Jules Renard
En una rama ahorquillada de nuestro cerezo había un nido de
jilgueros bonito de ver, redondo, perfecto, de crines por fuera y de plumón por
dentro, donde cuatro polluelos acababan de nacer. Le dije a mi padre:
-Me gustaría cogerlos para domesticarlos.
Mi padre me había explicado con frecuencia que es un crimen
meter a los pájaros en una jaula. Pero, en esta ocasión, cansado sin duda de
repetir lo mismo, no encontró nada que responderme.
Unos días más tarde le dije de nuevo:
-Si quiero, será fácil. En un primer momento pondré el nido
en una jaula, colgaré la jaula en el cerezo y la madre alimentará a sus
polluelos a través de los barrotes hasta que ya no la necesiten.
Mi padre no me dijo qué pensaba de este sistema.
Por lo tanto instalé el nido en una jaula, colgué la jaula
en el cerezo, y lo que había previsto sucedió: los padres jilgueros, sin
vacilar, traían a los pequeños sus picos llenos de orugas. Y mi padre,
divertido como yo, observaba de lejos el ir y venir de los pájaros, su plumaje
teñido de rojo sangre y de amarillo azufre.
Una tarde le dije:
-Los pequeños ya están bastante fuertes. Si estuvieran
libres, volarían. Que pasen una última noche con su familia y mañana me los
llevaré a la casa; los colgaré de mi ventana y no habrá en el mundo jilgueros
mejor cuidados que éstos.
Mi padre no dijo lo contrario.
A la mañana siguiente, encontré la jaula vacía.
FIN
«Le nid de
chardonnerets», Histoires naturelles, 1894
Traducción de Esperanza Cobos Castro: relatosfranceses.com.
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