sábado, 13 de agosto de 2016

La que era sorda



Gibrán Jalil Gibrán

Había una vez un hombre rico desposado con una joven sorda por completo.

Una mañana, mientras desayunaban, ella le dijo:

-Ayer visité el mercado y exhibían vestidos de seda de Damasco, velos de la India, collares de Persia y brazaletes de Yemén. Parece que las caravanas acaban de traer todo eso a nuestra ciudad. Y ahora mírame, yo en harapos, siendo la esposa de un hombre rico. Debo comprar alguno de esos hermosos objetos.

-Querida -contestó el esposo, aún ocupado con su café matinal- no existe razón alguna por la cual tú no vayas al mercado y compres todo lo que tu corazón desee.

-¡No! -protestó la esposa sorda-. Siempre dices no, no. ¿Es necesario que aparezca en harapos ante nuestros amigos, avergonzando así a tu fama y a mi gente?

-No he dicho que no -dijo el esposo-; puedes ir libremente a la plaza del mercado y comprar la vestimenta más hermosa y las joyas que hayan llegado a nuestra ciudad.

Pero otra vez la esposa equivocó la lectura de sus palabras y replicó:

-De todos los hombres ricos tú eres el más miserable. Me niegas toda belleza y hermosura mientras las otras mujeres de mi edad caminan por los jardines de la ciudad ataviadas con ricos vestidos. -Y comenzó a llorar. Y mientras sus lágrimas caían sobre su pecho gritó otra vez: -Tú siempre me dices no, no, cuando deseo un vestido o una joya.

Entonces el esposo, conmovido, se levantó, y sacando de su bolsa un puñado de oro, se lo entregó y con dulzura le dijo:

-Ve al mercado, querida mía, y compra todo lo que desees.

Desde ese día la joven y sorda esposa cada vez que deseaba algo aparecía ante su esposo con una perlada lágrima en los ojos, y él en silencio tomaba un puñado de oro y lo ponía sobre sus faldas.

Pero ocurrió que la joven se enamoró de un joven cuyo hábito era realizar largos viajes. Y cuando él partía ella se sentaba a llorar.

Cuando el esposo la hallaba llorando decía en su corazón: “Debe haber llegado una nueva caravana con prendas de seda y joyas raras”.

Y sacaba otro puñado de oro y se lo entregaba.

FIN



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