Hasta aquí
que no existimos, vino un vivo
para certificar tu muerte,
cómo si dejar de respirar necesite de rubrica que lo
confirme.
Los vivos, que presumimos de estarlo,
somos así.
Gustamos de datar el tiempo,
el tiempo del primer aliento,
del postrer hálito en la voz.
Datamos el día con su hora
y la causa que te ha matado,
nos agrada decir de qué morimos,
o más bien,
de qué se mueren los demás.
Siendo tan imbéciles que olvidamos
anotar el motivo
por el cual
estuvisteis aquí.
Los vivos,
somos unos impresentables.
Y unos mamarrachos.
En aquel maletín de cuero
van las hojas que de forma legal
le ponen fecha al finiquito.
Ya ves, todo saldado,
antes de partir las cuentas claras,
se van, os vais, te vas.
Te lo anota no sea que te equivoques,
que nadie te avise de que te has muerto.
Pero el vivo, que fue muy educado
cuando llegó dijo buenos días,
le acompaño en el sentimiento,
y ¿a qué hora fue el deceso?
Rellenó su papel,
que para eso le pagan,
para anotar el nombre,
con suerte sin faltas de ortografía,
la hora y el día, el mes,
este año en curso y el motivo de la despedida.
Vino un vivo a certificar tu muerte
Capitán,
y yo,
hasta el último momento esperé
que te levantaras a romperle la cabeza,
y después,
le dieras una patada en el culo.
No fue así.
Carpe Diem.
Ana Obis© http://elespejo-aspid.blogspot.com/
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