sábado, 13 de agosto de 2016

Cuando le dije que la pasión,
por definición, no puede durar
¿cómo iba yo a saber
que ella se iba a echar a llorar?
“No seas absurdo -me regañó-
esa explicación nadie te la pidió
así que guárdatela,
me pone enferma tanta sinceridad”.
Y así fue como aprendí
que en historias de dos
conviene a veces mentir,
que ciertos engaños son
narcóticos contra el mal de amor.
Yo le quería decir que el azar
se parece al deseo
que un beso es solo un asalto
y la cama un ring de boxeo,
que las caricias que mojan la piel
y la sangre amotinan
se marchitan cuando las toca
la sucia rutina.
Yo le quería decir la verdad
por amarga que fuera,
contarle que el universo era más
ancho que sus caderas.
Le dibujaba un mundo real
no uno color de rosa,
pero ella prefería escuchar
mentiras piadosas.
Y, cuando por la quinta cerveza, le hablé
de esa chica que me hizo perder
la cabeza, estalló:
“¿vas a callarte de una vez, por favor?”


Joaquín Sabina

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