde esos márgenes que admiraba tanto Rimbaud (el de “les horribles travailleurs”) desde los cuales irán siempre recordando a las nuevas generaciones de lectores y escritores que el secreto corazón que mantiene viva a la literatura es siempre ir más allá, establecer nuevas fronteras para la creación, renovar y revolucionar lo que ya existe, a imagen y semejanza de esa vida que la inspira y que es, también, a su manera, una tentativa imposible.

Madrid, julio de 2012

La Ciudad y los Perros, o filme

Luiz Zanin – O Estado SP

O romance de formação de Mario Vargas Llosa, La Ciudad y los Perros, que completa 50 anos, ganhou uma bela adaptação para cinema, em 1985, dirigida pelo cineasta peruano Francisco Lombardi.

Francisco “Paco” Lombardi é o principal diretor de cinema do Peru, e já verteu para a tela grande outra obra de seu conterrâneo Vargas Llosa, o satírico Pantaleão e as Visitadoras (1999), que chegou a concorrer no Festival de Gramado, aqui no Brasil.

Em La Ciudad y los Perros (conservamos o nome original porque o filme não teve lançamento comercial no País), Lombardi consegue captar o clima opressivo descrito no romance.

Temos lá, em 144 minutos de ação tensa e realista, a descrição fiel do ambiente da Academia Militar de Lima, na qual os cadetes são tratados sob rígida disciplina pelos superiores, em especial por um tenente durão, Gamboa (Gustavo Bueno, artista frequente em filmes de Lombardi, como Boca do Lobo, sobre o Sendero Luminoso).

Mas o que fica também clara é a hierarquia que se estabelece entre os próprios alunos, com a dominância do mais forte (o “Jaguar”) sobre os mais fracos. Um deles é apelidado de “o escravo” pelos outros e vive espezinhado porque não consegue se defender e só sobrevive pela submissão total. Ele será o pivô de uma tragédia que envolve todos os outros e arrasta a Academia a uma crise. O próprio Llosa se retrata através de um alter ego, “o Poeta” (Pablo Serra), cadete com veleidades literárias, que escreve histórias eróticas a troco de cigarro e bebidas. Mas, além disso, o Poeta será também uma espécie de consciência crítica, antecipando o papel do intelectual que Llosa se reserva diante da sociedade peruana. Será ele não o causador da crise, mas o catalisador de uma situação difícil de ser controlada pela hierarquia. Por essa ação, verá seu poder, mas também as limitações próprias de todo intelectual. O livro e o filme são premonitórios, de certa forma.

Por meio de uma mise-en-scène vigorosa, Lombardi retrata essa rigidez de superfície que esconde uma dupla moral vigente na Academia. Por trás do ambiente de extrema legalidade, instaura-se um tráfico de produtos proibidos comandada pelos alunos e que só pode sobreviver pela conivência de alguns militares de patentes superiores. É uma rede hipocrisias que só pode ser desvendada por que algo fora do controle, como a morte de um aluno, acabou acontecendo sob as barbas dos superiores. Mesmo assim, quem ocupa os postos mais altos da hierarquia tentará acobertar o crime e os possíveis criminosos sob o pretexto de que uma investigação seria prejudicial para a Academia. O desfecho é brilhante. E desalentador para quem acredita na pureza das instituições. Militares ou não porque salta à vista que a crítica de Llosa é mais geral e se estende à sociedade opressiva em seu todo.

De certa forma, a mesma crítica à rigidez e à dupla moral será feita, em outro registro, em Pantaleão e as Visitadoras, o outro romance de Llosa adaptado por Lombardi. Em La Ciudad y los Perros era a violência sob o verniz da ordem; em Pantaleão, é a questão da sexualidade. A história é hilária. Num posto avançado nas selvas peruanas, os soldados sofrem com a falta de sexo. Há notícias de estupros praticados contra mulheres das localidades remotas. Para resolver o problema é instituído um serviço de prostitutas para aplacar a libido da soldadesca. Pantaleão é o oficial destacado para organizar – com minúcia militar – esse serviço de importância estratégica.

Pelo riso, Llosa chega a resultado semelhante ao que consegue pelo drama em La Ciudad y los Perros.

Museu dos mortos na Segunda Guerra no RJ

"Deus nos dá pessoas e coisas,
para aprendermos a alegria...
Depois, retoma coisas e pessoas
para ver se já somos capazes da alegria
sozinhos...
Essa... a alegria que ele quer""

João Guimarães Rosa