quarta-feira, 4 de agosto de 2010

Os amorosos

Jaime Sabines

Os amorosos calam.

O amor é o silêncio mais fino,

o mais temeroso, o mais insuportável.

Os amorosos buscam,

os amorosos são os que abandonam,

são os que mudam, os que esquecem.

Seu coração lhes diz que nunca vão encontrar,

não encontram, buscam.

Os amorosos andam como loucos

porque estão sós, sós, sós,

entregando-se, dando-se a cada momento,

chorando porque não salvam o amor.

Preocupa-lhes o amor. Os amorosos

vivem o dia, não podem fazer mais, não sabem.

Sempre estão indo,

Sempre, para alguma parte.

Esperam,

Não esperam nada, mas esperam.

Sabem que nunca vão encontrar.

O amor é a delonga perpétua,

sempre o passo seguinte, o outro, o outro.

Os amorosos são os insaciáveis,

Os que sempre – que bom! – vão estar sós.

Os amorosos são a hidra do conto.

Têm serpentes no lugar de braços.

As veias do pescoço se incham

também como serpentes para asfixiá-los.

Os amorosos não podem dormir

porque se dormem lhes comem os vermes.

Na escuridão abrem os olhos

E lhes sobressalta o espanto.

Encontram escorpiões debaixo do lençol

E sua cama flutua sobre um lago.

Os amorosos são loucos, só loucos,

sem Deus e sem diabo.

Os amorosos saem de suas covas

temerosos, famintos,

para caçar fantasmas.

Riem das pessoas que sabem de tudo,

das que amam o perene, verídicamente,

das que acreditam no amor como uma lâmpada de inesgotável azeite.

Os amorosos brincam de agarrar água,

de tatuar fumaça, de não se ir.

Jogam faz tempo, o triste jogo do amor.

Ninguém há de resignar-se.

Dizem que ninguém há de resignar-se.

Os amorosos se envergonham de toda conformidade.

Vazios, mas vazios de uma a outra costela,

a morte lhes fermenta atrás dos olhos,

E eles caminham, choram até a madrugada

quando trens e galos se despedem dolorosamente.

Sentem às vezes um cheiro de terra recém nascida,

de mulheres que dormem com a mão no sexo, gozosas

de córregos de água carinhosa e de cozinhas.

Os amorosos cantam entre lábios

uma canção não aprendida,

e se vão chorando, chorando,

a formosa vida.

(tradução livre :: Patrícia Mc Quade)



Los Amorosos

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,

no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato,

llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos

viven al día, no pueden hacer más, no saben.

Siempre se están yendo,

siempre, hacia alguna parte.

Esperan,

no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.

El amor es la prórroga perpetua,

siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,

los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir

porque si se duermen se los comen los gusanos.

En la oscuridad abren los ojos

y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana

y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,

sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,

a tatuar el humo, a no irse.

Juegan el largo, el triste juego del amor.

Nadie ha de resignarse.

Dicen que nadie ha de resignarse.

Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,

la muerte les fermenta detrás de los ojos,

y ellos caminan, lloran hasta la madrugada

en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,

a mujeres que duermen con la mano en el sexo,

complacidas,

a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios

una canción no aprendida,

y se van llorando, llorando,

la hermosa vida.

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