quarta-feira, 22 de fevereiro de 2012

Cuentos del espejo

“El ideal de blancura implicó someter, a la inmensa mayoría de los peruanos, a la vergüenza y el resentimiento”



Gonzalo Portocarrero, Sociólogo – El Comercio

Durante mucho tiempo la exploración autobiográfica fue una empresa tabú en nuestro país. Hay muchos factores que podrían explicar esta situación pero el más importante es el rechazo a sí mismo, la vergüenza de tener antepasados indígenas. O sea, la dificultad para aceptar que, en definitiva, no somos lo que se nos enseñó a desear. Y resulta que ese deseo es tan potente que una parte nuestra queda rechazada, y, así, herida, se arrincona en una oscuridad resentida. Y se recorta la plenitud de nuestra expresión. De allí que, en el contexto latinoamericano, se acuñara el estereotipo del peruano como reservado y poco expresivo. Pero pese al predominio del deseo de ser blanco, la sociedad peruana es fundamentalmente mestiza. Entonces, el choque entre el deseo y la realidad fue parcialmente amortiguado a través de una redefinición de lo blanco. De ahí que se dijera “el blanco peruano es amarcigado”. Es decir, la gente mestiza clara, y no tan clara, podría pasar por blanca, de tener dinero o educación. La ampliación del espectro de lo blanco implica un pacto para ocultar las raíces del “amarcigamiento”. Es decir, para ignorar a los ascendientes indios y negros que ensombrecen el idealizado color blanco, el color reputado como de “mejor calidad”.

Es lógico entonces que los peruanos que empezaron a hablar de sí mismos hayan sido los que tienen sus “papeles en regla”, aquellos que representan la concreción del anhelo de blancura que marca a la sociedad peruana. Podían explorar sus orígenes sin temor. Y, más todavía, si a la “corrección” del color se agregaba el dinero, la educación y la resonancia de un linaje socialmente prestigioso. Víctor Andrés Belaunde en sus memorias construye el mito de Arequipa como la “ciudad blanca”, no solo por color de la piedra sillar con la que se fabrican sus construcciones, sino también por la predominancia de la raza blanca. El corazón de Arequipa es entonces el patriciado. Numerosas familias que resistieron el mestizaje y que conservaron un sentido de valor y dignidad gracias a la endogamia que permitió una cierta homogeneidad social y racial.

El ideal de blancura implicó someter, a la inmensa mayoría de los peruanos, a la vergüenza y el resentimiento. Mariátegui, por ejemplo, fue rechazado por lo incierto de sus orígenes. De la amargura lo salvó, sin embargo, su lucidez y generosidad. De otro lado, Arguedas se pensaba a sí mismo, racialmente, como blanco. Identidad que le era atribuida por su calidad de misti, o señor, en el mundo andino. Aunque en el mundo criollo de la costa fuera rebajado a la condición genérica pero poco prestigiosa de “serrano”. Su “blancura” era, sin embargo, relativa pues tenía ascendientes indígenas de donde provino la fortuna familiar. Finalmente, da que pensar que Mariátegui, Vallejo y Arguedas, los fundadores de la modernidad en el Perú, se hayan casado con mujeres extranjeras.

El género autobiográfico despega recién en los años 90. Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique y Julio Ramón Ribeyro publican sus memorias. Cecilia Esparza señala que el hilo conductor que recorre estos textos es el desarraigo, la debilidad del vínculo con una colectividad que no los termina de acoger y con la que no llegan a identificarse pero que, a la larga, contribuyen decisivamente a retratar y crear.

La dificultad para reconocer los méritos ajenos está enraizada en la vigencia de las jerarquías y en la falta consiguiente de un sentimiento de comunidad. La competencia y la envidia se atemperan cuando sentimos que el otro puede ser superior, pero que somos parte del mismo equipo. En cambio, desde la arrogancia surge el “ninguneo” que produce la rabia donde se anidan los propósitos de venganza. Y desde la humildad obsecuente surge

esa reverencia servil que ahueca el cerebro de quien la recibe. Pero el camino para la exploración de nosotros mismos ya está abierto por los autores mencionados. Ahora es cuestión de internarse sin miedo en nuestro pasado. Entonces, otros cuentos más plenos nos tendrán que devolver el espejo

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