quarta-feira, 4 de março de 2015

En defensa propia


Interesante la marcha de ayer. Hay varias cosas para pensar a partir de ella y creo que lo más interesante de todo son los lenguajes que estuvieron en juego. Por un lado, uno encuentra que el espacio de expresión existe y eso habla de cierto registro democrático que se hace presente a partir de treinta y tantos años complejos, no carentes de conflictos por cierto, que la sociedad argentina viene tramando poco a poco desde la dictadura. Por ejemplo, los hilos que invocan memoria y justicia aparecieron en el formato pre político que en conjunto marcó la marcha. No digo pre político en sentido peyorativo sino descriptivo. No es menor, en segundo lugar, la composición de la marcha y ciertos rituales que la definen: el respeto por los canteros, el polimorfismo ideológico que a falta de expresión más certera llamamos derecha, la capacidad de movilización que tienen ciertos medios con respecto a un imaginario concreto de las clases medias y medias altas urbanas en el país, entre otras cosas. Se le opuso durante el día un discurso sobre la proyección internacional del país en el plano de la tecnología nuclear, podría haber sido otra cosa, eso no importa, las industrias y el trabajo desplegado a partir del control de ciertos procesos tecnológicos, etc. Es decir, hubo en circulación dos discursos fuertemente morales, como todos los discursos en un punto, que se dirigían uno a mostrar consecuencias, políticamente articulado, y el otro a mostrar sobre un hecho de sangre (no sabemos de qué naturaleza todavía), los rastros y restos de una expresión pre política que no acierta a estructurarse y brindar confianza representacional. Es claro que uno puede hacer varias cosas cuando se dan estas marchas, lo que no puede hacer es simular que no existieron. El mayor riesgo se presenta allí, un riesgo que proponen por otra parte muchos de los participantes de la caminata, a saber, hacer como que el otro no hace, no produce eventos, no impacta en ningún plano, etc. De allí se deriva una demanda real y concreta para la derecha argentina: la construcción de un discurso complejo. Un discurso que desde quien enuncia pueda hacer algo más con los restos con los que pacta actualmente. No basta cierta dimensión donde se expresa indignación, no parece suficiente para una discusión democrática que apenas un poco más allá de la superficie del discurso institucional emerjan las sobre simplificaciones que produjeron en el orden simbólico y material de la historia de este país las horas más sombrías, bajo nombres variados pero similares en su función discursiva, los otros, los corruptos, los subversivos, los zurdos, los fachos, los negros, los putos, los cabecitas, etc., etc. La marcha de ayer, me parece, demostró que hay pocos lenguajes articulados en el espacio relativamente heterogéneo que constituyó. Puede sonar extraño lo que voy a decir dado que me considero en las antípodas de casi todo lo que allí pasó, excepto, claro, de que es preciso explicar cómo murió el fiscal, de eso no hay duda, pero, me parece, que como nunca antes es preciso imaginar fuera de toda ilusión consesualista que casi siempre expresa una idea velada de sumisión, que las derechas argentinas necesitan discursos articulados en la experiencia democrática, no sólo restos que evoquen esa experiencia, sino una articulación profunda que vaya más allá de los argumentos liberales simplificados que la mayoría de sus intelectuales y voceros expresan. Un lugar para comenzar, me permito sugerirles, es tensionar el discurso liberal con las prácticas que llevan adelante, desandar los engarces incuestionados de conservadurismo y pensamiento liberal, presionar sobre los límites de cierta expresión refugiada en constitucionalismos mediocres e imaginarios chirles sobre lo que llaman el "mundo". Salirse de la zona de confort pues. Digo todo esto en defensa propia, porque queda claro desde hace mucho tiempo que vivimos juntos y viviremos juntos, más allá o más acá de toda separación, más allá y más acá de las brechas, hondonadas y demás metáforas. A menos, claro está, que las tesis de Micky Vainilla y sucedáneos triunfen. Ya sabemos el resultado de eso.


Alejandro de Oro

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